domingo, 23 de enero de 2022

CASADO SE CREE KENNEDY

(Publicado en Diario16 el 15 de diciembre de 2021)

Nada más enterarse de que en un pueblo perdido de Cataluña había un niño supuestamente acosado por querer hablar castellano, Pablo Casado se colocó el casco de acero, se enfundó la casaca de campaña y cual general Yagüe se lanzó a una nueva cruzada nacional contra los pérfidos catalanes separatistas del otro lado de la trinchera. En realidad, y por desgracia, niños acosados en las escuelas españolas los hay a patadas (nunca mejor dicho) y por los motivos más absurdos (el bullying es un auténtico cáncer de la enseñanza española), pero al jefe de la oposición esos pobres chiquillos acorralados le dan bastante igual y no hace guerra con ellos. Por lo visto a él solo le interesa ese niño de Canet de Mar, el niño víctima del apartheid lingüístico (como suele decir el mandamás genovés), el niño sureño perseguido por el Ku Klux Klan indepe como un negrito del Misisipi catalán. No cabe duda, Casado ha sufrido un nuevo y delirante ataque de imaginación calenturienta y, por qué no decirlo, de maquiavelismo político incontrolable.

Cualquier asunto le vale al presidente del PP para inflamar, crispar e incendiar el ambiente político en España. La pandemia, los fondos europeos, Afganistán, Venezuela, la frontera con Marruecos, en fin, ahí está la hemeroteca para ir tirando y recordando los tristes espectáculos que ha dado este hombre. La cuestión de la lengua es muy golosa y sensible porque toca de lleno al Gobierno Sánchez y a sus socios nacionalistas, Casado lo sabe y no va a dejar pasar el filón del populismo. Si este trabajo sucio no lo hace él lo hará Abascal y se quedará con el escaso granero de voto constitucionalista que va quedando ya por aquellas tierras mediterráneas. Solo a un iluminado se le ocurriría ir a Cataluña para ponerse al frente de una guerra ficticia por la lengua que solo existe en su cabeza y lo que es peor, para exigir un 155 educativo que no serviría más que para alimentar la victimización del independentismo rupturista. El problema catalán es político, no lingüístico, eso lo sabe todo el mundo menos Pablo Casado, que se niega a aceptarlo. Salvo excepciones de gente fanatizada que por uno y otro bando pretende hacer del idioma una guerra, el castellano y el catalán coexisten pacíficamente.

Casado no lo sabe porque no vive en Barcelona (desde que se sumó alegremente a la estrategia de la catalanofobia de la extrema derecha no es bienvenido por allí, cosa lógica por otra parte), pero todo aquel que se haya dado una vuelta por Las Ramblas sabe que en aquella hermosa ciudad cada cual habla lo que le viene en gana en paz y en libertad, ya sea el catalán, el castellano, el inglés o el chino mandarín. Vivimos en un mundo globalizado y multicultural y una sociedad es más rica cuantas más lenguas domina. En Cataluña no hay encapuchados afrikáners con antorchas persiguiendo españoles por las calles; no hay inmigrantes murcianos o extremeños encerrados en guetos como ocurría durante el nazismo con los judíos; y por supuesto Casado no es Nelson Mandela ni un heroico activista por los derechos civiles (no le llega al líder antirracista sudafricano ni a la suela de los zapatos). Todo ese escenario apocalíptico y terrible se lo inventa el político popular (con la inestimable colaboración de su telonera Inés Arrimadas) para seguir alimentando la llama del odio. Cuando Pablo Casado compara la situación del alumno de Canet con lo que le ocurrió a Ruby Bridges, la niña negra estadounidense que en los años sesenta tenía que ir con escolta a un colegio de blancos, el jefe de la oposición española no se da cuenta de que está haciendo un ridículo de dimensión internacional. Y cuando exige a Pedro Sánchez que se comporte como John F. Kennedy, que en plena crisis racial en Estados Unidos envió a los federales a las universidades del país para luchar contra la segregación, está rozando lo estrambótico y grotesco. No se puede ser más papanatas ni más simplón.

En realidad, lo que está diciendo Casado es que aquí, en España, el legado de libertad e igualdad de JFK lo defiende él, no el comunista de Sánchez. El presidente popular se ve a sí mismo como un estadista de talla universal, un hombre a la altura de aquel presidente yanqui que se dejaba la piel contra el racismo y enviaba cohetes a la Luna. El problema es que a Casado le importa un bledo la lucha contra el racismo y en cuanto a la carrera espacial no sería capaz de disparar un volador en las Fallas valencianas. Si es cierto que al líder del PP le ha entrado de repente la vena de activista por los derechos humanos podría empezar por defender a los menores inmigrantes, los estigmatizados como menas por Abascal y los suyos. Ahí sí tiene un gueto de verdad para dar la cara, ahí puede enfrentarse a un apartheid racista en toda regla haciendo suya una causa por la que podrían darle hasta el Nobel de la Paz. No lo hará, primero porque eso sería tanto como enemistarse con Vox, el partido amigo que sostiene sus infames gobiernos regionales, y después porque todo en Casado es vacío, hueco, puro postureo.

Cuando el líder del PP enciende el polvorín lingüístico no está hablando para la gente de Girona, sino para el votante de Valladolid. Desde ese punto de vista sabe lo que se hace. Por suerte, España es un país diverso y plural y a día de hoy no existe un problema de convivencia entre grupos sociales, ni por razones étnicas ni por razones lingüísticas, aunque por momentos dé la sensación de que Casado está deseando que retornen aquellos viejos conflictos seculares entre españoles, las guerras carlistas, el cantonalismo, la Semana Trágica con aquellos militares reprimiendo anarquistas barceloneses y ETA. El PP viene de donde viene y tiene la herencia que tiene. De un partido cuyos fundadores fueron ministros de un dictador que llegó al poder por la vía de la guerra no se puede esperar nada que no sea confrontación permanente con el enemigo rojo. Hoy, en la tribuna de oradores de las Cortes, Casado se ha reencarnado en Millán-Astray con su furibundo ataque contra Cataluña y cada vez da más miedo. Va de defensor de causas civiles, pero no se atreve a denunciar el auténtico racismo marca Vox. Que se deje de “chorradas”, como dice él, y se dedique a lo suyo. O sea, a cumplir con las misas negras en honor a Franco.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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