(Publicado en Diario16 el 19 de enero de 2022)
Pablo Casado ha retomado su ofensiva y boicot contra los fondos europeos que le tocan a España por reparto. El hombre cree que el Gobierno de coalición va a gastarse las ayudas covid de Bruselas en cosas que no tocan y “ya ve corrupción por todas partes”, como le afea el portavoz del PSOE, Felipe Sicilia.
Está bien que Casado se preocupe por el dinero que debe servir para la recuperación de la maltrecha economía española, pero, ¿cómo creer a un partido que aún no ha pedido perdón por la corrupción sistémica y a calzón quitado con la que se manejó tanto en el Ejecutivo central como en las comunidades autónomas que tuvo el infortunio de dirigir? Perdona, pero no nos fiamos, Pablo, Pablete, majo.
Nos gustaría pensar que el PP casadista ya es otro partido renovado, regenerado, limpio de polvo y paja y aseado, pero es imposible. Y no solo porque la directiva nacional no ha tomado ni una sola medida para evitar que se reproduzcan los tristes escándalos y acontecimientos denigrantes del pasado (tal como le ha recriminado el Tribunal de Cuentas en alguna que otra ocasión) sino porque, al no haber propósito de enmienda ni petición pública de perdón a los españoles, damos por supuesto que el Partido Popular no considera que haya hecho nada malo en los años locos de la Gürtel, la Púnica, la Lezo, la Kitchen y tantos casos que esquilmaron las arcas públicas en los años nefastos de Mariano Rajoy. El PP vive en un sueño nostálgico de unicornios felices donde no ha sido condenado por nada (en realidad ha sido condenado por casi todo de lo que fue acusado, aunque ellos, como buenos negacionistas que son, se resistan a aceptar la realidad). De esa manera, el primer partido de la oposición es como ese delincuente que sale de la cárcel no porque haya aprendido la lección o se haya arrepentido o redimido de verdad, sinceramente, por convicción, sino simplemente porque ha pasado el tiempo y le tocaba salir sí o sí. ¿Pero quién nos dice que ese quinqui, ese butronero profesional, ese palanquero, no está pensando ya en dar el siguiente palo en el próximo estanco, gasolinera o banco? No tenemos suficientes garantías.
Sin embargo, Casado trata de convencer a los españoles de que Pedro Sánchez es un manirroto con oscuros intereses y que solo él, y nadie más que él, es capaz de gestionar el maná que tiene que llegarnos de la generosa Bruselas (nada más y nada menos que 140.000 millones de euros). Muy bien, fetén, de buten. Supongamos por un momento que el PP gana las próximas elecciones, Casado llega a la Moncloa por fin, y cambia las cortinas, los bonsáis y el retrato de Pablo Iglesias –el fundador del PSOE, no el tertuliano– por una foto con Santi Abascal en la Plaza de Colón u otra en la que aparece en una misa en honor a Franco rodeado de rudos falangistas. Entonces va y se sienta en el despacho monclovita con todo ese inmenso pastizamen de Bruselas encima de la mesa y se pone a pensar qué va a hacer con él. ¿Cómo saber que ese PP, su PP, ha superado ya la adicción, el vicio, la enfermedad de la ludopatía, el cuelgue crónico del trinconismo a manos llenas? El líder popular nos pide un ejercicio de fe infinito. Jamás podremos estar seguros de que ese manantial europeo no irá a parar a un macroproyecto faraónico como la Ciudad de la Justicia de Aguirre que nunca será terminado pero que engordará con sobrecostes incesantes; jamás sabremos si ese potosí acaba en un circuito de Fórmula I como el de Valencia que costará un dineral pero que al final será abandonado o reacondicionado como poblado chabolista; jamás nos enteraremos de si la pasta europea termina en un reparto de sobres para los dirigentes populares, en la caja B del tesorero del partido o en los fondos reservados para financiar una unidad parapolicial de mercenarios a sueldo.
El españolito de a pie nunca sabrá, como nunca lo supo cuando el PP estuvo en el poder, si la lluvia de millones de Bruselas terminará en los bolsillos de los empresarios que medraban en los pasillos de Génova, en turbios fondos buitre, en rescates bancarios sin devolución o en proyectos privatizadores para hospitales y otros chanchullos sanitarios. Por desgracia, durante los años de Rajoy vimos de todo, superministros enfangados, facturas falsas, contratos simulados, finiquitos en diferido, redes internacionales de blanqueo de capitales, sociedades opacas en Suiza, sicarios disfrazados de curas, espías bien pagados al servicio de las cloacas del partido, maletines, volquetes de putas, coca y coches de lujo que aparecían como por arte de magia sin saber de dónde salían. Un cacao maravillao de lujuriosa corrupción por la que el PP aún no ha dado explicaciones ni ha pedido disculpas, que sería el primer requisito para volver a confiar en el proyecto de gobierno casadista.
Entre estar a Rolex o a setas, como suele decir el gran Aitor Esteban, el PP siempre estuvo a lo primero, al lujo, al derroche, a la fiebre por el oro fácil y rápido. El pueblo no puede creer en Casado sencillamente porque no tiene motivos para pensar que el enfermo está rehabilitado. Es evidente que el Partido Popular se saltó las sesiones urgentes y necesarias de Ludópatas Anónimos, de modo que hay muchas posibilidades de que sigan sin curarse. Y como no hicimos una moción de censura para poner a los mismos lobos a cuidar de las gallinas, tropezando otra vez en la misma piedra, no podemos sino dar nuestro voto de confianza al actual Gobierno, que de momento no ha sido pillado en nada turbio que se sepa. Aunque, obviamente, no pondremos la mano en el fuego por nadie. La sombra del felipismo sigue siendo alargada y uno aprende más por viejo que por sabio.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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