viernes, 28 de enero de 2022

LA PRENSA BELICISTA

(Publicado en Diario16 el 25 de enero de 2022)

Llama poderosamente la atención comprobar cómo la prensa española se ha subido alegremente al barco de la OTAN en los preámbulos de la guerra en Ucrania. Ya no se trata de que a una ministra como Margarita Robles le entre de repente el ardor guerrero, se ponga cachonda con los tambores atlantistas y coloque a España en la primera línea de combate en el Frente Ruso (por momentos da la sensación de que esta señora tiene más ganas de lío que el propio Putin), sino de que reputados periodistas, hombres y mujeres con carrera, con inteligencia y con capacidad de análisis, se hayan posicionado a las primeras de cambio en el bando intervencionista. Y no son pocos. Da lo mismo si se trata del prestigioso grupo Prisa o de los rancios periódicos de la caverna: la mayoría de las grandes firmas de este país apoyan la descabellada idea de enviar fragatas y tropas al Mar Negro como si no hubiera otra solución al conflicto ucraniano. A todos esos furibundos plumillas otanistas solo les falta empuñar la bandera de las barras y estrellas, como un yanqui más, y echarse a la calle con ímpetu al grito de “¡a la guerra, a la guerra!”.

Pero si produce cierto estupor asistir al triste espectáculo de supuestos intelectuales haciendo sumiso seguidismo de los postulados de Estados Unidos y la OTAN (lo fácil es repetir como un papagayo las consignas que va lanzando Biden desde la Casa Blanca sin hacer el más mínimo esfuerzo de reflexión o crítica) más bochornoso aún es tener que escuchar los argumentos falaces que se esgrimen para justificar la estrategia belicista. El primero de ellos, y que se está repitiendo hasta la saciedad, es que la Alianza Atlántica tiene derecho a defenderse ante un ataque inminente, con lo cual España, como socio que es, no puede hacer otra cosa que meterse también en las trincheras. Rotundamente falso. Lo que consagra el artículo 5 del tratado de la OTAN es el principio de defensa colectiva, piedra angular de la organización, que estipula claramente que una agresión contra uno de los aliados se considerará una afrenta contra todos. Hasta donde se sabe, Ucrania no es miembro del club atlantista (ha solicitado el ingreso, pero está en trámites), de manera que por ahí vamos mal en el discurso, ya que estamos retorciendo la carta fundacional para adaptarla a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos.

Por tanto, enviar tropas a la frontera ucraniana va contra el espíritu mismo de la OTAN, que debe ser siempre defensivo, nunca ofensivo. Mucho más coherente ha sido la postura de Alemania, que acaba de anunciar que no suministrará material militar al régimen de Kiev, apostando por agotar la vía de diálogo hasta el final. Qué envidia la posición madura, sensata y prudente de la ministra de Defensa alemana, Christine Lambrecht, respecto a su guerrillera homóloga española, a la que le faltó tiempo para ponerse el casco y el chaleco antibalas y enviar la chalupa Blas de Lezo a la zona. Pare un poco, señora Margarita, que Ucrania ha estado ahí miles de años y no se la va a llevar nadie. Recapacite, reúnase con la Plana Mayor del Ejército y con los expertos analistas, medite la situación, haga un poco de trilerismo diplomático (que para eso se inventaron las embajadas), dé largas si hace falta y tómese estas cosas con cierta calma, que meterse en un follón (nada menos que contra la superpotencia nuclear rusa) no es cualquier cosa. Y si no que se lo pregunten a Aznar, que nos arrojó al avispero iraquí, poniéndonos en el objetivo y en primera línea de fuego, y así nos fue.

Las guerras se saben cómo empiezan, pero nunca como acaban. A ver si con tanto correr vamos a ser los primeros en llegar al Mar Negro y no van a estar ni los marines, consumándose otro espantoso ridículo internacional español. Lo mismo llega doña Margarita al frente, prismáticos en mano cual general Patton de León, y se da cuenta de que allí no hay nadie. A ver cómo le explicas luego a Putin, un señor con muy mala leche, que estamos de maniobras orquestales en la oscuridad en las faldas de los Urales. Eso es jugar con fuego con un tipo como el Ogro de Moscú que se las sabe todas y apunta cada cosa en su Moleskine de la KGB, de manera que para desgracia nuestra España ya está la primera en la lista negra de objetivos para cuando haya que lanzar los misiles de Kaliningrado. Hasta la misma Robles se dio cuenta de que fue demasiado lejos y horas después se vio obligada a matizar la posición del Gobierno español, que por lo visto ahora consiste en “trabajar por la paz”. Sí, sí, eso cuénteselo usted a los vejestorios huraños del Kremlin que a esta hora señalan con el dedo, en el mapa, las bases de Morón y Rota. Sin duda, el mal ya está hecho producto de la incompetencia de una mujer atropellada que no está para dirigir guerras mundiales.

Pero hay otras patrañas y argumentos que la prensa oficialista española ha comprado a la ligera en un sonrojante ejercicio periodístico de brocha gorda. Por ejemplo la tesis de que esta no será una guerra convencional, sino una escaramuza propia del siglo XXI, como si Washington y Moscú fuesen a jugarse la hegemonía del mundo a la Play. Que esto es una guerra, compañeros, tíos, troncos, y en las guerras muere gente, hay sangre y cuerpos descuartizados por todas partes y los países en conflicto quedan hechos una braga. O si no esa otra coartada de que está en juego la libertad. ¿La libertad de quién? ¿De Ucrania, un país de claros tics autoritarios donde la corrupción campa a sus anchas? A otro perro con ese hueso.

Por otra parte, sí es verdad que Putin presenta claros síntomas de megalomanía, de zarismo autoritario y psicopático, de delirio de grandeza expansionista y hitleriano, y que anhela hacer realidad el viejo sueño de una Gran Rusia. Razón de más para no tocarle los soberanos siberianos al loco. A un tipo así, dispuesto a apretar el botón nuclear y enviar el planeta al garete, no se le puede soliviantar. De manera que volvemos al punto de partida inicial: diplomacia, diálogo, respeto al adversario y mucho tacto. En ese sentido, lo mejor que puede hacer la OTAN es sentarse a negociar con el psicópata y darle garantías de que Ucrania se convertirá en zona desmilitarizada, algo así como un cinturón de seguridad para que los rusos puedan dormir tranquilos por la noche, tanto como los yanquis desde que saben que en Cuba no hay ojivas atómicas de la época soviética. Si Biden firma ese papel, mañana mismo el Ejército putinesco recoge los bártulos, mete los tanques en las fundas, se vuelve para los cuarteles de invierno y aquí paz y después gloria. Claro que para eso hace falta lo más importante: un líder norteamericano fuerte y seguro de sí mismo. No un vejete que está para sopitas y que hace lo que le dicen los halcones del Pentágono y los ejecutivos desalmados de Halliburton. Pero de eso no habla la canallesca española. Por algo será.

Por Iñaki y Frenchy

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