viernes, 28 de enero de 2022

LAS OVEJAS DE CASADO

(Publicado en Diario16 el 28 de enero de 2022)

Pablo Casado lo ha vuelto a hacer. Ha cogido la maleta, ha subido a un coche y se ha plantado en una granja perdida de Castilla y León, o sea la España vaciada. Allí, ante un concurrido aforo lleno de ovejas, ha posado electoralmente para los fotógrafos de prensa y se ha dedicado a darle estopa al Gobierno sin ton ni son con su habitual panoplia de mentiras, bulos, manipulaciones y medias verdades.

En realidad, la polémica del ministro Garzón sobre las macrogranjas daba para un par de días de titulares y tertulias y pare usted de contar. Pero así es Casado, cuando toma una linde ya no hay quien pueda pararlo. El hombre ha visto cacho y filón en el temita y no le motiva otra cosa que las macrogranjas. Para él no hay otro asunto importante en este país, ni la situación económica, ni la corrupción (tiene muchos casos abiertos que afectan al PP coleando en los juzgados, pero de eso nunca habla) ni siquiera el conflicto en Ucrania que puede desencadenar la Tercera Guerra Mundial en cualquier momento. Macrogranjas, macrogranjas y nada más que macrogranjas. Por lo visto, ha debido creer que la ciudadanía está todo el día pensando en esta cuestión, cuando el asunto de la calidad de la carne ocupa el puesto 1.528 en el ranking de preocupaciones de los españoles. Pero él cree que esta es la bomba definitiva que puede acabar con Sánchez y va a explotarla hasta el final. Pobretico, dejémoslo con sus delirios que enseguida se le pasa.

Casado vive un constante día de la marmota (en este caso de la oveja) y ya no le interesa nada más, bueno sí, los fondos europeos, esa otra obsesión que lo tiene atrapado, esa otra ventolera que le da a menudo sin que nadie sepa muy bien por qué. ¿Acaso no es algo bueno para España que los señores del capital europeo se pongan espléndidos por una vez, abran el grifo del BCE y nos rocíen con 140.000 millones de euros que nos vendrán de perlas a los españoles? ¿No es un milagro que nos llegue todo ese chaparrón de dinero? Pues no, ahí está Casado, malmetiendo cada día para que nos quiten las ayudas. Qué chiquillo, qué desviado tiene el punto de mira de la estrategia política. Y en esas está. Cuando le asalta la neurosis contra el maná que tiene que llegarnos de la UE (una manía recurrente que solo entiende él) se da un garbeo por Bruselas, despotrica un rato ante los jerarcas comunitarios, se airea un poco, se toma unas chocolatinas de Brujas, que son relajantes, y otra vez para casa. Así funciona el jefe de la oposición. A impulsos, a arrebatos, a teleles. Pura visceralidad irracional, pura demagogia. Como cuando dice que las macrogranjas no existen ni contaminan pese a que todos los datos le desmienten y los habitantes de la España vaciada están hartos de la ganadería intensiva.

Pero eso de que el líder del PP se escape con frecuencia a las alquerías apartadas del mundanal ruido, como la cabra que tira al monte cada vez que tiene una idea brillante que comunicar al país, empieza a tener su lado freudiano. ¿A qué se debe esa manía irrefrenable que le ha entrado por andar todo el día en corraletas, chiqueros, pocilgas, establos, gallineros y vaquerías? ¡Sal de ahí, hombre, que te vas a poner perdidos los zapatos de charol! Hoy mismo el gran Javier Aroca ha sugerido con acierto que los chicos del Partido Popular se disfrazan sin pudor de rurales cuando tienen que ir al campo a rapiñar el voto de la España vaciada. Como son de natural pijo, llegada la hora de hacer campaña electoral, véase estos días en Castilla y León, salen corriendo a las boutiques caras de Madrid para comprar boinas de cuadros, botas y chalecos de pana y aparentar que son más de campo que un botijo. Creen que, de esta manera, pareciendo catetos, darán el pego, convencerán a los indecisos del agro y sacarán miles de votos. En realidad, esa forma de hacer campaña es una falta de respeto a los que viven en el interior, además de una estrategia ridícula y fallida, ya que las gentes del pueblo son sabias, no se las dan con queso tan fácilmente como ellos creen y cuando ven llegar a un señorito de ciudad travestido de Paco Martínez Soria, con el falso bastón y la gallina de plástico en una jaula, lo calan a la legua. O sea que les molesta que los tomen por tontos de provincias, de modo que acabarán votando a los de Soria ¡Ya!, paisanos de los suyos de toda la vida que cualquier día dan el sorpasso al PP.

Está claro que Casado ve al pueblo como un rebaño de borregos, por eso disfruta rodeándose de ganado lanar, lo cual que estamos ante una metáfora perfecta del populista demagogo que atrae a las masas y que empieza a dar mucha grima por lo que tiene de degradación de la democracia y de sí mismo. Ya dijo Tierno Galván que en política se está en contacto con la mugre y hay que lavarse para no oler mal. Lo malo es que el eterno aspirante a presidente está llevando el axioma del gran profesor demasiado lejos y empieza a dar claros síntomas de enganche y cuelgue peligroso al abono. Él insiste en meterse entre purines y estiércol, una y otra vez, para ejecutar el numerito circense del candidato concienciado con el mundo rural que sostiene una tierna ovejita entre sus brazos, como aquella Carmen Sevilla que reventaba las audiencias televisivas en los noventa. Obviamente, Casado aspira a ser la Carmen Sevilla de la política de hoy y ya sueña todo el tiempo con ovejas eléctricas, como los androides de Philip K. Dick. Seguro que por las noches se queda dormido contando borreguillos en los jardines de Moncloa. Algún día aprenderá que los animales tienen alma, son inteligentes y se coscan de todo. Por eso, cuando se deja caer por una macrogranja para hacer el teatrillo de variedades y dar la brasa delante de los pobres animales, sonrisa falsa de vendedor de dentífricos, las ovejas dejan de rumiar y se miran unas a otras extrañadas para preguntarse: ¿Pero de qué criadero ha salido este tío? Beee.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL EJÉRCITO DE SALVACIÓN

(Publicado en Diario16 el 27 de enero de 2022)

Por lo visto Abogados Cristianos ha editado una guía para adiestrar a los activistas antiaborto que tratan de convencer a las mujeres, a pie de clínica, de que no deben interrumpir su embarazo, según informa La Sexta. Hasta ahí nada que objetar, vivimos en un país libre donde cada cual puede publicar lo que estime oportuno, un folleto publicitario, una hoja parroquial, un manifiesto negacionista acientífico o un fanzine. La Constitución nos ampara a todos en el uso de la libertad de expresión. El problema surge cuando la iniciativa no solo se limita a informar al público (en este caso más bien a intoxicarlo con ideas religiosas, fanatismos, prejuicios políticos y bulos contra la medicina), sino cuando esa supuesta guía tiene como finalidad presionar (dejémoslo ahí) a las mujeres que toman una decisión soberana y legítima sobre su propio cuerpo. Es en ese punto donde empiezan a plantearse, inevitablemente, importantes cuestiones legales, morales y políticas, ya que ese tipo de campañas reaccionarias pueden atentar contra los derechos de la mujer.  

Pone los pelos de punta pensar que hay gente que va a estudiarse esa circular interna de la intransigencia para saber a lo que atenerse con la Justicia antes de empuñar una pancarta con alegorías medievalistas, echarse a la calle y hacer proselitismo ultracatólico con las técnicas del más agresivo coaching. Espeluzna imaginar a esos militantes de la intolerancia, a la luz del flexo, empollándose el Código Penal y los trucos del cuerpo a cuerpo con la Policía antes de llevar a cabo su tarea desinformativa. Todo esto es una gran desgracia para las mujeres que deciden abortar, que por si no tuvieran bastante con el problemón que les ha caído encima también tienen que aguantar a este grupo de teólogos moralistas salidos del siglo XV dispuestos a darles la turra y a echarles el Sermón de la Montaña sin ninguna compasión. Soportar a una de esas ursulinas con falda de catequista o a uno de esos mozallones repeinados con traje de mormón debe ser casi peor que enfrentarse a la ecografía y al bisturí, así que toda nuestra solidaridad hermanas.

El hecho de que la guía de Abogados Cristianos sea algo parecido a un manual de campaña o adiestramiento militar dirigido a los nuevos soldados de la sinrazón (un Ejército de Salvación mucho más radicalizado que aquel que fue fundado en 1865 por el pastor metodista William Booth y su esposa Catherine Booth) es lo que realmente debería preocuparnos, ya que demuestra el nivel de estructura, organización y fanatismo al que está llegando esta gente. En la práctica, lo que pretende el manual de marras es enseñar a los activistas hasta dónde pueden llegar en sus prácticas de comedura de coco ajeno sin meterse en líos con la Justicia, o sea, hasta dónde pueden apretar el potro de tortura ideológico que aplican a la mujer que aborta sin que esa maniobra de acoso y derribo para doblegar la voluntad de la víctima termine con ellos en el cuartelillo de la Policía o imputados ante un juez por acoso, extorsión, chantaje o amenazas.

Pero vayamos al contenido concreto de la guía. En el polémico folleto aseguran que no es ilegal rezar ante las clínicas, ni “informar a las mujeres y a sus acompañantes sobre lo que en realidad es un aborto”, ni ofrecerles “información escrita si la desean coger”. Y añade: “Si te acercas educadamente y sin ni siquiera tocar a la otra persona jamás se te podrá imputar un delito”. Los juristas de Abogados Cristianos recuerdan al activista que todo acercamiento a la mujer para intentar disuadirla debe hacerse “en actitud pacífica” y a “una distancia prudencial”. Hombre, este es un consejo de Perogrullo, señores letrados, ya que solo faltaba que los comandos antiabortistas rodearan a la víctima, en plan chulo o en manada, para intentar coaccionarla a saco. Hasta ahí podíamos llegar.

En otro párrafo se alecciona a los militantes antiabortistas sobre cómo actuar si la Policía les requiere la documentación o les ordenan que se alejen de inmediato del centro médico. Incluso se advierte al activista de que los agentes le pueden acusar de manifestación no autorizada, de modo que se aconseja a los prosélitos que se meneen mucho de acá para allá, que no se queden quietos y que se muevan más que los precios, o que Chiquito de la Calzada en una de sus actuaciones, para no infringir la ley. Ridículo, absurdo, esperpéntico.

