(Publicado en Diario16 el 23 de diciembre de 2021)
El Gobierno sigue sin saber muy bien qué hacer con el rey emérito. Está dando mucha lata el monarca abdicado y en Moncloa ya reconocen, off the record, que el primero de los borbones se ha convertido en un problema de Estado. Tal que ayer, Pedro Sánchez defendía la presunción de inocencia de Juan Carlos I, pero al mismo tiempo negaba que el Ejecutivo le esté buscando alojamiento en algún palacete de Patrimonio Nacional. “Puedo decir que no”, afirmó con rotundidad el premier socialista. Es decir, Sánchez confía en la inocencia del patriarca de la Transición y a la vez no quiere verlo instalado en ningún edificio propiedad del Estado. Toda una contradicción en sus propios términos y una prueba fehaciente de que el emérito, con sus paseos en muleta por el mundo, pone nervioso a más de uno.
Una vez más, tenemos que hacernos la siguiente pregunta: ¿a qué Sánchez debemos creer, al que tacha de “incívicas” las conductas personales del anterior jefe del Estado porque “perturban y hacen daño a la Casa Real” o al que niega que España vaya a acoger oficialmente al desterrado? No hay por dónde cogerlo.
En los últimos días, diversos medios de comunicación habían especulado con la posibilidad de que el emérito volviera a España por Navidad alojándose en algún monumento histórico nacional e incluso en Zarzuela con permiso de la Reina Letizia, de la que nadie habla pero que a fin de cuentas es quien lleva los pantalones en esa casa. Una Nochebuena con el aventurero abuelito contando a sus nietas relatos de las Mil y una noches y batallitas del 23F, a la luz de la chimenea, puede ser motivo de divorcio y terremoto en la Monarquía española, de modo que poca broma.
En las próximas semanas, Fiscalía dará carpetazo al sumario, lo cual no significa que el comportamiento del rey emérito haya sido el más apropiado. Conviene no olvidar que Felipe VI ha sentenciado públicamente a su padre. Le ha retirado la asignación oficial, ha renunciado a la herencia maldita y no deja de aconsejarle que su sitio está fuera de España, lejos, donde menos daño pueda hacer a la Monarquía. Todo este contexto diabólico, todo este movidón, se vuelve en contra de Sánchez por contraste, ya que hasta la fecha el líder socialista no ha movido un solo dedo al respecto y cada vez que oye hablar de una comisión parlamentaria de investigación tiembla como el volcán de La Palma. Por momentos da la sensación de que hasta la Casa Real ha sido más dura y expeditiva con la conductas espurias del viejo monarca, y eso que en el Gobierno socialista se alojan unos cuantos ministros republicanotes.
Sea como fuere, sigue en el aire si el emérito volverá a casa por Navidad. Pero mientras las altas esferas deciden si el hombre está mejor en España o aparcado en el desierto, como un aristócrata decimonónico, la prensa rosa se está dando un auténtico festín con la parte lúbrica del asunto, o sea los líos de faldas que al emérito se le acumulan como los pacientes de coronavirus en un saturado centro de salud de Díaz Ayuso. A la denuncia por acoso de Corinna Larsen en los tribunales de Londres ha venido a sumarse el turbio caso de Bárbara Rey, lo cual que las rubias le brotan como setas al Borbón. No obstante, el affaire con la vedete totanera no ha surgido de la noche a la mañana. Toda España sabía que ella y el monarca fueron amantes (Wikipedia dice que entre 1976 y 1994), de modo que el escándalo no es nuevo. El problema real para el país es si la actriz llegó a poner precio a su silencio hasta el punto de que Juan Carlos acordó el pago de un generoso finiquito sexual con cargo a los fondos reservados.
En su entrevista con Gonzo en La Sexta, Alberto Saiz, director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) entre los años 2004 y 2009, ha negado que el dinero procediera de los servicios de inteligencia y apunta a que los pagos “pudieron salir de donantes externos”. Por contra, en el libro El jefe de los espías, de los periodistas Juan Fernández Miranda y Javier Chicote, se asegura que a Bárbara Rey se le llegó a pagar 25 millones de pesetas más un contrato en TVE y otro acuerdo para el abono de 600 millones más durante diez años. Todo ello sin contar con que a la diva se le adjudicó un programa de cocina en Canal 9 cuando no sabía ni media palabra de valenciano (en todo caso panocho) ni regentaba un restaurante de la Guía Michelin como cocinera de relumbrón (preparaba huevos fritos, papajarotes y poco más).
Por tanto, ¿qué ocurrió realmente? La única manera de averiguarlo sería abrir un procedimiento penal por malversación de caudales públicos o una comisión parlamentaria de investigación, pero a día de hoy nada de eso va a ocurrir. Pese a que el asunto jurídico está muerto y enterrado, el culebrón monárquico sigue dando mucho que hablar. Ningún circo produce más espectáculo trepidante que una decadente Monarquía europea del siglo XXI y el caso del emérito es un manantial incesante de información que no deja de generar noticias sensacionales, escándalo y morbo a raudales. Cada día nos desayunamos con un nuevo capítulo de este serial árabe (más bien turco). La última es que a la vedete de Totana se la relaciona ahora con Edmundo ‘Bigote’ Arrocet, lo cual viene a añadir más caspa y tinte a esta truculenta historia ya de por sí bastante enturbiada. Con tanto teléfono intervenido y tanto espía de acá para allá, aquí ya hay que investigarlo todo, no vaya a ser que Bigote le fuera con el cante al CNI con su famoso piticlín piticlín. No hay que olvidar que el conocido humorista mantuvo relación con el dictador chileno Augusto Pinochet, así que la cosa promete. Entre jerarcas crepusculares anda el juego y ya solo falta una filtración de WikiLeaks conectando el tardofranquismo español con el pinochetismo chileno. Ahí lo dejamos para el que quiera investigar.
De alguna manera, lo que comenzó como una espinosa cuestión de Estado con agentes secretos, safaris en Botsuana y ramificaciones diplomáticas con conexiones internacionales va camino de quedar como un chusco cotilleo para el papel couché y la tele de Jorjeja. Al ciudadano de este país poco le importa ya si hubo pagos en negro de los jeques árabes, si Lucum y Zagatka eran fundaciones sin ánimo de lucro o sociedades offshore o si el dinero oculto estaba en Panamá, Jersey o en Boadilla del Monte. Qué más da todo eso a estas alturas. Qué importa ya una pasta irrecuperable que se ha ido por los sumideros de la banca suiza y de la historia. Ya se sabe que al español le aburre soberanamente si este o aquel gobernante le roba su pastizamen (llevan siglos haciéndolo impunemente y sin que pase nada), pero queda fascinado cuando oye hablar de una polvareda sentimental en la Corte. Al peatonal, al nacional, al currito que se levanta cada mañana para ir a trabajar y que vive al día sin saber si se va a ir al paro por la crisis o para el otro barrio por la puñetera ómicron, lo único que le atrapa ya de todo este embrollo, lo único que le interesa saber de verdad, es si al emérito le gustaba comer arroz en el escote de Bárbara, como ha publicado en exclusiva Diario16, y qué opina María Teresa Campos de que Bigote se haya metido con otra en la jaula de los leones del amor.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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