(Publicado en Diario16 el 11 de enero de 2022)
Cada encuesta que se publica en España es un sobresalto más para Pablo Casado. Vox anda disparado en los sondeos demoscópicos y esa es una mala noticia para el Partido Popular. A dos años para las elecciones generales, el mapa de la derecha española se está reconfigurando y aunque, de celebrarse comicios hoy mismo, el bloque conservador sumaría más escaños que el progresista (al menos treinta más) Casado tiene motivos para estar preocupado. Y no solo porque con 166 escaños (los 100 del PP más los 66 de Vox) seguiría quedando lejos de la investidura, sino porque ningún partido político parece dispuesto a pactar con un hombre entregado descaradamente a un partido ultraderechista. Conviene no perder de vista que mientras en Europa la derecha clásica y aseada ha establecido un cordón sanitario alrededor de los nuevos movimientos ultranacionalistas y neonazis, Casado ha decidido ir a contracorriente y aliarse con ellos, convirtiéndose en una rara avis en el viejo continente. Pero así es nuestro insigne jefe de la oposición, una pura contradicción política.
De dos años a esta parte, la estrategia casadista ha sido manifiestamente errática. Pero ya es tarde para rectificar. Las elecciones generales están a la vuelta de la esquina y al presidente popular no le queda otra que ir a por todas de la mano de un partido xenófobo, machista y homófobo como el que dirige Santiago Abascal. El último bochorno protagonizado por la formación verde se ha producido hace solo unas horas, cuando se ha sabido que Vox presentará como candidato a las próximas elecciones en Castilla y León a Juan Manuel García-Gallardo Fring, un señorito al que se le atribuyen tuits tan infames (hoy misteriosamente borrados) como este: “Me parece una gran idea recuperar a Raúl para la Eurocopa. Hay que heterosexualizar ese deporte repleto de maricones”. Con esa sentencia lapidaria está todo dicho sobre la catadura moral y el pelaje de los compañeros de viaje que ha elegido Pablo Casado.
Está claro que la hoja de ruta de Casado para llegar a la Moncloa es más peligrosa que Djokovic repartiendo besos entre los niños, sin mascarilla, tras dar positivo en covid. Es cierto que el PP crece ligeramente en la mayoría de las encuestas, pero esa mejoría solo puede ser calificada de pan para hoy y hambre para mañana. El supuesto crecimiento del PP no deja de ser engañoso, ya que se produce a costa del voto de la rabia del votante defraudado con el Gobierno de coalición. O sea, un voto efímero, prestado, desideologizado, como ya reconoció Isabel Díaz Ayuso tras su arrolladora victoria en las pasadas elecciones madrileñas. Según los últimos sondeos, un 30 de los votantes socialistas califican de “incompetente” la gestión de Pedro Sánchez. Un dato demoledor por mucho que la mayoría del electorado de izquierdas respalde medidas adoptadas por el Ejecutivo de coalición como la ley de eutanasia y el ingreso mínimo vital. Es decir, ese 30 por ciento, ese tercio de indignados, esa legión de resabidos del PSOE tras años de pandemia y crisis económica mira hacia el PP no por convencimiento o seducción hacia su programa electoral sino por consumar su voto de venganza y castigo.
Obviamente, entre el espectro de rebotados socialistas hay no solo votantes procedentes del precariado obrero, autónomos hartos de todo y supervivientes de la España vaciada que se sienten abandonados, sino también mucha clase media defraudada que empieza a ver en el PP una alternativa real de cambio. Casado está viviendo de ese granero de desencantados, a muchos de los cuales se les prometió asaltar los cielos cuando hoy por hoy siguen sin poder pagar la factura de la luz. Por eso haría mal Pablo Casado en confiarse y en pensar que tiene la victoria electoral en el bolsillo. Ese votante que parece apoyarle es tránsfuga, oportunista, veleta, movido por impulsos, y hoy dice que va a votar al PP y mañana, llegada la hora de depositar la sagrada papeleta en la urna, termina decantándose por Vox en el último momento, dando la sorpresa y el sorpasso.
Es en esa volatilidad de buena parte de su voto fútil donde Casado tiene su punto más débil, su talón de Aquiles. Y él lo sabe. De ahí sus prisas por convocar elecciones regionales hasta en el último rincón del país. De ahí que siempre esté crispado, movilizado y en constante campaña electoral. Cuando llevó a los madrileños a las urnas lo hizo única y exclusivamente por sus cálculos políticos personales. Tenía que tener Madrid atado y bien atado antes de lanzarse a la batalla por España, aunque ello supusiera meterse en otro problemón como convertir en un mito eterno de la libertad a Isabel Díaz Ayuso, que a día de hoy se ha convertido en su principal amenaza y rival en el camino al poder. El siguiente paso tras la contienda de Madrid era convocar elecciones en Castilla y León dinamitando el acuerdo con Ciudadanos y la próxima estación será sin duda Andalucía (Moreno Bonilla ya ha dejado caer que habrá comicios en junio u octubre de este año). El gran beneficiado de todos esos experimentos electorales será Vox, que vive de la ira del ciudadano contra el sistema.
Elecciones, esa es la consigna que difunde Casado, machaconamente, entre sus barones regionales en la falsa creencia de que ganando los terruños y las taifas ganará la Moncloa. Sin embargo, al líder popular se le olvida un pequeño detalle. No se trata solo de derrotar a Sánchez, al que ya cree tener vencido pese a que, de aquí a las próximas generales, todavía queda mucha tela que cortar. Cuando decidió pactar con Vox, Casado metió a la bestia en su casa y hoy la bestia lo devora por dentro tan silenciosa como eficazmente. Los ultras están llevando a cabo un lento pero preciso trabajo de demolición de la derecha clásica española desde abajo, desde sus mismos cimientos. Mientras Casado vive el espejismo de que va a ser el próximo presidente del Gobierno de España, Abascal sigue consolidando su siniestro proyecto político, un proyecto cada vez más afianzado, cimentado, fuerte. El gran error del líder del PP ha sido no haber sabido ver que su veneno más letal no estaba en el sanchismo, sino el abascalismo que, como un alien íncubo, se le ha metido en el cuerpo y se lo está comiendo por los pies.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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