Sin duda, la guía de Abogados Cristianos recuerda mucho a esos manuales de la guerrilla urbana que algunos muchachos radicales llevan en la mochila cuando salen en agitada manifestación y que les instruyen sobre qué técnicas o tácticas psicológicas deben emplear para esquivar a los antidisturbios, evitando así terminar entre rejas. En cualquier caso, la guía antiabortista estremece y confirma que todo vuelve, también las cruzadas y las guerras de religión. Esperemos que la constante deriva de los grupos reaccionarios ultrarreligiosos no termine en la hoguera, como cuando se perseguía a las brujas por toda Europa. Por eso hace bien el Gobierno en promover una Proposición de Ley para modificar el Código Penal y castigar con cárcel a quienes acosen, amedrenten o atosiguen a las mujeres a las puertas de las clínicas. Es una manera de que ellas se sientan protegidas en un momento trascendental de sus vidas.

A esta turba de aspirantes a monjillas y clérigos frustrados que se suman alegremente a la persecución contra la mujer (a la que deben odiar por causas y trastornos freudianos inconfesables) habría que decirles que están jugando con fuego. Porque una cosa es rezar y lanzar plegarias a las puertas de un hospital y otra muy distinta entrometerse en la intimidad de una persona para coaccionarla con técnicas psicológicas y manipuladoras propias de los tiempos de la Inquisición.  

Viñeta: Pedro Parrilla

LOS NIETOS DE FRANCO

(Publicado en Diario16 el 27 de enero de 2022)

La Justicia ha dado un duro revés a la familia Franco, que se había querellado contra los periodistas e investigadores participantes en un reportaje emitido por el programa de Mediaset El punto de mira en julio de 2018. De esta manera, la Audiencia Provincial de Madrid da la razón a la prensa libre de este país, ya que, según la resolución, el reportaje televisivo forma parte del “periodismo de denuncia” y está “amparado” por la Constitución. El auto, histórico desde el punto de vista de la jurisprudencia, es una muestra perfecta de cómo la democracia debe vencer al totalitarismo encarnado por una casta o clan familiar que se resiste a perder sus privilegios ancestrales.

Por lo visto a los nietos de Franco no les agrada que los periodistas anden hurgando en el pasado, en sus biografías y en sus fortunas, y no solo porque eso supone desenterrar la verdad, recuperar la memoria histórica y poner las cosas en su sitio, sino porque cuanta más información veraz e independiente sobre el franquismo salga a la luz pública más difícil lo tendrán ellos para seguir viviendo a cuerpo de rey, tal como ocurrió durante el cuarentañismo, cuando el régimen tejió una red clientelar corrupta para beneficio de una clase dominante. Durante la dictadura, Franco movía un dedo y colocaba a un amigo o pariente en el consejo de administración de una gran empresa, en un poderoso banco estatal o en tal o cual ministerio. Aunque aún arrastramos el lastre de toda aquella nefasta herencia política (ahí están los recientes casos de corrupción diseñados con los mismos métodos y patrones que se utilizaban en el franquismo), es evidente que los tiempos han cambiado y que a las grandes estirpes les resulta mucho más complicado levantar emporios a la sombra del poder.

La querella de los Franco iba dirigida contra Mediaset en la persona de su representante legal y contra los directores del programa, Juan Serrano y Lorena Correa. También contra los reporteros Pablo de Miguel, Juan Carlos González y Carla Sanz, así como contra los demás colaboradores: Carlos Babío –coautor del libro Meirás: un pazo, un caudillo, un espolio y testigo clave del juicio que devolvió el palacete gallego al Estado–; el escritor Mariano Sánchez Soler –autor de La Familia Franco S.A. y Los ricos de Franco; Javier Otero Badá, que sacó a la luz documentación bancaria sobre el dictador; y Jimmy Jiménez-Arnau (exmarido de María del Mar Merry Martínez-Bordiú, nieta de Franco y también querellante). “Estamos satisfechos de que la Justicia nos haya dado la razón, aunque han sido años de dura batalla en los tribunales. Todo lo que cuento en mis libros sobre los Franco está contrastado con documentos y cifras oficiales. No me invento nada, yo hago periodismo de investigación”, asegura Sánchez Soler.

Sin duda, hoy es un gran día para la democracia. El franquismo sale derrotado, como no podía ser de otra manera, en su intento por amordazar a la prensa libre e independiente. La Audiencia de Madrid concluye que no hubo calumnias e injurias contra los Franco, de modo que el caso queda archivado en la vía penal y sin posibilidad de recurso. Esta vez gana la democracia y pierde el régimen franquista, porque eso es lo que encarnan los nietos de Franco, el vago recuerdo y la pesadilla de aquella época negra de la historia de España que nunca debió haber ocurrido. Lo mejor de todo es que esta batalla no se ha ganado por la vía de la fuerza ni con una guerra civil, que es como el dictador usurpó el poder tras su infame golpe de Estado del 36, sino con el arma más decente y digna que haya alumbrado el ser humano: la ley emanada del pueblo, el imperio de la ley.

En efecto, los magistrados del tribunal concluyen que el artículo 20.1 de la Constitución Española, que ampara el derecho a “expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”, debe prevalecer sobre las pretensiones de la familia del dictador. Durante mucho tiempo, una sentencia de este tipo hubiese sido impensable en este país, ya que no había libertad, no había Justicia imparcial, no había jueces independientes, solo siniestros funcionarios al servicio de un régimen cruel, sangriento, criminal. En lugar de un ordenamiento jurídico al servicio del pueblo había un pequeño reyezuelo gallego de voz aflautada e instintos malvados que hacía ley de su santa voluntad. Fue así, gobernando como un Dios por encima del mundo, como el tirano amasó su inmensa fortuna y como miles de republicanos fueron despojados de sus bienes y propiedades antes de ser represaliados, encarcelados, ejecutados y vilmente arrojados a las cunetas.

Esta victoria legal no pertenece solo a los periodistas que han librado la batalla contra los descendientes de un régimen terrorista y genocida. Es una valiosa conquista de todos los demócratas, los que tuvieron la mala suerte de sufrir el yugo totalitario y los que hoy, en pleno siglo XXI, continúan con la lucha para defender el Estado de derecho frente a la amenaza fascista cada vez más inquietante. Desde la muerte de Franco, la democracia ha sido generosa con los herederos del dictador, quizá demasiado generosa, ya que en cualquier otro país que no fuese este se habrían abierto investigaciones, causas judiciales, procesos para devolver la herencia del sátrapa a sus legítimos dueños. Por el contrario, a los nietísimos se les ha permitido seguir con sus negocios, mantener su estatus social y conservar las propiedades que como el Pazo de Meirás fueron producto del expolio durante la infame dictadura.

Sin embargo, en lugar de estar agradecidos de que la democracia española haya pasado página sin pedirles cuentas ni auditorías, los Franco se dedican a tratar de callar y amedrentar, por la vía judicial, a los periodistas que no hacen otra cosa que buscar la verdad de lo que ocurrió en este país entre 1939 y 1975. Es evidente que siguen creyéndose especiales, intocables, impunes. Una casta privilegiada que se siente por encima del bien y del mal. No se dan cuenta de que, por suerte para los españoles, su tiempo ya pasó. No entienden que ya no son aquella familia todopoderosa de antaño cuyo patriarca y sus secuaces levantaban un teléfono y hacían temblar a quien estaba al otro lado. Y lo que es mucho peor: ni uno solo de ellos ha pedido perdón por los crímenes del abuelo.

Este país hace mucho que se despojó de ese miedo reverencial hacia los verdugos. A mi buen amigo Mariano Sánchez Soler, que lleva años dedicándose a la paleontología del franquismo tratando de recomponer el esqueleto de lo que fue la corrupción de aquella época, no puedo más que darle la enhorabuena, mostrarle toda mi admiración como profesional del periodismo de investigación y sentir cierta envidia sana hacia su obra. No solo ha exhumado los trapos sucios de los Franco, que estaban bien ocultos, sino que les ha ganado la partida donde más les duele: en los tribunales. Touché, maestro. Pocos pueden presumir de un trofeo tan preciado en su vitrina.

VOX VA CON PUTIN

(Publicado en Diario16 el 26 de enero de 2022)

Uno abre la página web de Vox para saber, por curiosidad, qué opinan los ultras españoles sobre lo de Ucrania, ¿y con qué se encuentra?: ni un solo comunicado de prensa, ni una sola referencia, ni una meridiana posición política sobre el asunto. No se pronuncian. Sin comentarios. Cri, cri, cri. En el portal digital de los nostálgicos supremacistas se habla de todo, de caza, de toros, de los menas, del pin parental, pero ni media palabra sobre la crisis ucraniana. Es como si para Vox no existiera el lío monumental que mantiene en vilo a la humanidad.

Desde que entraron en el Parlamento como un grupo de cromañones con traje y corbata, garrote al hombro, los señores de la extrema derecha española se han mostrado declaradamente negacionistas. Lo han negado todo, la violencia machista, los derechos de los inmigrantes y las personas homosexuales, las vacunas, la pandemia y la realidad misma. Por lo visto, ahora también niegan que estemos a las puertas de la Tercera Guerra Mundial. Los misiles de Kaliningrado sobrevolarán nuestras cabezas, fiu fiu rumbo a las bases yanquis de Morón y Rota, y seguiremos sin saber en qué bando está esta gente. Los tanques de Putin atravesarán Europa, arrasándolo todo a su paso, y Santiago Abascal guardará un oscuro silencio, Ortega Smith seguirá con la cantinela del Peñón de Gibraltar y Macarena Olona andará con lo suyo, o sea la matraca de la “guerra cultural”, un término difuso que no entienden ni quienes les votan. Sin embargo, de posicionarse ante el mayor conflicto internacional desde el final de la Guerra Fría, de definir ante la opinión pública si son atlantistas o pro rusos, nada de nada. No lo verán los ojos de los españoles.

¿Pero por qué Vox mantiene una posición ambigua, poniéndose de perfil, en un tema tan trascendental para el mundo? Sencillamente porque aunque siempre han sido putinistas (simpatizantes de Putin, que no se nos entienda mal), confesarlo ahora, justo cuando se está gestando una guerra nuclear, no es bueno para el negocio, resulta impopular y resta votos. Los líderes voxistas, con la boca pequeña, dicen respetar la soberanía de Ucrania, pero en la práctica no respaldan las decisiones del Gobierno Sánchez, que a fin de cuentas sigue las directrices de Joe Biden, de la OTAN y de la Unión Europea. Esta incoherencia o doble moral es propia de los movimientos populistas.

