(Publicado en Diario16 el 11 de mayo de 2021)
El papa Francisco se ha propuesto echar del cielo a los mafiosos vía excomunión. Ya era hora. La Iglesia católica ha tardado dos mil años en entender que estaba jugando en el lado equivocado de la historia, junto a los malhechores, bandidos y dictadores, y ahora pretende corregir errores del pasado y ponerse al día. Nunca es tarde, pero cuesta trabajo creer que una religión que supuestamente predica el amor y el bien de la humanidad tarde tanto en reconocer que se había convertido en el nido de ladrones y mercaderes a los que Jesús echó un buen día, a latigazos, del Templo de Jerusalén.
Cualquier avance hacia una mayor humanización, a la Iglesia le cuesta dos mil años. Juan Pablo II tuvo que admitir que se equivocaron al condenar a Galileo Galilei en el proceso de 1633. No obstante, el daño estaba hecho, ya que el progreso científico quedó paralizado durante siglos en los que el mundo quedó sumido en el atraso y la oscuridad. Más tarde el Vaticano reconoció que no debía interferir en los asuntos de la ciencia, mucho menos en la teoría de la evolución darwinista, y la cúpula de Roma también rectificó.
En cuanto a las turbias relaciones de la curia católica con el Tercer Reich y el silencio respecto al holocausto del pueblo judío, las disculpas también llegaron tarde, de modo que esa negra página también quedará para la historia de la infamia. Por descontado, a día de hoy se sigue echando de menos una condena contundente y explícita del franquismo, ya que la Iglesia fue un puntal esencial del régimen nacionalcatolicista fundado por el dictador español.
Por lo que respecta a los abusos sexuales a niños, ya sabemos lo que ha pasado en los últimos años. La jerarquía romana ha tratado de ocultar miles de casos y cuando se cazaba in fraganti al cura pederasta lo enviaban a las misiones, lejos de sus víctimas, o a curarse el mal con oraciones, manzanilla y cilicio a un apartado monasterio. Hoy, tras décadas de horror y de miles de niños abusados, parece que los clérigos se han tomado la cosa en serio y por fin se están abriendo archivos y levantando alfombras. Poco a poco.
Fiel a su vitola de papa moderno, Bergoglio pretende ir corrigiendo los grandes errores y desmanes del pasado cometidos por la institución de Pedro, pero los avances van más bien lentos, ya que todo lo que suponga reformas a los ministros de Dios les huele al azufre que va dejando el Diablo tras de sí. ¿Cómo explicar si no tantos años de corruptelas y complicidades con el crimen organizado? El Instituto para las Obras de Religión, también conocido como Banco Vaticano, ha sido el epicentro de la corrupción en Italia, y en el mundo, desde los años ochenta. Para todo aquel que esté interesado en indagar en los escándalos financieros de la Iglesia puede consultar el libro Avaricia del periodista Emiliano Fittipaldi, que a buen seguro no le dejará indiferente. En esas páginas queda acreditado que todos los esfuerzos que hasta la fecha se han llevado a cabo para depurar las cloacas de la Santa Sede han resultado infructuosos, estériles, en vano.
Hoy la mafia que Francisco pretende erradicar está tan arraigada, tan instalada en los resortes del poder eclesiástico, que las imágenes, esculturas y tallas de los mafiosos son elevadas a los altares de las parroquias y veneradas como hombres santos en las iglesias de Nápoles y de las sagradas congregaciones de la Ndrangheta y la Camorra.
Al igual que el Templo de Herodes que Jesús puso patas arriba a latigazos estaba lleno de ganado pestilente, de especuladores y de tablas de cambistas, la Iglesia de Roma sigue infestada de criminales que han sustituido al Dios de siempre por el dios del dinero. Es buena noticia que Francisco haya decidido coger detergente y jabón para excomulgar a todos esos mafiosos que por la mañana se hincan de rodillas frente al altar, muy devotamente, y que por la noche ajustan cuentas, se dan a la ciega vendetta y le confeccionan un traje de cemento a algún pobre desgraciado. Pero a uno se le ocurre que el papa honrado tiene mucho trabajo por hacer para limpiar los pasillos que conducen al cielo. Así, si Bergoglio está dispuesto a desterrar de verdad a los mafiosos de su Iglesia, debería empezar por expulsar a tanto sepulcro blanqueado por va de piadoso y creyente por la vida y que por dentro, en la más pura omertá, lleva a un criminal redomado, no ya de los bajos fondos de la Cosa Nostra, sino del capitalismo salvaje, que es en sí mismo, la gran logia o sublimación de la mafia mundial.
Si no quiere que su trabajo quede a medio hacer, Francisco debería empezar por meter la máquina fumigadora de excomulgar a las grandes redes de corrupción que devastan y esquilman países enteros como España, por ejemplo; a los que se llevan el dinero a Suiza y Andorra, quitándole el pan a todo un pueblo; a los organizadores de los paraísos fiscales que esquilman la riqueza de una nación; a los políticos trincones y a los que sin serlo permiten el ladrocinio y la corrupción; a los reyes y monarcas que evaden al fisco mientras su país pasa por el duro trance de la pandemia y la enfermedad; y a aquellos que, en fin, están robando a manos llenas el futuro de los pobres.
Mafias hay muchas, tantas como golfos en el mundo, y si el papa sueña con una Iglesia mucho más limpia y justa, tendría que empezar primero por excomulgar a los señores del mal y de los fondos buitres que desahucian a tanto infeliz de sus casas; a los fulanos de las grandes compañías eléctricas que cortan el agua y la luz, sin misericordia, a los que no pueden pagar la factura del mes; y a los banqueros desalmados que en medio de una crisis nos cosen a comisiones solo por respirar.
Bergoglio tiene tarea por delante y mucho nos tememos que si de verdad empieza a excomulgar a maleantes, corruptos, sinvergüenzas y tarados del dinero el cielo va a quedar más vacío y solo que la una, mientras que el infierno se colapsará sin remedio como la UCI de un hospital privatizado de Ayuso. “Los mafiosos no están en comunión con Dios. Están excomulgados”, dice el papa. Demasiado criminal para un cielo tan pequeño.
Viñeta: Pedro Parrilla
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