miércoles, 12 de mayo de 2021

LAS MASAS OBRERAS

 

(Publicado en Diario16 el 5 de mayo de 2021)

Tras el 4M, a la izquierda española desnortada y dividida le toca lamerse las heridas, hacer profunda reflexión y mirar hacia el futuro. No queda otra. ¿Qué ha fallado en el bloque progresista en estas elecciones que Miguel Ángel Rodríguez ha sabido convertir en un circo o vodevil? Todo, habría que decir. Ha fallado el partido convencional que en teoría debía liderar a la izquierda (que el PSOE no sea capaz de arrebatarle el poder al PP tras casi 30 años de decadencia, escándalo y corrupción es como para que se lo hagan mirar en Ferraz); ha fallado el mensaje, que no ha conectado con el votante medio madrileño (el guerracivilismo con su eslogan “democracia o fascismo” ha pinchado en hueso); ha fallado el candidato principal socialista (Ángel Gabilondo debería presentar su dimisión hoy mismo por su nefasta campaña electoral); y sobre todo ha fallado la incapacidad de los tres partidos (PSOE, Unidas Podemos y Más Madrid) para ofrecer un programa sólido y coherente que pueda ilusionar a las masas obreras (con tanto producto en el escaparate, el votante progresista se confunde, se cansa de buscar y explora otros territorios alternativos).

Con todo, lo peor no es el resultado electoral, pésimo se mire como se mire, sino esa trágica tendencia de los barrios obreros a votar derecha (también neofascismo). Isabel Díaz Ayuso barre a la izquierda en el cinturón rojo, municipios como Vallecas, Carabanchel, Usera o Villaverde, feudos tradicionales de la izquierda. Lo que está pasando en esos lugares empobrecidos y dejados de la mano de Dios es una auténtica tragedia no ya madrileña, sino nacional. Solo en Vallecas el PP ha pasado del 12 por ciento de los votos en las elecciones de 2019 al 27 por ciento. Un auténtico vendaval. Aquel polémico mitin de Vox en la Plaza Roja vallecana, en el que grupos ultraderechistas y comunistas se enzarzaron en una batalla campal sin precedentes, ya invitaba a temer lo peor y a pensar que las hordas fascistas han puesto sus ojos en los guetos del obreraje. La demagogia, el populismo y en general el mensaje nazi son tácticas antiguas que a menudo logran seducir a las masas proletarias. Si tenemos en cuenta que ha habido un trasvase de al menos 6 puntos desde el bloque progresista a las derechas cabe concluir que el problema de credibilidad de las izquierdas, entre sus bases, empieza a ser grave y acuciante.

Los desclasados que ya no leen a Marx, los obreros renegados de su clase, los currantes que se sienten empresarios tras décadas de lavado de cerebro, son legión. Gente que, tras largos años de adoctrinamiento de PP, Cs y Vox, se ha tragado el cuento de que algún día será como Amancio Ortega. Gente a la que convencieron de que darse de alta como autónomo era como pasar directamente de la pobreza a una cuenta corriente con seis ceros, de plebeyo a hombre de negocios. Masas desorientadas que odian el establishment izquierdoso y a los nuevos profetas de la socialdemocracia que viven en los barrios bien de Madrid, no ya en un lujoso chalé en Galapagar, sino en cualquier casoplón que no se corresponda con lo que predican.

No cabe duda de que el dimitido macho alfa Pablo Iglesias ha llevado a cabo una loable labor de revitalización de la amuermada izquierda de este país, pero con su mudanza de las casas baratas de Vallecas a los pazos solariegos y fincas latifundistas terminó de asestar una puñalada letal a la causa. Muchos parias de la famélica legión se sintieron decepcionados (por no decir traicionados) cuando escucharon que su mesías, el nuevo Jesucristo de la izquierda, vivía como un rico. No se trata de que un político no pueda prosperar en la vida como cualquier otra persona, faltaría más, pero entre alojarse en una choza destartalada como el emitaño santurrón José Mújica o hipotecarse en una dacha que cuesta un kilo y un ojo de la cara, siempre debe haber un término medio.

Un líder de la izquierda que se pretende creíble debe dar ejemplo de austeridad y coherencia con los mandamientos del marxismo (como aquel gran Anguita hoy añorado) porque lo único en el mundo que le queda al pobre es su propio hermano, un camarada que sufre y muere con él. De la noche a la mañana, el mensaje que el líder de Unidas Podemos lanzó a sus huestes pasó de ser ilusionante y de esperanza a claramente contradictorio. Y esa distorsión la ha pagado cara, por extensión, toda la izquierda. Es cierto que Podemos sube tres escaños, pero obviamente con esa miseria no se puede asaltar ningún cielo por bajo que esté.

En esta campaña electoral nos hemos estremecido al escuchar cómo Rocío Monasterio hacía proselitismo descarado del fascio redentor en los barrios más humildes de Madrid, donde Vox ha tratado de pescar incautos entre las masas desarrapadas. “Quienes votaron a Sánchez e Iglesias han visto la gran traición de la izquierda”, sentenciaba la diputada de la sonrisa etrusca. El mensaje, el mismo que Hitler lanzaba a los alemanes arruinados de entreguerras, resultaba demoledor. Cuando Iglesias ha querido salvar los pocos muebles que le quedaban aferrándose a la épica, al “que vienen los fachas” (el manido discurso a falta de algo mejor que ofrecer) y al SOS “democracia o fascismo”, pocos le han comprado el producto. El cuento de terror del nazi a punto de entrar en nuestras casas de una patada en la puerta no ha funcionado sencillamente porque las clases modestas no han sentido más miedo a esa supuesta invasión franquista que a las facturas del día a día, a comer un día más en las colas del hambre o al infierno del desempleo, monstruos todavía más terroríficos.

Solo Mónica García ha sabido desembarazarse de ese relato cruento y guerracivilista, que únicamente beneficiaba a Iglesias, para abordar las cuestiones cotidianas como la Sanidad, los servicios públicos y el Estado de bienestar. Hasta Ángel Gabilondo decidió entrar en el juego (recuérdese su “Pablo, tenemos doce días para ganar las elecciones”), y esa especie de reedición del Frente Popular que no llevaba a ninguna parte ha supuesto finalmente la tumba socialista. A un partido tradicional de estabilidad y gobierno como el PSOE no le interesaba caer en el debate bélico y revolucionario que espanta a las clases medias acomodadas, pero Gabilondo lo hizo suyo y de esa forma unió su destino al de Iglesias. Así las cosas, no extraña que el PP haya ampliado su granero entre las clases desencantadas que huyen del puño y la rosa, además del cosechón de medio millón de votos que recoge del erial del desahuciado Ciudadanos. Hoy puede decirse que el cinturón rojo es más azul que nunca y va a estar en manos de Ayuso y de sus ejércitos tabernarios durante mucho tiempo. Lo cual es más demérito de Sánchez que acierto del trumpismo ayusista.

Ilustración: Artsenal

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