Cuando Jiménez Losantos le preguntó a Abascal si se había vacunado ya, el Caudillo de Bilbao se negó a contestar precisamente por la misma razón, para no perder masa electoral en el submundo ultra. Ahora que está a punto de estallar un conflicto global de incalculables consecuencias, el líder ultraderechista se guarda esa otra carta bajo la manga, aunque todos sabemos que en Vox siempre han estado al lado de gañanes autoritarios como Trump, Bolsonaro y el propio Putin. Es algo conocido que, en sus inicios, el partido verde mantuvo estrechos contactos con Steve Bannon, el gran asesor trumpista, y que entre el expresidente norteamericano y el líder ruso siempre hubo buena sintonía política porque ambos estaban en la misma onda posfascista. Ahora Vox paga haber sido rehén de esas malas compañías. Si apoya a Putin, va contra los intereses de España, contra Estados Unidos, contra la OTAN y contra la UE. Si se desmarca, queda mal con sus amigos de la internacional populista. Están atrapados entre dos fuegos.  

Lógicamente, cuando los periodistas los abordan para preguntarles por el tema de Ucrania en los pasillos de las Cortes, algo tienen que decir a su parroquia, que sigue esperando órdenes y consignas para situarse a uno u otro lado de la trinchera, ya sea al lado de Washington o con Moscú. Ayer mismo, Espinosa de los Monteros daba un maravilloso ejemplo de incoherencia, de trilerismo político y de cómo echar balones fuera cuando la prensa le apretó para que se posicionara al respecto. Al ser interrogado, el portavoz de Vox se limitó a poner en marcha el ventilador de la demagogia para desviar la atención y se defendió alegando que al menos ellos no van firmando pactos secretos con el Partido Comunista de Chino, como sí hace el Partido Popular. Pero hasta ahí. A esta hora los votantes voxistas siguen sin saber si son aliadófilos y amigos de la OTAN o se alinean con el nuevo Pacto de Varsovia (Rusia-China-Irán) impulsado por el Kremlin. Mientras tanto, el secretario general del PP, Teodoro García Egea, aprovecha para erosionar a su competidor en la carrera por la hegemonía de la derecha española: “Hay que ser pro Unión Europea”, sugiere. Un buen movimiento táctico de Don Teodoro, hay que reconocerlo y sin que sirva de precedente.

Asistir a una reunión interna de Vox estos días debe ser un espectáculo impagable. ¿Y nosotros con quién vamos? ¿Qué hacemos? ¿Dónde nos posicionamos, con los yanquis, con China y los herederos de la Unión Soviética, nos declaramos neutrales?, deben preguntarse con los brazos abiertos, el cuello encogido y mirándose unos a otros. Todo en ese partido despide un humo estupefaciente que tira para atrás, por no decir que estamos ante un porro de partido. Hasta donde sabemos, Vox es un proyecto profundamente antieuropeo que mantiene relaciones con grupos fascistas del viejo continente (también ucranianos). Precisamente el próximo fin de semana se va a celebrar en Madrid una gran cumbre facha que bajo el eslogan “Defender Europa” busca relanzar el proyecto ultraderechista. Está previsto que Santiago Abascal sea el anfitrión de ese congresillo internacional que reunirá al primer ministro húngaro, Viktor Orbán (mamporrero oficial de Putin en la UE), al líder de Polonia, Mateusz Morawiecki (contrario al expansionismo ruso), y a Marine Le Pen (esta apoya las ansias territoriales de Moscú en Ucrania y Crimea), entre otros personajes siniestros de la fauna ultra continental. Últimamente húngaros y polacos están a la gresca precisamente por las injerencias rusas en todas partes, así que el fastuoso sarao reaccionario organizado por Abascal peligra. La sólida internacional populista empieza a resquebrajarse precisamente por las discrepancias entre quienes están con Putin y los que se desmarcan del tirano de Leningrado. ¿Qué piensa hacer el señor Abascal?

Viñeta: Pedro Parrilla

A SIBERIA

(Publicado en Diario16 el 2 de enero de 2022)

Cuando a Putin le falla un ministro o funcionario del Kremlin lo envía a Siberia directamente y sin piedad. Pedro Sánchez los pone ante el pelotón de fusilamiento de la prensa, o los deja caer, o simplemente los desautoriza fuera de cámara para que ellos mismos se hagan el harakiri político. Al final, Margarita Robles, que iba para gran mariscala de campo en la guerra de Ucrania, ha terminado degradada al rango de cabo furriel. Son las primeras bajas de la Tercera Guerra Mundial. Y eso que llevamos dos días de conflicto bélico. Cuando hayan pasado dos años solo quedará Sánchez, en plan Napoleón, mano en el pecho y espada en ristre frente a todo el Imperio Ruso y a su destino fatal.

Lo de Robles era más que evidente que no se sostenía por ningún lado. La ministra se pasó tres pueblos (tanto que llegó a Sebastopol) al anunciar el envío de fragatas, aviones y tropas al Mar Negro, pero medio país se le ha echado encima y el Gobierno ha tenido que replegar velas. Más vale perder una batalla y retirarse a tiempo que perder la guerra entera. Ayer, la titular de Defensa se rectificó a sí misma ante los periodistas (o más bien la rectificaron). Después de que el presidente la llamara a capítulo (debieron montarle un consejo de guerra en Moncloa de padre y muy señor mío), el ardor guerrero de la ministra se enfrió de forma notable. El lenguaje belicoso de las primeras horas (Robles sobreactuó hasta parecer más otanista que los generales del Pentágono) dio paso a unas declaraciones mucho más atemperadas y prudentes, que era lo que tocaba desde el principio teniendo en cuenta que estaba en juego ni más ni menos que un conflicto nuclear a gran escala. Tras la bajada de pantalones ministerial, ahora de lo que se trata, según Robles, es de “trabajar por la paz”, una afirmación que quizá (y no queremos ser agoreros) llegue demasiado tarde.

La aclaración de la ministra, producto sin duda del rapapolvo del Alto Mando monclovita, no hay quien se la trague. Por la paz se trabaja dando la brasa en la ONU, estrechando manos con diplomáticos del país enemigo o enarbolando banderas blancas en una pacífica manifestación ciudadana, no enviando la fragata Blas de Lezo, con sus cañones al viento, a la zona en conflicto. ¿Qué pensarán en los submarinos nucleares de Putin cuando levanten el periscopio y vean llegar a los alegres marineritos españoles a las aguas del Mar Negro? No los tomarán como hermanitas de la caridad precisamente, ni como enviados de una oenegé pacifista. Más bien los identificarán como peligrosas fuerzas hostiles. Normal.

Así las cosas, no extraña el inquietante comunicado que ayer mismo emitió Moscú para valorar las últimas noticias sobre la crisis en la frontera oriental. Un mensaje con el que el Kremlin acusaba a la OTAN de estar acumulando tropas en la frontera, al tiempo que colocaba a España en la diana como país proyanqui, rabiosamente atlantista y enemigo de Rusia. La que has liado Margarita.

Obviamente, el cambio de rumbo o viraje en la estrategia de la ministra no solo tiene que ver con la llamada al orden de Sánchez, sino con las fuertes presiones que Unidas Podemos ha ejercido sobre el ala socialista del Gobierno. Pablo Iglesias abrió el fuego desde las baterías mediáticas al asegurar que “no hay que ser ni pro ruso ni pro Estados Unidos, hay que ser pro paz”. Además, acusó a Robles de tomar “por tontos a los españoles” al tratar de convencerlos de que vamos a Ucrania a hacer una “guerra humanitaria”, una afirmación que recordó cuando el mejor Forges dijo aquello de que no hay guerras justas y guerras injustas, solo hay malditas guerras. Está claro que Iglesias sigue ostentando la posición de gran macho alfa de la izquierda española (ya no desde las tribunas políticas, pero sí desde los púlpitos radiofónicos) y su arenga pacifista terminó de movilizar a las huestes podemitas, que ayer dieron la última estocada a la titular de Defensa. El coportavoz de Podemos, Pablo Fernández, constató que el Gobierno ha “rectificado y cambiado el tono” al pasar de movilizar cazas y buques a hablar de “desescalada y diálogo”, una posición política más acorde con el “país del no a la guerra”. Y el propio Pablo Echenique se permitió hacer un chascarrillo ingenioso en Twitter al comparar las tesis e ideas de Robles con las que mantendría el mismísimo Aznar: “Mirusté, yo y aquí my good friend Bush somos unos convencidos del ‘no a la guerra’, pero no podemos mirar hacia otro lado con las armas de destrucción masiva de Sadam”.

Tras la ofensiva podemita, Sánchez, que otra cosa no, pero huele el peligro a distancia como un lobo estepario, vio cómo los peores fantasmas de la guerra de Irak que en su día acabaron con el aznarismo se revolvían también contra él. Fue entonces cuando visualizó las calles de Madrid rebosantes de ciudadanos indignados enarbolando pancartas, levantando manos pintadas de rojo y gritando “no a la guerra”. Y sobre todo se vio a sí mismo en la cola del paro tras perder las próximas elecciones. Ágil de reflejos como aquellos francotiradores apostados entre las ruinas de Stalingrado (y perdón por el símil bélico), el presidente entendió que su ministra no había leído correctamente la situación internacional, la actual coyuntura mundial, como suele decirse, o en otras palabras: Margarita la había cagado y ahora España estaba en el punto de mira de los misiles de Kaliningrado. Nada, una broma. Fue así como el premier socialista fue consciente del desastre y decidió, a la mayor urgencia posible, pasar a la acción y matizar la posición del Gobierno respecto al conflicto de Ucrania.

De momento el golpe de timón de Sánchez ha servido para salvar, por enésima vez, el Gobierno de coalición con Unidas Podemos, aunque ya no podrá evitar que rompamos relaciones con la Madre Rusia ni que la KGB nos ponga en un lugar preferente en la lista negra de enemigos irreconciliables. Tras este lamentable episodio solo vamos a conseguir que los rusos nos corten el suministro de gas por aliados de los yanquis (condenándonos a un duro invierno albaceteño), y que los hackers y piratas informáticos de Putin, maestros de la ciberguerra, empiecen a jugar con los ordenadores del Estado español como un niño travieso con su videoconsola. El caos lo tenemos más que asegurado, y todo por una señora que quiso darse el placer de jugar a la guerra por unas horas. Lo más curioso de todo es que han pasado varios días y la mujer sigue sin presentar la dimisión. Si fuera rusa ya estaría en Siberia.

