lunes, 24 de enero de 2022

LOS ERRORES DE GARZÓN

(Publicado en Diario16 el 13 de enero de 2022)

Prosigue, implacable y feroz, la cacería de las derechas contra el ministro Garzón. Ya hemos comentado en esta misma columna que el titular de Consumo tiene razón en lo que dice, pero por algún extraño motivo la mayoría del pueblo no le entiende, o el hombre es inoportuno y nunca elige el mejor momento para expresar sus tesis políticas, o no sabe escoger el medio de comunicación más adecuado para lanzar a los españoles sus teorías sobre el consumo de carne. Bien mirado, quizá sea una confluencia de factores, aunque sin duda a Garzón lo quieren matar políticamente por comunista, algo que la ultraderecha de este país jamás perdona.

La cuestión es que cada vez que el ministro abre el debate cárnico se monta el pollo del siglo. La polvareda política y mediática de esta semana ha sido antológica, pero más allá del ruido y la furia quizá sea el momento de analizar sosegadamente el caso para extraer las oportunas lecciones, unas positivas y otras negativas, como todo en la vida. Nosotros las apuntamos y cada cual que haga con ellas lo que crea más oportuno.

La polémica garzonesca ha tenido varias cosas buenas para este país. Para empezar, ha vuelto a situar el foco sobre un problema grave del que apenas se habla: la peligrosa proliferación de las macrogranjas, unas explotaciones ganaderas que, aunque cumplan con la normativa vigente, no son de recibo en pleno siglo XXI. A estas alturas, los expertos, veterinarios y profesionales del sector ya saben que encerrar a miles de vacas, gallinas y cerdos en barracones industriales, hacinándolos unos sobre otros, no es la mejor manera de criar una carne óptima y de calidad. Los animales se estresan, se deprimen, enferman. Es algo antinatural. Y que no nos vengan con que les endosan la Novena de Beethoven por la noche para relajarlos y que duerman a pata suelta, porque hasta donde se sabe todavía no ha salido un cerdo amante de la música ni un ternerillo director de orquesta vestido de frac.

Por tanto, los animales tienen que andar sueltos por el campo, como han estado toda la vida, las vacas pastando por ahí, los cerdos comiendo bellotas por las bellas dehesas de Extremadura y las gallinas picoteando a su bola sin explotarlas ni tratarlas como esclavas emplumadas para que pongan cientos de huevos a la semana. Ahí está el ejemplo de los xatos asturianos que retozan libremente por los Picos de Europa y que dan una leche y unos cachopos que da gloria verlos. El ser humano, con su maldita manía capitalista y el vicio de la codicia, ha terminado por convertir una actividad artesanal, ecológica y natural como era la ganadería en una grasienta cadena de montaje en plan factoría Ford. Ahí está el pecado original en este asunto, ya que no es lo mismo criar una vaca que insertar tornillos y rodamientos.

Es evidente que el modelo industrial ha degenerado en un producto de escasa calidad, ya que a las malas condiciones de vida que se le da a la ternera, al marrano o al pollo se une que los animales suelen ser alimentados con piensos artificiales de dudosa procedencia, con hormonas e incluso con antibióticos para el engorde rápido, que ya hay que ser enfermo del dinero para inyectarle eso al ganado que acaba en nuestras mesas. Con tanto alimento de laboratorio circulando por las macrogranjas cualquier día nos sale una gallina verde con un par de antenas y tres ojos, como en Springfield, la ciudad radiactiva de los Simpson, y a ver quién es el guapo que se come esa mierda después.

No hace falta tener un paladar exquisito para entender que la carne de un cordero criado en el campo no tiene nada que ver con la fabricada industrialmente. Una sabe a gloria y otra a neumático recauchutado. Pero es que además es bien conocido que las macrogranjas contaminan la tierra, los ríos, los mares y la atmósfera y ese es mal negocio para el planeta. El propio Pedro Sánchez parecía haber apostado por una economía mucho más verde y sostenible, así que no se entiende cómo sus ministros y barones pueden estar a favor de regular las grandes explotaciones ganaderas, tal como recoge la Agenda 2030, y al mismo tiempo linchar públicamente al ministro Garzón por su cruzada contra la carne de mala calidad. Contradicciones sociatas a las que ya nos hemos acostumbrado.

De modo que, resumiendo, no podemos estar más de acuerdo con Garzón: es preciso reducir el consumo de proteínas de origen animal porque el modelo industrial es insostenible y porque abusar de la carne produce cáncer, tal como revelan los estudios científicos.

Pero por otro lado están las consecuencias negativas de la polémica cárnica tal como la ha planteado el señor ministro. Hombre, si te vas a un periódico inglés como The Guardian a poner en cuestión la calidad de nuestras carnes lo normal es que los reporteros de la Pérfida Albión utilicen esas declaraciones para montar un escándalo internacional, alimentar la leyenda negra contra España (a la que los anglosajones le tienen ganas desde Felipe II) y decir que la vaca loca británica, en ocasiones transmisora de encefalopatías espongiformes, es más exportable y sana que la española. Se mire por donde se mire, esa inocencia, esa utópica candidez, ha sido un error de bulto del titular de Consumo. Como también lo es que Garzón siga comportándose como un activista más que como un miembro del Gobierno de España que debe velar en todo momento por los intereses del país, de todo el país. Un ministro debe saber, ante todo, que cuando habla puede subir el pan, en este caso, el kilo de pollo. Un ministro debe ser perfectamente consciente de que una frase mal dicha o una palabra a destiempo puede arruinar todo un sector económico. Por eso debe andarse con pies de plomo y medir mucho sus opiniones. Al menos si hubiera dirigido sus críticas contra la política cárnica de la Unión Europea, exigiendo a Bruselas mano dura contra las perniciosas macrogranjas en toda la UE, la cosa habría tenido un pase. Pero no. Decidió centrar el debate en España, pegándose un tiro en el pie, o mejor dicho, pegándoselo a la industria ganadera, ya que la idea que ha calado internacionalmente es que nuestras carnes patrias son de baja estofa cuando es justo al contrario: nuestro país posee una industria ganadera potente y de primera calidad.  

Podríamos afearle a Garzón otros errores mayúsculos, como que haya ido por libre sin consultar con otros ministros un asunto tan delicado que afecta a la economía nacional. En ese punto el cabreo de Planas, cartera de Agricultura, es perfectamente comprensible, como también lo es el enfado de los ganaderos y agricultores, que sienten que quien tiene la obligación de defender la imagen y los intereses del sector en el extranjero les ha fallado al comportarse como un vaquero escocés que fabrica hamburguesa mala y envidia los productos agropecuarios españoles.

En cuanto a la rabiosa caza al hombre emprendida por las derechas ibéricas ya hablaremos otro día, porque da para otro artículo. El enloquecido show de PP y Vox siempre merece capítulo aparte.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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