(Publicado en Diario16 el 13 de mayo de 2021)
Mientras Pablo Iglesias se corta la coleta para romper con su pasado, la figura de Yolanda Díaz crece por momentos. La izquierda española puede dormir tranquila: la ministra de Trabajo es la mujer perfecta para defender los intereses de la clase obrera. Ayer, la sucesora de Iglesias dio un soberano repaso –con cifras y letras y un estilo parlamentario refinado–, a sus señorías de la bancada conservadora y ultra. Así se rebaten las formas y bulos trumpistas, con elegancia y con los puntos sobre las íes, demostrando que las buenas maneras democráticas nada tienen que ver con el origen o la clase social, sino con la educación que se haya recibido.
La sesión de control prometía bronca asegurada y no defraudó. Tras la victoria arrolladora de Isabel Díaz Ayuso y con un Casado crecido y espídico, PP y Vox entraron como un elefante en la cacharrería del Congreso. Tocaba amedrentar a la ministra, atornillarla, intentar encogerla afeándole la gestión económica del Gobierno, el paro y los datos macro. Últimamente las derechas le han cogido el gustillo al mantra de los seis millones parados (una estadística rotundamente falsa se mire por donde se mire) y ayer tocaba dar esa matraca.
En la actualidad, hay oficialmente registrados cuatro millones de desempleados en España, pero Casado, don Teodoro y la bancada franquista de Vox no van a dejar de repetir la mentira una y mil veces hasta conseguir doblar el número real de parados (básicamente, en eso ha consistido la victoria electoral de Ayuso, en machacar al personal con un bulo, en este caso la trola de la libertad amenazada).
Sin embargo, pese al juego sucio de las dos derechas ya aliadas en forma de pinza, Yolanda Díaz no se arredró. Hasta ayer sabíamos que la ministra de Trabajo tenía el talento para la oratoria y el discurso estructurado, complejo y profundo sobre los diferentes asuntos de su negociado. Desde ayer, también sabemos que no rehúsa el navajaeo político, que tiene encaje para el cuerpo a cuerpo y bravura por arrobas. Sus adversarios políticos pensaban que, muerto y enterrado el macho alfa Iglesias, Díaz era una perita en dulce, una presa fácil para las hienas de colmillo retorcido, una cándida cenicienta. Craso error.
Cuando la ministra fue despachando, una a una, a cada ave de rapiña y aguiluchos varios que trataban de picotearla por un flanco y por el otro, se vio claramente que el resto de la Legislatura no será coser y cantar (como pensaban las derechas tras la espantada de Iglesias) sino que les ha salido un hueso duro de roer. Y no solo porque la ministra es una abogada laboralista que se conoce el paño de los estrados y los recovecos de la retórica, sino porque su perfil de mujer de izquierdas inteligente, ilustrada y a la europea deja a la altura del betún las malas artes de la derecha española gamberra, carpetovetónica y africanista.
Fue Teodoro García Egea quien abrió fuego al preguntarle si cree que la mayoría del pueblo “avala su programa político”. La absurda interpelación estaba a la altura intelectual del hombre que la formulaba. “Lo que avala el programa del Gobierno es su dedicación a la ciudadanía, sea de Vigo o de Barcelona”, se defendió Díaz con elegancia. Pero el estoque definitivo al miurita Egea iba a llegar algo después, cuando la sucesora de Iglesias soltó una frase para los anales del parlamentarismo patrio: “Los españoles recuerdan cuando gobernaban ustedes los viernes de Dolores con recortes en las pensiones, con desahucios, con sufrimiento y con dolor”. Touché.
La respuesta era lo que tocaba decir, ni más ni menos, y Díaz redondeó su rejonazo con un dato demoledor: “Por mucho que lo repita mil veces, el único momento de tasa de paro histórica es con el PP: el 57 por ciento de paro juvenil y tres millones de puestos de trabajo destruidos. A día de hoy quedan solo 200.000 puestos por recuperar tras la pandemia”.
Pero quedaba la dosis habitual de demagogia tardofranquista de Vox y esa la iba a poner, cómo no, Macarena Olona, la dura motera del grasiento mundo ultra. Cada vez que se dirigía a Díaz lo hacía con la coletilla previa de “comunista”, como tratando de ofender, de insultar, una táctica parlamentaria de brocha gorda más bien burda, zafia y faltona. La mala educación parlamentaria de una mujer que entiende la democracia como un cuadrilátero de lucha libre o barro de Pressing Catch en el que todo vale no iba a ser obstáculo para que Díaz la pusiera en su sitio con la naturalidad de una gran dama de la política.
El momento surrealista de la mañana llegó cuando Olona le afeó a Díaz que esté protegiendo a la banca. Ella, precisamente ella, que es la líder de un partido que defiende los intereses de la aristocracia, la nobleza, la élite corrupta y el sistema financiero ultracapitalista. El mundo al revés. La respuesta de la vicepresidenta fue otro fino ejercicio de esgrima política: “A día de hoy, usted sigue defendiendo que los españoles puedan ser despedidos cuando estén enfermos, y también defienden privatizar la sanidad y la educación pública. Sería bueno que usted hiciera algo por España”. Fue un gancho de izquierda claro, conciso y directo.
El repaso de la ministra al búnker, al que aireó todas sus contradicciones y mentiras con apenas dos párrafos bien tirados, fue antológico. Definitivamente, Yolanda Díaz da el perfil de estadista que en cualquier otro país europeo sería el salvoconducto perfecto para llegar a presidenta algún día. Por desgracia, España es ese lugar que encumbra al mediocre y arribista y hunde a quien tiene talento de verdad.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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