Viñeta: Alejandro Becares

LA PRENSA BELICISTA

(Publicado en Diario16 el 25 de enero de 2022)

Llama poderosamente la atención comprobar cómo la prensa española se ha subido alegremente al barco de la OTAN en los preámbulos de la guerra en Ucrania. Ya no se trata de que a una ministra como Margarita Robles le entre de repente el ardor guerrero, se ponga cachonda con los tambores atlantistas y coloque a España en la primera línea de combate en el Frente Ruso (por momentos da la sensación de que esta señora tiene más ganas de lío que el propio Putin), sino de que reputados periodistas, hombres y mujeres con carrera, con inteligencia y con capacidad de análisis, se hayan posicionado a las primeras de cambio en el bando intervencionista. Y no son pocos. Da lo mismo si se trata del prestigioso grupo Prisa o de los rancios periódicos de la caverna: la mayoría de las grandes firmas de este país apoyan la descabellada idea de enviar fragatas y tropas al Mar Negro como si no hubiera otra solución al conflicto ucraniano. A todos esos furibundos plumillas otanistas solo les falta empuñar la bandera de las barras y estrellas, como un yanqui más, y echarse a la calle con ímpetu al grito de “¡a la guerra, a la guerra!”.

Pero si produce cierto estupor asistir al triste espectáculo de supuestos intelectuales haciendo sumiso seguidismo de los postulados de Estados Unidos y la OTAN (lo fácil es repetir como un papagayo las consignas que va lanzando Biden desde la Casa Blanca sin hacer el más mínimo esfuerzo de reflexión o crítica) más bochornoso aún es tener que escuchar los argumentos falaces que se esgrimen para justificar la estrategia belicista. El primero de ellos, y que se está repitiendo hasta la saciedad, es que la Alianza Atlántica tiene derecho a defenderse ante un ataque inminente, con lo cual España, como socio que es, no puede hacer otra cosa que meterse también en las trincheras. Rotundamente falso. Lo que consagra el artículo 5 del tratado de la OTAN es el principio de defensa colectiva, piedra angular de la organización, que estipula claramente que una agresión contra uno de los aliados se considerará una afrenta contra todos. Hasta donde se sabe, Ucrania no es miembro del club atlantista (ha solicitado el ingreso, pero está en trámites), de manera que por ahí vamos mal en el discurso, ya que estamos retorciendo la carta fundacional para adaptarla a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos.

Por tanto, enviar tropas a la frontera ucraniana va contra el espíritu mismo de la OTAN, que debe ser siempre defensivo, nunca ofensivo. Mucho más coherente ha sido la postura de Alemania, que acaba de anunciar que no suministrará material militar al régimen de Kiev, apostando por agotar la vía de diálogo hasta el final. Qué envidia la posición madura, sensata y prudente de la ministra de Defensa alemana, Christine Lambrecht, respecto a su guerrillera homóloga española, a la que le faltó tiempo para ponerse el casco y el chaleco antibalas y enviar la chalupa Blas de Lezo a la zona. Pare un poco, señora Margarita, que Ucrania ha estado ahí miles de años y no se la va a llevar nadie. Recapacite, reúnase con la Plana Mayor del Ejército y con los expertos analistas, medite la situación, haga un poco de trilerismo diplomático (que para eso se inventaron las embajadas), dé largas si hace falta y tómese estas cosas con cierta calma, que meterse en un follón (nada menos que contra la superpotencia nuclear rusa) no es cualquier cosa. Y si no que se lo pregunten a Aznar, que nos arrojó al avispero iraquí, poniéndonos en el objetivo y en primera línea de fuego, y así nos fue.

Las guerras se saben cómo empiezan, pero nunca como acaban. A ver si con tanto correr vamos a ser los primeros en llegar al Mar Negro y no van a estar ni los marines, consumándose otro espantoso ridículo internacional español. Lo mismo llega doña Margarita al frente, prismáticos en mano cual general Patton de León, y se da cuenta de que allí no hay nadie. A ver cómo le explicas luego a Putin, un señor con muy mala leche, que estamos de maniobras orquestales en la oscuridad en las faldas de los Urales. Eso es jugar con fuego con un tipo como el Ogro de Moscú que se las sabe todas y apunta cada cosa en su Moleskine de la KGB, de manera que para desgracia nuestra España ya está la primera en la lista negra de objetivos para cuando haya que lanzar los misiles de Kaliningrado. Hasta la misma Robles se dio cuenta de que fue demasiado lejos y horas después se vio obligada a matizar la posición del Gobierno español, que por lo visto ahora consiste en “trabajar por la paz”. Sí, sí, eso cuénteselo usted a los vejestorios huraños del Kremlin que a esta hora señalan con el dedo, en el mapa, las bases de Morón y Rota. Sin duda, el mal ya está hecho producto de la incompetencia de una mujer atropellada que no está para dirigir guerras mundiales.

Pero hay otras patrañas y argumentos que la prensa oficialista española ha comprado a la ligera en un sonrojante ejercicio periodístico de brocha gorda. Por ejemplo la tesis de que esta no será una guerra convencional, sino una escaramuza propia del siglo XXI, como si Washington y Moscú fuesen a jugarse la hegemonía del mundo a la Play. Que esto es una guerra, compañeros, tíos, troncos, y en las guerras muere gente, hay sangre y cuerpos descuartizados por todas partes y los países en conflicto quedan hechos una braga. O si no esa otra coartada de que está en juego la libertad. ¿La libertad de quién? ¿De Ucrania, un país de claros tics autoritarios donde la corrupción campa a sus anchas? A otro perro con ese hueso.

Por otra parte, sí es verdad que Putin presenta claros síntomas de megalomanía, de zarismo autoritario y psicopático, de delirio de grandeza expansionista y hitleriano, y que anhela hacer realidad el viejo sueño de una Gran Rusia. Razón de más para no tocarle los soberanos siberianos al loco. A un tipo así, dispuesto a apretar el botón nuclear y enviar el planeta al garete, no se le puede soliviantar. De manera que volvemos al punto de partida inicial: diplomacia, diálogo, respeto al adversario y mucho tacto. En ese sentido, lo mejor que puede hacer la OTAN es sentarse a negociar con el psicópata y darle garantías de que Ucrania se convertirá en zona desmilitarizada, algo así como un cinturón de seguridad para que los rusos puedan dormir tranquilos por la noche, tanto como los yanquis desde que saben que en Cuba no hay ojivas atómicas de la época soviética. Si Biden firma ese papel, mañana mismo el Ejército putinesco recoge los bártulos, mete los tanques en las fundas, se vuelve para los cuarteles de invierno y aquí paz y después gloria. Claro que para eso hace falta lo más importante: un líder norteamericano fuerte y seguro de sí mismo. No un vejete que está para sopitas y que hace lo que le dicen los halcones del Pentágono y los ejecutivos desalmados de Halliburton. Pero de eso no habla la canallesca española. Por algo será.

Por Iñaki y Frenchy

lunes, 24 de enero de 2022

NO A LA GUERRA

(Publicado en Diario16 el 24 de enero de 2022)

Washington y Moscú recaban aliados para el último combate de la raza humana. Los misiles apuntan a los blancos estratégicos, los submarinos atómicos (agazapados en el mar) esperan la orden del generalote trastornado de turno y los ejércitos aguardan el momento de entrar en el cuerpo a cuerpo, sobre el terreno, en el Frente Ruso. Estamos ante la peor crisis diplomática en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Da igual lo que ustedes estén haciendo o lleven entre manos. Déjenlo, no merece la pena. La Tercera Guerra Mundial parece ya inevitable. No importa si están pensando en pintar el salón de la casa, en planear un viaje al pueblo o en pedir un préstamo al banco. No tiene sentido, se acabó el tiempo.

Los señores de las grandes superpotencias han decidido que lo de Ucrania va a ser la madre de todas las batallas, el cañonazo final del mono desnudo, y no van a dar un paso atrás por mucho que sobre el ser humano planee la sombra del apocalipsis nuclear. Bah, señor Antequera, exagera usted, dirán algunos. Pues no, ni lo más mínimo. Esta guerra va a librarse sí o sí y nada ni nadie la va a detener. Recuerde el ocupado lector de esta columna cómo empezaron los dos conflictos bélicos mundiales que arrastraron al mundo al infierno. El teatrillo de las cumbres y conferencias de paz que no sirvieron para nada, los tratados y alianzas secretas, el confuso ruido propagado por unos medios de comunicación que tomaron posiciones por uno u otro bando en función de politiquerías absurdas o intereses mediáticos. Y en medio de la trinchera, como siempre, los pacifistas ridiculizados y silenciados pese a que son los únicos que ponen algo de cordura. La primera víctima de una guerra es la verdad, ya lo dijo el congresista yanqui aquel.

En el asunto de Ucrania confluyen factores de orden personal, político, económico y militar muy similares a los que desencadenaron las dos guerras anteriores: la locura de un dictador expansionista que sueña con hacer realidad sus más lúbricos delirios de grandeza, en este caso Putin con su viejo anhelo de la Gran Rusia construida con estados satélites orbitando a su alrededor; el miedo de los viejos imperios a derrumbarse estrepitosamente y para siempre (por ejemplo Estados Unidos, un gigante con pies de barro que se debate entre la democracia y el fascismo trumpista); la poderosa industria armamentística ávida por gastar los arsenales que se están quedando obsoletos; las economías estatales totalmente arruinadas por un desastre global sin precedentes (en el siglo XX fue el crack y la decadencia del colonialismo expansionista, hoy los efectos devastadores de una pandemia sin fin). En medio del caos resurge el canibalismo latente del ser humano.

Y a todo ese polvorín, a todo ese volcán que ha vuelto a entrar en erupción, viene a sumarse la crisis cultural en Occidente, el derrumbe de las ideologías, la irrupción de movimientos ultranacionalistas que aprovechan para echar más leña al fuego e intoxicar a la opinión pública con filosofías destructivas, patriotismos de opereta y odio, mucho odio. Es la historia que se repite, primero como gran tragedia, después como una miserable farsa, ya lo advirtió Marx.

