La propaganda es una técnica comunicativa tan antigua como el ser humano. Sin embargo, etimológicamente la palabra tiene su origen en la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe (Sacra Congregatio de Propaganda Fide), fundada en el siglo XVII por el papa Gregorio XV. O sea, que ya entonces la Iglesia vio el filón de la propaganda para influir y controlar a las masas aborregadas.
Desde aquellos obispos barrocos que ejercían de grandes gurús de la comunicación (los influencers del momento, podría decirse), las prácticas propagandísticas no han hecho más que evolucionar hasta convertirse en armas diabólicas en manos de las grandes corporaciones empresariales, de los oscuros lobbies y grupos sociales y cómo no, de los políticos. Ayer, Miguel Ángel Rodríguez, MAR para los amigos, dio una master class de propaganda con un truco de cámara que no por simplón dejará de ser eficaz en estas fechas navideñas tan entrañables, que diría el emérito hoy en el destierro, aunque por poco tiempo.
Pero pongámonos en situación y analicemos fílmicamente la escena, que daría para un tratado de mercadotecnia del poder. La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, toma parte en un acto oficial de la Comunidad de Madrid en medio de la agria polémica por sus recientes declaraciones sobre el personal médico y de enfermería, al que ha acusado de escaquearse y de no dar el callo en los centros de salud colapsados por la sexta ola pandémica. La lideresa aparece radiante tras el atril, con una chaqueta de un furioso rojo estilo Papá Noel y las manos entrelazadas como una dulce pastorcilla que acaba de presenciar una milagrosa aparición mariana. Y es en ese momento, justo en ese preciso instante, cuando el espectador que asiste al acto queda perplejo, hipnotizado, al reparar en que dos alas luminosamente plateadas parecen brotar justo en las espaldas de IDA, como si la lideresa popular madrileña se estuviese transfigurando en un inocente y cándido arcángel preparado para echar a volar de Madrid al cielo, como diría Sabina.
En realidad, las dos alas no eran tales, sino dos figuras vanguardistas de un Belén electrónico que estratégicamente colocadas como telón de fondo dan la sensación de fundirse con la presidenta hasta hacer de ella una imagen icónica resplandeciente, divina, espiritual. No hay nada gratuito ni casual en política y mucho menos una puesta en escena que a buen seguro ha salido de la factoría MAR Productions, o sea el spin doctor de Aznar que está viviendo una segunda juventud política puliendo el diamante en bruto (en bruta, habría que decir por utilizar el lenguaje inclusivo) de la muchachita de Chamberí.
Podría pensarse que las dos alitas de Ayuso son un puro espejismo, un simple efecto visual, pero sabiendo que nos estamos jugando los cuartos con MAR es preciso descartar que ese spot propagandístico sea producto del azar. A decir verdad y pensando mal (que para eso se nos paga a los periodistas) el encuadre estaba meticulosamente preparado para formar un perfecto christmas navideño con Ayuso haciendo las veces de querubín celestial que anuncia la buena nueva a los madrileños (o sea el nuevo programa ultraderechista que se prepara) justo delante de un San José y una Virgen María fabricados con cuatro cables y unas cuantas luces de neón. Tan maquiavélico y siniestro como sencillo y genial.
Esta vez el gurú del PP se ha superado a sí mismo en el intento de llegar a las mentes de los madrileños de la forma más subliminal y eficaz. Ya habíamos visto a IDA, enlutada y llorosa como una Madonna de Sassoferrato, en la portada de un periódico de la caverna. Aquella entrevista fue la manera que tuvo MAR de limpiar la imagen de la lideresa y presentarla ante el mundo entero como una gobernanta que sufría con su pueblo en los peores días de la pandemia. Pero esto de incluir a la señora presidenta en un Belén viviente de Nochebuena para hacerla pasar por virginal, por inocente en el absoluto desastre de la Sanidad pública madrileña, supera cualquier performance imaginable e incluso abre camino a un movimiento artístico, ecléctico o fusión, a caballo entre el casticismo político cheli y el futurismo religioso. Lo que ha hecho MAR esta vez, reduciendo a Leni Riefenstahl –la musa cinematográfica del Tercer Reich–, a la categoría de aprendiz de primero de audiovisuales, es sencillamente espeluznante y da idea de las mentes febriles y delirantes que mueven los hilos del poder en estos tiempos de posverdad. Así, con teatrillos sutiles, es como se controla la mente del pueblo sin que nadie se dé ni cuenta.
A MAR, que está en las antípodas de lo que nosotros pensamos sobre lo que debe ser la política, le hemos dado muchos palos antes en esta columna, pero esta vez tenemos que reconocerle el talento, un talento dedicado a hacer el mal, es cierto, pero talento a fin de cuentas. La idea de convertir a una auténtica diablesa de la política en un ángel alado casto y puro, en casi un icono nacionalcatolicista que nada tiene que ver con el pecaminoso desfile de angelitas de Women’secret, está al alcance de muy pocos creativos de las técnicas cinematográficas. Quizá Jess Franco con sus angelicales e inocentes vampiresas y poco más.
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