A Díaz Ayuso le ha salido una peligrosa competidora. Mónica García, la candidata de Más Madrid a las elecciones del 4 de mayo, se está mostrando como una adversaria dura de roer y las últimas encuestas marcan su tendencia al alza y en progresión imparable. Mientras el metafísico Ángel Gabilondo pierde fuelle en esta recta final de campaña, García va arañando puntos, lo cual demuestra que a fuerza de trabajo y de una estrategia clásica, casa por casa, se está granjeando las simpatías de no pocos madrileños con anhelos de cambio. ¿Dónde está el secreto de esta anestesióloga cuya figura política parece subir como la espuma, según los últimos sondeos? Varios factores explicarían su auge y tirón entre los potenciales electores del bloque progresista madrileño.
Para empezar, García viene de abajo, de las urgencias de los hospitales donde muere la gente infectada por el coronavirus, de la trinchera de nuestra maltrecha Sanidad pública. Tras la pandemia, los españoles han empezado a valorar la importancia de contar con infraestructuras sanitarias modernas y de calidad. Es cierto que hasta hace unos años España poseía uno de los sistemas de salud estatal más potentes y fortalecidos del mundo. Desgraciadamente, todo eso ya es pasado y basta con pararse a charlar un rato con un médico o una enfermera para constatar que la red asistencial ha colapsado, en buena medida tras largos años de privatizaciones emprendidas por los gobiernos regionales del Partido Popular. Al PP nunca le ha interesado mantener el Estado de bienestar, eso es un hecho avalado por los datos, la prueba de ello es que Mariano Rajoy empezó a meter tijera con los recortes por donde no tocaba: por la Sanidad y la Educación.
Mónica García ha hecho bandera de la lucha de todos los ciudadanos de este país por salvar su Seguridad Social, su salud, una conquista de nuestros padres que los diferentes gobiernos conservadores han tratado de arrebatarnos. El activismo pragmático y nada utópico de la candidata de Más Madrid ha calado en buena parte de la sociedad madrileña. García plantó cara al todopoderoso consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, el aznarista Lasquetty, y a su infame plan que preveía un recorte del presupuesto sanitario del 7 por ciento, así como la privatización de no pocos servicios hospitalarios. La activista García, al frente de su pequeña pero combativa Asociación de Facultativos Especialistas de Madrid (AFEM), estuvo codo con codo en las manifestaciones y mareas blancas, en los encierros, en las concentraciones y actos de protesta que se llevaron a cabo en los peores años del austericidio marianista. Y esa pelea continua, desde abajo, está siendo valorada hoy por el votante de izquierdas necesitado de referentes.
Pero además García encarna como nadie el perfil de mujer progresista, trabajadora, feminista y concienciada con los problemas y males de su tiempo. Si la izquierda tiene una tarea pendiente para las próximas décadas, esa es la culminación de la conquista de los derechos de la mujer. Por esa razón, frente al antifeminismo de la derecha ayusista que pacta con los machistas patriarcales de Vox, García se revela como un antídoto eficaz. En estas elecciones autonómicas todos nos jugamos mucho: nos jugamos que la extrema derecha vuelva a ocupar el poder; nos jugamos que el Estado de bienestar termine de ser liquidado; y sobre todo nos jugamos que la mujer no dé un solo paso atrás en su secular batalla por la igualdad.
Miles de madrileñas están deseando que llegue la hora de votar para decirle “no” al trumpismo castizo de Díaz Ayuso, que se ha mostrado tolerante y pactista con Vox, un partido negacionista de la violencia contra la mujer. Al igual que Donald Trump perdió buena parte de la Casa Blanca gracias a la movilización feminista del Me Too en coordinación con las minorías del Black Lives Matter, Ayuso puede tener un serio problema el 4M si finalmente las mujeres van a votar en masa para defender sus derechos frente a ideologías franquistas que pretenden retroceder ochenta años en el tiempo, hasta lo peor de nuestra dictadura, cuando el hombre trataba a su esposa como un objeto, un mueble o una res de su propiedad.
El feminismo puede ser la tumba del fascismo, pero Mónica García no solo habla para la mujer. Su discurso sobre políticas reales muy alejado de esa progresía utópica que se ha quedado en el eslogan facilón y polarizado de “democracia o fascismo” (tal como pretende Ayuso en una trampa maquiavélica) entronca a la perfección con la nueva izquierda que se abre paso en todo el mundo. Una izquierda que habla para la gente que tiene problemas en su día a día; una izquierda para el jubilado al que no le llega la pensión; una izquierda para el enfermo que no puede costearse un tratamiento; una izquierda para el inmigrante al que la extrema derecha pretender sacar del país de una patada en el trasero.
Sin duda, a Ayuso le ha salido un grano en cierta parte de su cuerpo con esta mujer que ha llegado desde abajo para renovar caras e ideas en ese rojerío instalado y acomodadiza que últimamente vivía más del cuento y del ensayo teórico que de proponer políticas para mejorar la vida del pueblo. A García tenemos que seguirla de cerca porque todo lo que dice y cómo lo dice (su ingenio para el gag o el zasca se ha hecho ya famoso en todo el país) transmite muy buenas vibraciones. Puede que no gane estas elecciones (aunque Más Madrid va disparado en las encuestas) pero no cabe duda de que la derrota de Ayuso, algún día, vendrá de su mano.
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