La diplomacia ha fracasado, se impone la disuasión, como en los peores años de la Guerra Fría. Pero la disuasión es la técnica primitiva consistente en tratar de intimidar al enemigo mostrando más fuerza, un plumaje más colorido y miembros sexuales más potentes. Es la ley de la jungla en su más pura esencia, una forma prehistórica de solucionar conflictos territoriales entre miembros de una misma especie, pero de un modo peligroso, ya que en cualquier momento salta la chispa, se enciende la mecha de la violencia y corre la sangre. Solo falta el casus belli que proporcione la excusa perfecta a ambas partes para iniciar la masacre y la extinción total. Ya ocurrió en 1914, cuando un terrorista bosnio lanzó una bomba contra el archiduque Francisco-Fernando y su esposa en Sarajevo. Volvió a suceder en 1939, cuando Hitler invadió Polonia. Hoy el nuevo detonante es Ucrania, un país rico en combustible, en yacimientos minerales y otros recursos naturales. Una perla en bruto, una mina de oro aún por explotar. Putin la desea más que nada en el mundo porque es fuente de riqueza y porque sabe que, cerrando el grifo del gas, Europa entera colapsará de frío y miseria. Más allá de meter en cintura a los ucranianos, el Oso del KGB tiene un solo objetivo entre ceja y ceja: frenar la expansión de la UE hacia el este, paso previo hacia la ampliación de la OTAN que pone los pelos de punta a los jerarcas de Moscú.

Prepárense pues para un aluvión de análisis, tertulias televisivas y grandes titulares de prensa abonando la guerra, como ya ocurrió tantas veces. También para una avalancha de declaraciones de políticos que hasta ayer ni siquiera sabían situar Kiev en el mapa. Tratarán de convencerles de que los planes de Putin son inadmisibles, de que no hay otra salida que pararle los pies al tirano porque la libertad está amenazada, de que Ucrania tiene derecho a decidir su futuro en Europa. Patrañas y monsergas. Esta guerra no tiene nada que ver con la defensa de la democracia. Aquí ya no hay buenos ni malos, como en el 39, cuando Hitler trataba de instaurar el horror de un Tercer Reich racista e inhumano que durara mil años. Esto es la lucha a muerte de dos imperios que se desmoronan, la pelea de dos dinosaurios dispuestos a morir matando mientras emerge el nuevo rey del planeta: China.

Por descontado, tratarán de ridiculizar al movimiento pacifista, la única posición coherente, filosófica y humanamente, ante el holocausto planetario que se avecina si la Casa Blanca y el Kremlin aprietan el boto rojo del Armagedón. No importa, los de la no violencia estamos preparados para soportar las burlas, los insultos, los desprecios de aquellos que hoy se suben alegre y enloquecidamente al tanque de la guerra. Moriremos como todos, sí, pero con la conciencia tranquila.

“Estaremos del lado de los aliados de la OTAN en la disuasión”, dice con cierta frivolidad el ministro Albares. “Ponga orden en su Gobierno”, espeta un belicoso Casado (este seguirá haciendo demagogia cuando ya no queden ni las ruinas tras el invierno nuclear). El cascarón de hojalata Blas de Lezo enarbola la rojigualda y pone rumbo al Mar Muerto en otro espectáculo ridículo de la diplomacia española. Nadie puede detener la fiebre mortal que se apodera de todos como un maldito coronavirus. Cuando la maquinaria de la guerra se pone en marcha, resulta imparable. Blasco Ibáñez tenía razón: jamás podremos librarnos de los cuatro jinetes del Apocalipsis, el Hambre, la Peste, la Muerte y la Guerra.

Estamos a cinco minutos del fin del mundo. Y esta vez no tenemos a los intelectuales de talla del siglo XX (solo disparatadas influencers y youtubers que no saben leer ni escribir). No hay verdades absolutas ni héroes dispuestos a salvar al soldado Ryan. Solo oscuridad, ruido y una gran ceremonia de la estupidez. Así que no hagan planes, abandonen cualquier esperanza en el futuro y recen lo que sepan si son creyentes o lean a los clásicos si perdieron la fe. Porque hoy puede ser el último día del final de los tiempos. En riguroso directo, en prime time y con smart TV. Tremendo show.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA TERCERA GUERRA MUNDIAL


(Publicado en Diario16 el 21 de enero de 2022)

Lo de Rusia con Ucrania se está poniendo feo. Da la sensación de que Biden y Putin dan por cerrada la vía diplomática, entrando en la fase de la disuasión, es decir, los dos gorilas golpeándose en el pecho para parecer más machos antes de enzarzarse en el combate final. Las noticias que llegan del frente ruso son cada vez más inquietantes. Moscú ha movilizado a más de 100.000 soldados en la frontera ucraniana (un tercio de sus fuerzas armadas), así como aviones de combate y barcos en Crimea. Por su parte, el secretario general de la OTAN admite que el riesgo de guerra en Europa es “una posibilidad real”, mientras los ejércitos de la Alianza Atlántica se encuentran en estado de máxima alerta. Si a esto unimos que China e Irán toman partido por Rusia y que la UE se alinea inevitablemente de lado de los norteamericanos, el escenario solo puede ser calificado de máximo riesgo para la seguridad global.

Cada hora que pasa es más evidente que las partes en conflicto han optado por la estrategia de la escalada, el miedo, la tensión y el lenguaje prebélico. Un escenario diabólico que no se vivía desde el final de la Guerra Fría. Es difícil que este episodio de Ucrania no nos recuerde a lo de Bahía de Cochinos de 1961, cuando el mundo estuvo a un paso del apocalipsis. Sin embargo, los analistas más sesudos descartan que vaya a haber una guerra convencional. A fin de cuentas, estamos en el siglo XXI, las incursiones bélicas se hacen por aséptico ordenador (que así la sangre mancha menos) y tras la experiencia de dos conflagraciones mundiales ambos bloques saben que una guerra nuclear sería la última, ya que la siguiente se haría con palos y piedras, tal como predijo Einstein.

Sin embargo, no tenemos garantía alguna de que ninguno de los dos personajes de esta penosa historia, Biden y Putin, sepan parar a tiempo. El primero es un hombre al final de sus días que a buen seguro se queda dormido en las reuniones con los generalotes del Pentágono en el Despacho Oval. Un frágil gorrión en manos de los halcones, de los empresarios armamentísticos y de los petroleros de Halliburton que sueñan con poder usar las ojivas atómicas antes de que terminen oxidándose en los arsenales de Houston. Del líder ruso qué podemos decir: es un tipo frío y calculador, un auténtico psicópata que en sus años de espía de la KGB seguramente hizo mil y una fechorías contra la CIA a uno y otro lado del Telón de Acero. Así que el futuro de la raza humana se lo van a jugar entre un vejete senil que se entretiene con los misiles como un jubilado con las fichas del dominó y un sicario de la violencia. ¿Qué puede salir mal?

Por descontado, la población mundial permanece ajena a las reuniones de emergencia y a lo que estos dos personajes se estén diciendo a través del Teléfono Rojo. Todo se mueve con el máximo secretismo, de modo que nos enteraremos de lo que pase cuando los misiles estén volando sobre nuestras cabezas. Y todo por un puñado de separatistas prorrusos de Donetsk y Lugansk, dos lugares remotos que ni Dios sabe dónde están.

A todo esto, ¿cuál es la posición de nuestro país? De nuevo, cumplimos con el papel de mayordomo o lacayo del Tío Sam. Cada vez que el mundo hace la guerra, España hace el ridículo. Ayer mismo, la ministra de Defensa, Margarita Robles, anunció que el Gobierno Sánchez enviará una fragata al Mar Negro y valora destinar cazas (¡a Bulgaria!) “en 3 o 4 días”. A doña Margarita de repente le ha entrado el ardor guerrero y se ha puesto muy brava y muy en plan Rambo con el casco, el chaleco antibalas y la pintura de camuflaje, que está de rebajas. Lamentable la postura del Ejecutivo de coalición. Cabría preguntarse si entre tanto ministro no hay uno que sea pacifista y diga alto y claro que esta escalada bélica, como todas, es una auténtica locura. De los sociatas ya no esperamos nada, Felipe nos metió en la Alianza Atlántica (aquello de “OTAN de entrada salida” que acabó con otro engaño más del PSOE) y tenemos que ser consecuentes con lo firmado en el papel. Ahora bien, ¿dónde están los de Podemos, los neutrales, los del “no a la guerra” que deberían añadir un poco de cordura a esto antes de que volemos todos por los aires?

Nuestra participación en la OTAN se limita a poner bases y aeropuertos con alfombra roja a los marines, o sea que somos los gasolineros del imperialismo yanqui. Si al menos nos echaran una mano cuando el rey de Marruecos se pone flamenco tendría una lógica, un pase, pertenecer a ese siniestro club militar. Pero ya hemos visto que no nos sirve ni para eso. Aquí cada vez que estalla una crisis en la frontera marroquí nos quedamos más solos que la una y al final el Tío Sam siempre se pone de lado del sátrapa de Rabat. Aún estamos esperando que los estadounidenses nos pidan perdón por haberse olvidado de nosotros cuando limpiaron Europa de nazis. Se conoce que Eisenhower era despistado y se le traspapeló España en el paseo triunfal aliado por el viejo continente. O a lo peor es que hacía buenas migas con Franco porque en el fondo ambos se entendían en lo político y en lo personal. Quién sabe.

Una vez más, nos meten en una guerra que ni nos va ni nos viene (como cuando lo de Irak), las bases de Rota y Morón en alerta máxima, a la espera de que nos lluevan los pepinos de Putin, y todo porque en más de cuarenta años de democracia no hemos tenido el valor suficiente para decirle a los americanos aquello de Yankees Go Home. El español es amable, hospitalario y de natural pacífico y nunca va a la guerra contra nadie y menos contra la madre Rusia, que fue la única nación que acogió a los niños republicanos cuando la franquistada. Aquí somos más de guerras civiles que internacionales. Lo que nos pone de verdad es matarnos entre nosotros, así que no tenemos por qué ir a pegar tiros a Ucrania, ni al Frente Ruso, ni a ninguna parte. Con el frío que hace y con el barro tan pegajoso y sucio que hay por allí, un barrizal que hasta Napoleón se quedó pegado y embarrancado. Quita quita, guerra mala, pupa, caca.

