lunes, 24 de enero de 2022

NO A LA GUERRA

(Publicado en Diario16 el 24 de enero de 2022)

Washington y Moscú recaban aliados para el último combate de la raza humana. Los misiles apuntan a los blancos estratégicos, los submarinos atómicos (agazapados en el mar) esperan la orden del generalote trastornado de turno y los ejércitos aguardan el momento de entrar en el cuerpo a cuerpo, sobre el terreno, en el Frente Ruso. Estamos ante la peor crisis diplomática en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Da igual lo que ustedes estén haciendo o lleven entre manos. Déjenlo, no merece la pena. La Tercera Guerra Mundial parece ya inevitable. No importa si están pensando en pintar el salón de la casa, en planear un viaje al pueblo o en pedir un préstamo al banco. No tiene sentido, se acabó el tiempo.

Los señores de las grandes superpotencias han decidido que lo de Ucrania va a ser la madre de todas las batallas, el cañonazo final del mono desnudo, y no van a dar un paso atrás por mucho que sobre el ser humano planee la sombra del apocalipsis nuclear. Bah, señor Antequera, exagera usted, dirán algunos. Pues no, ni lo más mínimo. Esta guerra va a librarse sí o sí y nada ni nadie la va a detener. Recuerde el ocupado lector de esta columna cómo empezaron los dos conflictos bélicos mundiales que arrastraron al mundo al infierno. El teatrillo de las cumbres y conferencias de paz que no sirvieron para nada, los tratados y alianzas secretas, el confuso ruido propagado por unos medios de comunicación que tomaron posiciones por uno u otro bando en función de politiquerías absurdas o intereses mediáticos. Y en medio de la trinchera, como siempre, los pacifistas ridiculizados y silenciados pese a que son los únicos que ponen algo de cordura. La primera víctima de una guerra es la verdad, ya lo dijo el congresista yanqui aquel.

En el asunto de Ucrania confluyen factores de orden personal, político, económico y militar muy similares a los que desencadenaron las dos guerras anteriores: la locura de un dictador expansionista que sueña con hacer realidad sus más lúbricos delirios de grandeza, en este caso Putin con su viejo anhelo de la Gran Rusia construida con estados satélites orbitando a su alrededor; el miedo de los viejos imperios a derrumbarse estrepitosamente y para siempre (por ejemplo Estados Unidos, un gigante con pies de barro que se debate entre la democracia y el fascismo trumpista); la poderosa industria armamentística ávida por gastar los arsenales que se están quedando obsoletos; las economías estatales totalmente arruinadas por un desastre global sin precedentes (en el siglo XX fue el crack y la decadencia del colonialismo expansionista, hoy los efectos devastadores de una pandemia sin fin). En medio del caos resurge el canibalismo latente del ser humano.

Y a todo ese polvorín, a todo ese volcán que ha vuelto a entrar en erupción, viene a sumarse la crisis cultural en Occidente, el derrumbe de las ideologías, la irrupción de movimientos ultranacionalistas que aprovechan para echar más leña al fuego e intoxicar a la opinión pública con filosofías destructivas, patriotismos de opereta y odio, mucho odio. Es la historia que se repite, primero como gran tragedia, después como una miserable farsa, ya lo advirtió Marx.

La diplomacia ha fracasado, se impone la disuasión, como en los peores años de la Guerra Fría. Pero la disuasión es la técnica primitiva consistente en tratar de intimidar al enemigo mostrando más fuerza, un plumaje más colorido y miembros sexuales más potentes. Es la ley de la jungla en su más pura esencia, una forma prehistórica de solucionar conflictos territoriales entre miembros de una misma especie, pero de un modo peligroso, ya que en cualquier momento salta la chispa, se enciende la mecha de la violencia y corre la sangre. Solo falta el casus belli que proporcione la excusa perfecta a ambas partes para iniciar la masacre y la extinción total. Ya ocurrió en 1914, cuando un terrorista bosnio lanzó una bomba contra el archiduque Francisco-Fernando y su esposa en Sarajevo. Volvió a suceder en 1939, cuando Hitler invadió Polonia. Hoy el nuevo detonante es Ucrania, un país rico en combustible, en yacimientos minerales y otros recursos naturales. Una perla en bruto, una mina de oro aún por explotar. Putin la desea más que nada en el mundo porque es fuente de riqueza y porque sabe que, cerrando el grifo del gas, Europa entera colapsará de frío y miseria. Más allá de meter en cintura a los ucranianos, el Oso del KGB tiene un solo objetivo entre ceja y ceja: frenar la expansión de la UE hacia el este, paso previo hacia la ampliación de la OTAN que pone los pelos de punta a los jerarcas de Moscú.

Prepárense pues para un aluvión de análisis, tertulias televisivas y grandes titulares de prensa abonando la guerra, como ya ocurrió tantas veces. También para una avalancha de declaraciones de políticos que hasta ayer ni siquiera sabían situar Kiev en el mapa. Tratarán de convencerles de que los planes de Putin son inadmisibles, de que no hay otra salida que pararle los pies al tirano porque la libertad está amenazada, de que Ucrania tiene derecho a decidir su futuro en Europa. Patrañas y monsergas. Esta guerra no tiene nada que ver con la defensa de la democracia. Aquí ya no hay buenos ni malos, como en el 39, cuando Hitler trataba de instaurar el horror de un Tercer Reich racista e inhumano que durara mil años. Esto es la lucha a muerte de dos imperios que se desmoronan, la pelea de dos dinosaurios dispuestos a morir matando mientras emerge el nuevo rey del planeta: China.

Por descontado, tratarán de ridiculizar al movimiento pacifista, la única posición coherente, filosófica y humanamente, ante el holocausto planetario que se avecina si la Casa Blanca y el Kremlin aprietan el boto rojo del Armagedón. No importa, los de la no violencia estamos preparados para soportar las burlas, los insultos, los desprecios de aquellos que hoy se suben alegre y enloquecidamente al tanque de la guerra. Moriremos como todos, sí, pero con la conciencia tranquila.

“Estaremos del lado de los aliados de la OTAN en la disuasión”, dice con cierta frivolidad el ministro Albares. “Ponga orden en su Gobierno”, espeta un belicoso Casado (este seguirá haciendo demagogia cuando ya no queden ni las ruinas tras el invierno nuclear). El cascarón de hojalata Blas de Lezo enarbola la rojigualda y pone rumbo al Mar Muerto en otro espectáculo ridículo de la diplomacia española. Nadie puede detener la fiebre mortal que se apodera de todos como un maldito coronavirus. Cuando la maquinaria de la guerra se pone en marcha, resulta imparable. Blasco Ibáñez tenía razón: jamás podremos librarnos de los cuatro jinetes del Apocalipsis, el Hambre, la Peste, la Muerte y la Guerra.

Estamos a cinco minutos del fin del mundo. Y esta vez no tenemos a los intelectuales de talla del siglo XX (solo disparatadas influencers y youtubers que no saben leer ni escribir). No hay verdades absolutas ni héroes dispuestos a salvar al soldado Ryan. Solo oscuridad, ruido y una gran ceremonia de la estupidez. Así que no hagan planes, abandonen cualquier esperanza en el futuro y recen lo que sepan si son creyentes o lean a los clásicos si perdieron la fe. Porque hoy puede ser el último día del final de los tiempos. En riguroso directo, en prime time y con smart TV. Tremendo show.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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