(Publicado en Diario16 el 5 de enero de 2022)
El ministro de Consumo, Alberto Garzón, concedió una entrevista al diario británico The Guardian y, para empezar el año, volvió a liarla con la carne. De inmediato, y tal como era de esperar, las derechas, los sindicatos agrarios y ganaderos y la prensa de la caverna han sacado de contexto las declaraciones del ministro y se han apresurado a pedir su dimisión por, según ellos, intentar arruinar la poderosa industria cárnica española. Es evidente que Garzón no pretende acabar con el sector ganadero, y prueba de ello es que ha querido aclarar que se han malinterpretado sus reflexiones con el Guardian.
Sin embargo, el daño para el Gobierno, con el consiguiente desgaste político, ya está hecho. Hoy mismo, el Ejecutivo Sánchez se ha apresurado a desmarcarse del ministro asegurando que una cosa son sus opiniones personales y otra la posición oficial de Moncloa. Ya dijo Pedro Sánchez en su día que donde esté un buen chuletón al punto eso es imbatible. Después de aquello, el titular de Consumo debería haber escuchado el aviso a navegantes y tomar buena nota, ya que de alguna manera el presidente le estaba diciendo “no vayas por ese camino que te estrellarás”. Y así ha sido.
Obviamente, al hacer oídos sordos a las recomendaciones de todos, Garzón se ha convertido en un suicida político que busca su propia inmolación. O sea, que entre unos y otros van a terminar friendo al ministro a la parrilla, vuelta y vuelta, como un San Lorenzo de la política. Garzón ya huele a churrasco, a carne política quemada. No solo la derecha carpetovetónica de este país se ha lanzado a una cacería de brujas contra el ministro vegano tras olfatear el rastro de la carnaza, sino que ya no lo respalda ni su propio Gobierno en su cruzada contra el consumo de proteínas animales. Bien porque no sabe explicarse ante los españoles, bien por la mala baba de sus enemigos políticos que siempre aprovechan para retorcer sus opiniones y tergiversarlas hasta hacer quedar al ministro como un vegetariano radical, lo cierto es que, por una razón o por otra, por hache o por be, Garzón siempre sale chamuscado de estos debates cárnicos y con él termina arrastrando al propio Sánchez a la sartén.
Debería empezar a sopesar el líder de Izquierda Unida si le merece la pena montar estos pollos (nunca mejor dicho) justo ahora que el PP y la extrema derecha andan disparados en las encuestas. A estas alturas, Garzón ya debería saber que el español es carnívoro por naturaleza y por idiosincrasia, o sea que le gusta darse al filete, gran emblema del buen yantar, de modo que todo aquel político que se atreva a prohibir la chicha acabará en la trastienda de la cocina del poder, como un chef frustrado de los programas de Chicote.
De momento, Garzón se ha visto obligado a matizar sus palabras alegando que el reportero que le sonsacó la entrevista cortó sus declaraciones “por motivos de espacio” (muy feo eso de echarle la culpa al mensajero). Además, insiste en que el “lobby de ciertas grandes empresas que promueven macrogranjas contaminantes” está difundiendo “el bulo” de que él, como ministro, pretende acabar con la industria ganadera española. Y seguramente tiene razón en que lo están linchando injustamente, pero él solito se lo busca metiéndose en esos jardines.
“Aprovecho para publicar la transcripción completa de lo que dije en la entrevista, pues por motivos de espacio el periodista tuvo que excluir algunos elementos que hoy, al calor del bulo y la mentira que ciertos actores promueven, salen realzados”, ha tuiteado el titular de Consumo. De nada servirá la aclaración, ya que cuando las hordas tuiteras, las manadas irracionales, la toman con alguien, no paran hasta que no quedan ni los huesos de la presa.
Lo que quiere decir Garzón, si no lo hemos entendido mal, es que es preciso diferenciar entre la ganadería industrial y la extensiva. La primera sería detestable por producir carne de baja estofa, mientras que la segunda hay que conservarla y potenciarla. El ministro no descubre nada nuevo cuando dice que criar vacas, cerdos y pollos hormonados en barracones infectos y hacinados del Auschwitz ganadero, como en aquella novela de Orwell que hablaba de animales esclavizados por el hombre, puede ser contraproducente para la salud humana. Y también es consciente de que cualquier persona es libre de comer un buen chuletón de Ávila de vez en cuando y sin abusar. Así se desprende cuando afirma que la buena ganadería ecológicamente sostenible “tiene mucho peso en determinadas regiones de España como puede ser Asturias, parte de Castilla y León, incluso de Andalucía o Extremadura”. Por otra parte, también es cierto que él nunca ha apostado por prohibir la carne como un abolicionista de los placeres culinarios, solo por reducir su consumo. Sin embargo, una vez más, y a tenor de la polvareda que se ha montado, es evidente que no se le ha entendido. Y cuando a un político no le entiende el pueblo, lo mejor que puede hacer es recoger sus bártulos e irse a su casa. “Es la tercera vez que este señor va contra nosotros, contra un sector que está trabajando honradamente”, dice un sindicalista del campo indignado con el ministro, que si sigue con las mismas no habrá un lugar en la España vaciada donde no sea odiado, y mira tú que es grande y amplia.
Rápidamente, Isabel Rodríguez ha marcado distancias con Garzón. La portavoz del Ejecutivo evita respaldar al ministro e insiste en que “hablaba a título personal”. “Esa no es la posición del Gobierno, sino que las posiciones del Ejecutivo con relación a la ganadería son los acuerdos que salen del Consejo de Ministros”, alega. Está claro que a Garzón ya no le apoyan ni los suyos ni sus socios. Hasta el presidente de Aragón, el socialista Javier Lambán, cree que este hombre “no puede ser ministro ni un día más”.
Nadie en su sano juicio puede negar que el consumo excesivo de carne es nocivo para la salud y para el medio ambiente. Todavía más si el producto proviene de macrogranjas. Pero lo que no puede ser es que Garzón socave los cimientos del Gobierno cada vez que abre la boca sobre este tema. En todo este tiempo en el poder ya debería haber aprendido que las cosas hay que explicarlas bien para no provocar un terremoto político que solo beneficia a los rivales y enemigos. Con esta, ya son tres las veces que se ha metido en el mismo charco. Demasiada impericia política.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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