De esta movida de Ucrania los españoles solo sacaremos desgracias, rencillas internas entre intervencionistas y pacifistas y un facturón de la leche, que con tanto corte de suministro la luz y el gas se van a poner por las nubes. Además, estamos en pandemia y hay que mantener la distancia de seguridad con el enemigo. Nada de cuerpo a cuerpo que luego suben los contagios. Ya lo dijo Gila: “Es lo malo que tienen las guerras, que tienen un peligro…”

Viñeta: Iñaki y Frenchy

BREIVIK EL NAZI

(Publicado en Diario16 el 20 de enero de 2022)

El tiempo pasa y borra la memoria, pero los focos de la actualidad vuelven a apuntar al olvidado Anders Breivik, aquel fascista noruego enloquecido que en 2011 protagonizó una de las peores matanzas terroristas que se recuerdan en Europa. Primero, el tipo mató a ocho personas con un coche bomba en Oslo; más tarde se dirigió a la isla de Utoya, donde atacó un campamento juvenil del Partido Laborista y acabó con la vida de otras 69. La imagen horrible de las víctimas arrojándose al mar e intentando huir a nado del asesino, que disparaba contra todo lo que se movía, aún permanecen frescas en nuestra retina.

Estos días el monstruo le ha pedido la libertad condicional al tribunal competente que debe decidir sobre su situación penitenciaria. Y lo ha hecho al estilo nazi, brazo en alto, saludo hitleriano y un provocativo y macabro mensaje para la sociedad: “Parad el genocidio contra las naciones blancas”. Paradójicamente, el sujeto dice que él ya no es el mismo desde aquel trágico día en que decidió empuñar el fusil de asalto para dar rienda suelta a su instinto genocida, salvaje y criminal. “Me lavaron el cerebro”, dice tratando de convencer al juez, aunque acto seguido advierte de que si sale de prisión seguirá luchando por el nacionalsocialismo.

El caso Breivik conmocionó al mundo entero hace once años, cuando demonios de este tipo nos parecían ejemplares raros y excepcionales. Sin embargo, lo que no hace tanto tiempo se antojaba un suceso fuera de lo común, casi un episodio clínico digno de estudio por la psiquiatría moderna, hoy ya no nos extraña tanto. Y ahí es donde radica el gran drama de la humanidad en el siglo XXI. La ideología ultraderechista, que tras la Segunda Guerra Mundial parecía derrotada, se ha vuelto a instalar entre nosotros como parte del paisaje político y social. Para desgracia nuestra, el fascismo ha hecho nido en cada sustrato de la sociedad y ya nos hemos acostumbrado a que la fauna nazi conviva con nosotros con normalidad. Damos los buenos días en el ascensor a gente que justifica a Breivik, charlamos con ellos de política como si tal cosa y algunos gobernantes que van de demócratas hasta se abrazan a los líderes ultras fraternalmente.

Desde 2011, año del advenimiento del diablo Breivik, las masacres perpetradas en colegios y universidades de Estados Unidos se han repetido con una frecuencia espeluznante, los partidos de extrema derecha han ido ocupando las instituciones en toda Europa y violentas ideologías xenófobas y machistas se abren paso con fuerza empleando las redes sociales como gran altavoz propagandístico. Basta ver Fahrenheit 11/9, el documental de Michael Moore sobre el ascenso al poder del nuevo Hitler reencarnado en la persona de Donald Trump, para concluir que estamos a las puertas de un escenario dramático para la humanidad, ya que el proceso de involución hacia un emergente nuevo orden mundial neonazi parece tan acelerado como imparable.

¿Cómo hemos llegado a este punto de retorno a un pasado tan oscuro? Son numerosos los factores. Entre ellos, por citar solo algunos, estaría la crisis profunda de las democracias liberales; la corrupción y decadencia de los partidos políticos (tanto los de la izquierda desnortada como los de la derecha convencional que coquetean pornográficamente con los ultras); el influjo de una frívola posmodernidad que ha terminado de enterrar los valores y principios de la Ilustración; la instauración de la filosofía de la posverdad; y el machaque constante de unas clases bajas que ya no creen en la revolución socialista y se arrojan en brazos de los charlatanes y salvapatrias. El nuevo líder fascista puede mentir una y otra vez, impunemente, ya que sus bulos no le pasarán factura en las urnas. Quienes votan a personajes como Trump, Bolsonaro, Le Pen u Orbán lo hacen sin que les importe lo más mínimo cuál es la verdad de las cosas. Siguen ciegamente a su líder carismático simplemente porque da la batalla cultural contra el establishment, porque promete devolver el orgullo herido de las capas sociales marginadas y porque encarna la rabia de una parte del pueblo estafado por el sistema. Por supuesto, también porque sienten un miedo insuperable. Miedo a perderlo todo por el fantasma de la pobreza y la recesión económica; miedo al inmigrante que consideran un invasor; miedo al terrorismo que viene de más allá de las fronteras. Ya lo dijo Trump en su día: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”.

Cuando una sociedad abre la puerta al fascismo ya se queda para siempre. ¿No fue así como Hitler llegó al poder? En su magnífico documental, Moore traza un paralelismo magistral entre la quema del Reichstag en 1933 y los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. El terror, el puro terror, hizo que los alemanes (el pueblo con la democracia más consolidada, más culto, mejor informado por la abundancia de periódicos y más avanzado científicamente) se entregaran al fascismo. De la misma manera, tras el 11S los norteamericanos miraron a su alrededor buscando a un salvador y exigiendo muros contra el extranjero, venganza, odio y una guerra civil para dirimir las diferencias políticas. Trump les da todo eso y mucho más.

En un autobús de cualquier ciudad, una mujer le grita a otra, con descaro, “vete de mi país negra de mierda”. Un obispo se permite el lujo de comparar la homosexualidad con el alcoholismo. Un partido político español alaba a Franco y lo considera el mejor gobernante de la historia de España. Hoy podemos decir que Anders Breivik no es un bicho raro, sino que su legado de sangre ha creado escuela. Por los Estados Unidos de América y también por la vieja Europa circulan muchos breiviks, individuos con esa misma mirada fría y deshumanizada, racistas declarados que despotrican contra los refugiados, desalmados que niegan la razón, la ciencia y las más nobles ideas humanas, invocando la pureza de la raza blanca y anunciando una revolución neonazi que ya no es una simple utopía literaria o cinematográfica, sino la más espeluznante y distópica realidad.

A Breivik lo condenaron a veintiún años de cárcel. Veintiún años por 77 asesinatos premeditados y a sangre fría. Ahora pide la condicional mientras amenaza con proseguir la lucha fascista cuando salga a la calle. Es la última burla del vampiro que se ríe de nosotros. La democracia debería reflexionar seriamente sobre qué hacer con estos monstruos que sueñan con volver a incendiar el mundo algún día.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS CUERNOS DE LA INFANTA

(Publicado en Diario16 el 20 de enero de 2022)

No debe ser fácil salir airoso cuando un periodista le asalta a uno por la calle y le pregunta por los amoríos extramatrimonales del padre. Ese trance tuvo que vivirlo ayer un chaval veinteañero, Pablo Urdangarin, hijo de Iñaki Urdangarin, a quien la revista Lecturas ha pillado in fraganti con otra mujer, una compañera de trabajo del gabinete de abogados en el que por lo visto se ha enrolado ahora el marido de la infanta Cristina. Alcachofa en mano, el reportero se acercó al chico, jugador de balonmano del FC Barcelona, y le preguntó a bocajarro sobre este nuevo escándalo que ha vuelto a sacudir los cimientos de la monarquía. Papelón para el periodista y papelón para el muchacho.

Sin embargo, con una entereza y una madurez que asustan, Pablo Urdangarin se dirigió al plumilla de forma amable y elegante y cuando parecía que iba a soltarle un exabrupto (cosa que por otra parte hubiese sido humanamente comprensible) sorprendió por su temple y su saber estar. “Es un tema familiar, pero… Ya está, son cosas que pasan y luego hablaremos nosotros y ya está. Todos estamos tranquilos y todos nos vamos a querer igual”, declaró el chico, que se mostró como un joven más, un plebeyo sin ínfulas muy alejado del rancio pijerío con el que a menudo se desenvuelven los miembros de la jet set. Incluso dijo comprender el trabajo del profesional de la información que salió a su encuentro y que quedó perplejo ante tanta amabilidad. Ya era hora de que un miembro de la Casa Real diese una lección de honestidad, educación y sencillez.

Cuando ya nos habíamos acostumbrado a las mentiras del rey emérito y sus amigos traficantes de armas buscados por la Interpol, cuando ya nos habíamos hecho a las gamberradas y desaires de Froilán y Victoria Federica, consuela en cierta manera que los colegios de ricos que todos los ciudadanos pagamos religiosamente a la prole borbónica hayan servido para algo, al menos en el caso de Pablo Urdangarin. Si es cierto que solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre porque este no es más que lo que la educación hace de él, tal como dejó escrito Kant, es evidente que en este caso la astilla no ha salido de tal palo, tal como reza el refrán sin duda equivocadamente (todo dicho popular esconde una verdad y alguna que otra injusticia).  

Iñaki Urdangarin enterró su vida y la de su familia cuando decidió meterse a fondo en el caso Nóos para trincar unos sobresueldos y comisiones. Lo tenía todo en la vida, dinero, fama, reconocimiento como gran deportista, posición social. Allá donde iba le ponían una alfombra roja para que se paseara por ella, vestido de esmoquin, del brazo de la infanta. No tenía que hacer nada para disfrutar de una existencia privilegiada, salvo portarse bien y no robar. Por desgracia para él, en el mundo de hoy ser honrado es el reto más difícil al que se enfrenta una persona y son pocos, muy pocos, los que consiguen destacar sobre los mediocres, los codiciosos y la escoria humana. La honradez es el título nobiliario más valioso y auténtico que existe, mucho más preciado que cualquier ducado o condado borbónico, solo que ese galardón está reservado solo para un puñado de elegidos, de valientes, de buenos de verdad. La verdadera sangre azul de la humanidad. Obviamente, Iñaki Urdangarin no está en esa estirpe de egregios y por eso ha tenido que pagar un precio terrible tras haberse perdido por la senda de la avaricia, el lujo y el dinero fácil.

No queremos pensar mal, pero esa portada de Lecturas en la que el exduque Empalmado se deja fotografiar con su misteriosa amante de la mano, paseando por la playa, no lleva a pensar que se haya corregido. Y no por la infidelidad en sí misma (nadie sabe lo que ocurre en el universo construido por una pareja y nadie es quien para juzgarlo desde fuera) sino porque todo apunta a que la foto de marras obtenida a ojos de todos y a plena luz del día no ha sido robada, sino que ha sido pactada. De confirmarse esta hipótesis, estaríamos ante un montaje mediático para recaudar dinero o algo que sería mucho peor: para vengarse de los Borbones y humillar a la infanta Cristina, que según la prensa del colorín está hundida en Suiza y ya pide papeles para firmar el “cese temporal de la convivencia”, ese fantástico eufemismo con el que suelen divorciarse nuestros reyes y príncipes patrios. Eso es precisamente lo que parece sugerir la portada de Lecturas, una revancha, una vendetta servida en plato frío, no ya contra Cristina, sino contra la monarquía española en sí misma. Quién sabe si detrás del exclusivón de Pilar Eyre no hay un desquite contra el suegro exiliado en paraísos lejanos, ese mismo que decía que la Justicia debía ser igual para todos, ese mal patriarca que castigaba públicamente la conducta reprobable del yerno mientras él llevaba sus pecados en silencio. Ahora, con la perspectiva del tiempo, sabemos que, pese al valor del juez Castro, el caso Nóos se cerró en falso, ya que el exduque no fue más que un cabeza de turco.

Lamentablemente, Pablo Urdangarin, ese chico honesto y formal que da la cara por el padre descarriado, con educación, madurez y evidente inteligencia emocional, está muy lejos en la línea sucesoria al trono de España, tanto como en el octavo lugar según la ley hereditaria de la monarquía. Con todo, no parece que eso le preocupe demasiado a un muchacho centrado en su mundo de torneos, partidos y canchas de balonmano y que seguramente ha aprendido la lección en negativo de su progenitor: que un apellido limpio, ya sea humilde o de rancio abolengo, lo es todo, y que siempre es mejor mantenerse lejos del poder porque el poder mancha y corrompe. Aquí, en esta columna, no somos monárquicos, todo el mundo lo sabe. Pero no podemos dejar de aplaudir y admirar la entereza de un muchacho avergonzado y entristecido que, con mucho mérito, tira de nobleza para tratar con exquisita educación a un periodista y de paso echarle un capotazo al padre vivalavirgen, parrandero y vividor. Alguien del que nadie podría sentirse mínimamente orgulloso.

PATALETA EN BRUSELAS

(Publicado en Diario16 el 19 de enero de 2022)

Europa le ha dicho a Pablo Casado, en el asunto de los fondos europeos, aquello de sube aquí y verás Madrid. El líder del PP había ido por enésima vez a Bruselas con el cuento de que el Gobierno de Pedro Sánchez está especulando con las ayudas oficiales, pero los prebostes comunitarios lo han toreado, le han dado un pase de pecho y lo han devuelto a los corrales. Es lo que toca con un señor que no solo está haciendo el ridículo más espantoso en las cancillerías del viejo continente, sino que está quedando como un rencoroso y un traidor a su país.

En la Unión Europea están hartos de este hombre llorón, histriónico, constantemente furioso sin razón y lo que es mucho peor, un cainita, ya que hace falta tener estómago (y escasa conciencia patriótica) para intrigar contra tu pueblo ante un grupo de flamencos, belgas y holandeses que ni les va ni les viene lo que ocurra en aquel lejano país del sur con forma de piel de toro. Los dirigentes de las instituciones europeas no dan crédito ni entienden a Casado, un tipo que se está dejando el alma y la vida para que la UE niegue a España más de 140.000 millones en ayudas económicas. Desde los tiempos del Conde Don Julián no se había visto un acto de felonía tan flagrante.

Casado va de despacho en despecho por los pasillos de Bruselas, dando la matraca a tope para que no nos concedan los fondos para la recuperación pospandemia, pero hasta ahora siempre ha recibido la misma contestación de los jerarcas europeos: “Deje de molestar, hombre, ¿no ve que estamos trabajando? Ande, baje a la cafetería del Parlamento y tómese una tila, que le hace falta”. Dice Josep Ramoneda que el problema del PP casadista es que ya se ha abrazado a una suerte de política trumpista que consiste en formar mucho ruido y oponerse a todo, pero de hacer cosas buenas y positivas por el bien del país poquito. Y tiene toda la razón.

Desde los tiempos de Cánovas del Castillo, los representantes de las derechas ibéricas siempre se comportaron como patriotas de salón: se les llena la boca de españolidad, pero a la hora de hacer un gesto de grandeza, de solidaridad con tus paisanos, de país, se enrocan en sus miedos atávicos a perder sus privilegios, en sus complejos históricos y en un sonrojante enanismo político y moral. Hace tiempo que el numerito de Casado sobre los fondos europeos produce vergüenza ajena en la Europa rica y avanzada. Nadie puede entender que este elemento pierda el sueño para que el ansiado maná no llegue a los españoles. Pero esta vez el revolcón ha sido antológico, mítico, mundial. El Partido Popular ha decidido ir a por todas y no quedarse solo en la mera denuncia política o pataleta habitual. Para ello, ha abierto la vía legal presentando recursos ante el Tribunal Supremo con la intención de paralizar in extremis todo el procedimiento de adjudicación. Sin embargo, de nuevo el tiro le ha salido por la culata al líder de la oposición, ya que la Comisión Europea ha decidido, al menos por ahora, hacer oídos sordos a los lloriqueos e intrigas que le llegan de Génova 13.

El magistrado Martín Pallín critica esta acción judicial a la desesperada del PP y recuerda que jugar con los fondos europeos es algo extremadamente “grave”, ya que está en el aire nada más y nada menos que la posibilidad de que nuestro país pueda salir de la maldita crisis. “¿Qué imagen van a tener en Europa de nosotros?”, se pregunta el prestigioso jurista, que sostiene que la “compulsión” de PP y Vox de “utilizar para todo” los tribunales de Justicia, en lugar del Parlamento, “causa asombro” en la UE.

Esta vez, todo hay que decirlo, la maniobra casadista fue neutralizada en buena medida gracias a que Pedro Sánchez movilizó a toda la diplomacia española en Bruselas, incluida la vicepresidenta Nadia Calviño, cuya participación se dice ha sido decisiva a la hora de frenar la ofensiva pepera en Europa. En una serie de contactos de urgencia, el Ejecutivo de coalición ha logrado convencer a la Comisión de que los populares están intentando “zancadillear” a los españoles sembrando dudas sobre la limpieza del proceso. La respuesta de la UE no ha podido ser más contundente: “Es importante tener en mente que los fondos del RRF [siglas en inglés del fondo de recuperación] se pagan directamente al Estado miembro y cada uno es responsable de distribuir los fondos de acuerdo con las reglas fijadas”. Touché, señor Casado.

El PP sabe perfectamente que de los 140.000 millones de euros depende la recuperación económica de este país. Si funciona la inversión, eso sería tanto como que la situación social tras la pandemia mejoraría de aquí a dos años. Si a España le va bien, a Sánchez le irá bien también, y esa es la idea que atormenta al presidente popular, que prefiere hundir a millones de compatriotas antes de que el líder socialista salga reelegido otra vez. Por eso los populares no paran de lanzar bulos sobre las ayudas europeas. Por eso ponen mil y una excusas para que el paquete de inversiones no llegue a nuestro país, desde que la riqueza y el empleo se garantizan con políticas liberales y mercado libre –no con ayudas estatales que supuestamente generarían una casta de subvencionados–, hasta que los fondos covid alimentarán el clientelismo y la corrupción (no deja de tener su aquel que el partido más enfangado de la democracia vaya por Europa dando lecciones de ética y moral).

La última de Casado es que no hay ninguna transparencia en el protocolo y que Sánchez hace trampas con el reparto de los dineros, que presuntamente estarían llegando solo a los proyectos económicos de las comunidades gobernadas por la izquierda, mientras que las regiones del PP estarían siendo discriminadas. El argumento del agravio comparativo (al que suele recurrir Génova cuando se queda sin argumentos políticos, o sea siempre) no deja de ser una patraña más dentro de la lógica trumpista en la que ha caído últimamente este partido. No hay más que echar un vistazo a los datos para comprobar que el 44 por ciento de la tarta europea corresponde a comunidades gobernadas por los populares. Cuatro de las seis regiones que reciben más dinero están dirigidas por el partido de Pablo Casado (5.000 millones de los más de 11.000 que el Gobierno ha puesto en manos de las autonomías). Por tanto, de trato de favor nada de nada.

Las tesis de Casado no cuelan, pero él sigue llorando en Bruselas. Ya se sabe que quien no llora no mama y, si sigue insistiendo con tenacidad, en una de estas hasta consigue que la UE nos cierre el grifo del dinero de una vez por todas. Ese sería un gran triunfo para él y un desastre histórico para España.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

DON JULIÁN EN EL PP

(Publicado en Diario16 el 19 de enero de 2022)

Pablo Casado ha retomado su ofensiva y boicot contra los fondos europeos que le tocan a España por reparto. El hombre cree que el Gobierno de coalición va a gastarse las ayudas covid de Bruselas en cosas que no tocan y “ya ve corrupción por todas partes”, como le afea el portavoz del PSOE, Felipe Sicilia.

Está bien que Casado se preocupe por el dinero que debe servir para la recuperación de la maltrecha economía española, pero, ¿cómo creer a un partido que aún no ha pedido perdón por la corrupción sistémica y a calzón quitado con la que se manejó tanto en el Ejecutivo central como en las comunidades autónomas que tuvo el infortunio de dirigir? Perdona, pero no nos fiamos, Pablo, Pablete, majo.

Nos gustaría pensar que el PP casadista ya es otro partido renovado, regenerado, limpio de polvo y paja y aseado, pero es imposible. Y no solo porque la directiva nacional no ha tomado ni una sola medida para evitar que se reproduzcan los tristes escándalos y acontecimientos denigrantes del pasado (tal como le ha recriminado el Tribunal de Cuentas en alguna que otra ocasión) sino porque, al no haber propósito de enmienda ni petición pública de perdón a los españoles, damos por supuesto que el Partido Popular no considera que haya hecho nada malo en los años locos de la Gürtel, la Púnica, la Lezo, la Kitchen y tantos casos que esquilmaron las arcas públicas en los años nefastos de Mariano Rajoy. El PP vive en un sueño nostálgico de unicornios felices donde no ha sido condenado por nada (en realidad ha sido condenado por casi todo de lo que fue acusado, aunque ellos, como buenos negacionistas que son, se resistan a aceptar la realidad). De esa manera, el primer partido de la oposición es como ese delincuente que sale de la cárcel no porque haya aprendido la lección o se haya arrepentido o redimido de verdad, sinceramente, por convicción, sino simplemente porque ha pasado el tiempo y le tocaba salir sí o sí. ¿Pero quién nos dice que ese quinqui, ese butronero profesional, ese palanquero, no está pensando ya en dar el siguiente palo en el próximo estanco, gasolinera o banco? No tenemos suficientes garantías.

Sin embargo, Casado trata de convencer a los españoles de que Pedro Sánchez es un manirroto con oscuros intereses y que solo él, y nadie más que él, es capaz de gestionar el maná que tiene que llegarnos de la generosa Bruselas (nada más y nada menos que 140.000 millones de euros). Muy bien, fetén, de buten. Supongamos por un momento que el PP gana las próximas elecciones, Casado llega a la Moncloa por fin, y cambia las cortinas, los bonsáis y el retrato de Pablo Iglesias –el fundador del PSOE, no el tertuliano– por una foto con Santi Abascal en la Plaza de Colón u otra en la que aparece en una misa en honor a Franco rodeado de rudos falangistas. Entonces va y se sienta en el despacho monclovita con todo ese inmenso pastizamen de Bruselas encima de la mesa y se pone a pensar qué va a hacer con él. ¿Cómo saber que ese PP, su PP, ha superado ya la adicción, el vicio, la enfermedad de la ludopatía, el cuelgue crónico del trinconismo a manos llenas? El líder popular nos pide un ejercicio de fe infinito. Jamás podremos estar seguros de que ese manantial europeo no irá a parar a un macroproyecto faraónico como la Ciudad de la Justicia de Aguirre que nunca será terminado pero que engordará con sobrecostes incesantes; jamás sabremos si ese potosí acaba en un circuito de Fórmula I como el de Valencia que costará un dineral pero que al final será abandonado o reacondicionado como poblado chabolista; jamás nos enteraremos de si la pasta europea termina en un reparto de sobres para los dirigentes populares, en la caja B del tesorero del partido o en los fondos reservados para financiar una unidad parapolicial de mercenarios a sueldo.

El españolito de a pie nunca sabrá, como nunca lo supo cuando el PP estuvo en el poder, si la lluvia de millones de Bruselas terminará en los bolsillos de los empresarios que medraban en los pasillos de Génova, en turbios fondos buitre, en rescates bancarios sin devolución o en proyectos privatizadores para hospitales y otros chanchullos sanitarios. Por desgracia, durante los años de Rajoy vimos de todo, superministros enfangados, facturas falsas, contratos simulados, finiquitos en diferido, redes internacionales de blanqueo de capitales, sociedades opacas en Suiza, sicarios disfrazados de curas, espías bien pagados al servicio de las cloacas del partido, maletines, volquetes de putas, coca y coches de lujo que aparecían como por arte de magia sin saber de dónde salían. Un cacao maravillao de lujuriosa corrupción por la que el PP aún no ha dado explicaciones ni ha pedido disculpas, que sería el primer requisito para volver a confiar en el proyecto de gobierno casadista.

Entre estar a Rolex o a setas, como suele decir el gran Aitor Esteban, el PP siempre estuvo a lo primero, al lujo, al derroche, a la fiebre por el oro fácil y rápido. El pueblo no puede creer en Casado sencillamente porque no tiene motivos para pensar que el enfermo está rehabilitado. Es evidente que el Partido Popular se saltó las sesiones urgentes y necesarias de Ludópatas Anónimos, de modo que hay muchas posibilidades de que sigan sin curarse. Y como no hicimos una moción de censura para poner a los mismos lobos a cuidar de las gallinas, tropezando otra vez en la misma piedra, no podemos sino dar nuestro voto de confianza al actual Gobierno, que de momento no ha sido pillado en nada turbio que se sepa. Aunque, obviamente, no pondremos la mano en el fuego por nadie. La sombra del felipismo sigue siendo alargada y uno aprende más por viejo que por sabio. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

GRIPALIZAR LA PANDEMIA

(Publicado en Diario16 el 18 de enero de 2022)

Hace apenas una semana, Pedro Sánchez apostaba por “gripalizar” la pandemia, un feo palabro que ni siquiera se encuentra en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Así es nuestro inefable presidente del Gobierno, un hombre que genera ideas políticas y nuevas expresiones lingüísticas a la velocidad del rayo. Lo mismo reinventa el concepto de socialdemocracia (en realidad el cachondosocialismo felipista de toda la vida) que acuña nuevos términos científicos. Un maestro del eufemismo y el doble sentido.

Con todo, llama poderosamente la atención con qué facilidad se propaga la neolengua sanchista. Hoy el jefe del Ejecutivo pretende convencernos de que la pandemia no es más que un catarro sin importancia cuando hace un rato, en plenas fiestas navideñas, obligaba a todo peatonal a llevar mascarilla en exteriores. ¿Qué ha cambiado en tan poco tiempo? ¿Cómo ha podido pasar nuestro Gobierno, en dos semanas, de ordenar algunas de las más duras restricciones sanitarias a dar por finiquitada la lucha contra el coronavirus? No tiene el menor sentido salvo que el asunto se enfoque desde el punto de vista del pragmatismo político, el cálculo electoral y la estrategia del poder.

Al principio de la pandemia, Sánchez se tomó muy serio la mayor catástrofe humanitaria ocurrida en el planeta Tierra. Sin embargo, dos años después se trata de “gripalizar” la hecatombe, relativizarla o como se dice ahora: aprender a convivir con el bicho. Es cierto que el escenario ya no es el de marzo de 2020, cuando el número de muertos a causa del agente patógeno rozaba el millar casi a diario. El covid ha mutado hacia ómicron, una variante que si bien es cierto parece mucho más contagiosa y agresiva resulta menos letal. A la mejoría de la situación han contribuido, sin duda, las vacunas en sus diferentes versiones, que han ayudado a fortalecer la inmunidad de rebaño. Por fortuna, el apocalipsis se ha ido transformando en una situación más llevadera.

Sin embargo, todos los expertos científicos coinciden en que aún no es el momento de bajar la guardia, tal como pretende Sánchez. Es más, la Organización Mundial de la Salud ha advertido al Gobierno español de que resulta arriesgado dar por concluida la pandemia y calificarla de endemia muy parecida a la gripe. Desde todo punto de vista, el mensaje de Sánchez es nefasto, ya que la población se relaja en las medidas de prevención y el mal se propaga exponencialmente. Así le va a nuestro país, que hoy por hoy soporta cifras de incidencia acumulada de rango tercermundista. Según los últimos recuentos, rozamos los 3.400 casos por cien mil habitantes, de tal forma que a estas alturas la sexta ola es la peor de todas por número de contagios. Y una cifra todavía más escalofriante: los expertos apuntan a que uno de cada cuatro españoles podría haberse contagiado ya con el virus (en realidad el dato es engañoso, puesto que todo el mundo sabe que mucha gente pasa la enfermedad en su casa sin dar cuenta a las autoridades sanitarias).

Los datos oficiales no cuadran mientras que algunos virólogos creen que más de 12 millones de personas podrían haberse infectado a fecha de hoy en nuestro país, lo que abre otro debate no menos importante: ¿por qué España sigue fallando tan estrepitosamente en el sistema de contabilización? ¿Cuántos contagiados tenemos realmente? ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, con todos los medios tecnológicos a nuestro alcance, seamos incapaces de sacar una radiografía mucho más certera y aproximada de la plaga? La respuesta nos lleva, inevitablemente, a desconfiar de las estadísticas oficiales, ya que está claro que el Ministerio de Sanidad no sabe a ciencia cierta cuál es la dimensión real de la pandemia y los responsables sanitarios se mueven en el terreno de la especulación y el cálculo aproximativo más parecido a la cuenta de la vieja que a un método de contabilización matemático y científico. Ya nos han dejado caer que a partir de ahora el seguimiento y publicación de datos será mucho menos estricto y puntual, dando a entender que la alarma ha cesado.

A pesar de que el escenario sigue siendo poco menos que dramático, no solo por la brutal incidencia del virus sino por las tremendas lagunas en la gestión, Sánchez se permite lanzar las campanas al viento, dar por superada la lacra y sugerir que estamos a punto de entrar en la “vieja normalidad”, la normalidad anterior al año 2019, cuando el mundo cambió para siempre. “Creo que tenemos las condiciones para que, con precaución y poco a poco, empecemos a evaluar la evolución de esta enfermedad con parámetros diferentes [similares a los usados en la gripe]”, aseguró el presidente en una entrevista en la Cadena SER. Por momentos parecía que no era Sánchez quien hablaba, sino Isabel Díaz Ayuso, la rebelde lideresa de Madrid que desde el principio ha coqueteado con el negacionismo rampante, se ha saltado a la torera las normas sanitarias más elementales y ha apelado a la libertad para que cada cual opte por abrigarse o contagiarse ante el coronavirus, según considere oportuno.

Obviamente, tal como era de esperar, los expertos, médicos y epidemiólogos se le han echado encima al presidente. Salvador Peiró, investigador de la Fundación de Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana y uno de los expertos asesores de la Generalitat, considera que “endemizar” la pandemia “no tiene mucho sentido técnico”. Santiago Mas-Coma, presidente de la Federación Mundial de Medicina Tropical y experto de la OMS, cree que “gripalizar” el covid es un “craso error”, ya que la gripe “es un virus estacional porque depende del clima y el coronavirus no”. El epidemiólogo Daniel López Acuña asegura que “no estamos en el inicio del fin de la pandemia, ni ante una gripalización, ni el virus se va a convertir en endémico”. A su vez, el doctor César Carballo va todavía más lejos al sugerir que el término “gripalizar” puede llegar a utilizarse para “sacar rédito político” mientras el virólogo José Antonio López concluye que estamos ante “un debate erróneo que confunde a la población”.

Ómicron supone una amenaza demasiado seria como para que sea tomada a la ligera, frívolamente y con fines políticos. Sigue muriendo gente cada día, las UCI están llenas de pacientes con el consiguiente riesgo de colapso de la Sanidad pública y conviene no olvidar que las secuelas de la enfermedad pueden ser persistentes y de por vida. No estamos ante una gripecita más, como pretendía sugerir un demasiado eufórico y extrañamente bolsonarizado Sánchez. Sin duda, consciente de su error, el líder socialista ha dado instrucciones a la ministra de Sanidad, Carolina Darias, para que rectifique y aclare que la famosa gripalización no es algo inminente ni de hoy para mañana, sino una hoja de ruta de cara al futuro. Superada la fuerte tentación de banalizar la pandemia y pasar página, bienvenido de nuevo a la cordura, señor presidente. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy