domingo, 23 de enero de 2022

AYUSO SE ESCAQUEA

(Publicado en Diario16 el 22 de diciembre de 2021)

Al personal sanitario que se ha batido el cobre en la pandemia habría que ponerle un monumento en cada ciudad y en cada pueblo de este país. Nuestros médicos, enfermeras, celadores y cuadrillas de limpieza no solo han aguantado, como jabatos y en primera línea de batalla, las seis olas del coronavirus, sino que han salvado miles de vidas trabajando en condiciones de precariedad laboral, exhaustos, sin equipamiento adecuado y cobrando salarios de miseria. Hoy mismo, en plena ofensiva ómicron, continúan siendo el gremio profesional que más se contagia y más bajas registra casi a diario.

Pese al drama que han vivido, todo lo han soportado con un valor, un estoicismo y una entrega que conmueve, y a buen seguro lo seguirán haciendo porque estas personas eligen su trabajo no solo como una forma de ganarse la vida, sino por vocación, por pura vocación de ayuda a los demás.

Desde que empezó la pandemia, nuestros profesionales sanitarios han protagonizado cientos, miles de historias que hablan de entrega y desinteresado altruismo, dramas personales anónimos que algún día darán para grandes novelas y películas destinadas a perdurar y a dar cuenta de lo que aquí pasó para que nunca se olvide. Aún recordamos el relato de aquella jovencísima enfermera, una novata, una niña todavía en prácticas clínicas y de la vida que lloró como nunca el primer día de trabajo al ver cómo se le iba un paciente de coronavirus. O aquella otra anécdota sobre unos bravos sanitarios que intentaron fabricar equipos caseros de respiración asistida con lo poco que encontraron en casa. O la historia de ese cirujano que en lo peor de la pandemia confesó, entre impotente y conmocionado, que los médicos ya no podían hacer más que estrechar la mano de los ancianos desahuciados y acompañarlos en el tránsito de la muerte para que no se encontraran tan solos y confusos en la inmensa frialdad de las Unidades de Cuidados Intensivos. Fueron ángeles con batas blancas. Héroes anónimos a los que aún no hemos rendido el tributo que se merecen como país y como pueblo.

Muchos de esos profesionales hoy todavía no han superado el impacto, el shock traumático que supone ver morir entre los propios brazos a decenas de seres humanos mientras el mundo se derrumba a tu alrededor y se convierte en un escenario de terror apocalíptico, casi de guerra total contra un ser intangible de otro mundo. Las secuelas psicológicas que la pandemia les ha dejado son irreversibles, incurables, y tendrán que convivir con ellas para siempre. Jamás podrán olvidar aquellas macabras imágenes de muertos en los pasillos de los hospitales y ataúdes apilados por doquier. Porque aunque tengamos la tentación de considerarlos ídolos, valientes, heroicos guerreros, al fin y al cabo son personas de carne y hueso, trabajadores como cualquiera de nosotros con un miedo paralizante cuando tienen que enfundarse un traje de protección especial y entrar en una sala de contagiados, donde cada minuto juegan una partida de ajedrez cara a cara con la muerte, como en El séptimo sello, el prodigioso film de Bergman.

Nuestros sanitarios nos han cuidado, han dado lo mejor de sí, se han entregado a tope para tratar de salvarnos de este Chernóbil pandémico que se nos ha venido encima como una plaga bíblica. Han estado al pie del cañón en las trincheras de la UCI y muchos de ellos han muerto en acto de servicio en la actividad humana más digna y decente que existe: dar la vida por los demás.

Ayer, la señora presidenta de la Comunidad de Madrid, esa muchachita atrevida que juega a los políticos ajena al daño que hace, se permitió el lujo de arrojar una sombra de sospecha sobre nuestros heroicos sanitarios, paisanos y paisanas a los que una clown como ella no llega, en nobleza y talla ética, ni a la suela de los zapatos. Durante una entrevista en esRadio, Ayuso insinuó que el problema de las colas y la falta de atención en los ambulatorios de Madrid, desbordados estos días por la sexta ola de ómicron, es que el personal clínico se desentiende y no coge el teléfono a los pacientes. “Sí que quiero estudiar profundamente qué está sucediendo en los centros de salud porque no en todos los casos los ciudadanos tienen que estar esperando haciendo colas, y por qué en algunos no cogen los teléfonos, se cuelgan, de repente no hay médicos… Lo vamos a investigar”, dijo dándose importancia e interpretando el papel de detective del FBI inmersa en un misterioso caso contra un enemigo invisible (que para ella siempre tiene forma de comunista con rabo y cuernos).

Ayuso ha atravesado muchas líneas rojas en su corta carrera como profesional de la política pero esta vez ha alcanzado cotas de ignominia e insensibilidad difícilmente digeribles. Pretender acusar a los sanitarios, a nuestros sanitarios que se están dejando la piel en la lucha contra el coronavirus, de causar el colapso de los centros de salud por desidia y escaqueo, revela la catadura moral de esta mariscala de campo de tres al cuarto que recuerda mucho a aquel general de Senderos de gloria que fusilaba a sus subordinados inocentes, incapaz de asumir que era un incompetente militar culpable de enviar a una muerte segura, por ineptitud y cobardía, a los soldados del frente. Al igual que el personaje de la película de Kubrick, Ayuso elude su responsabilidad en el desastre sanitario que es la Sanidad pública madrileña desmantelada por ella misma y por quienes como ella profesan la perversa religión del ultraliberalismo radical. El caos en las residencias de ancianos de Madrid, la mayoría vendidas a fondos buitres y en manos de otros piratas, quedará para la historia como el mejor ejemplo de su nefasta gestión.

En realidad, en los centros de salud madrileños no hay trabajadores que no estén dando el callo, como sugiere Ayuso, ni sindicalistas liberados que andan por ahí de cañas, ni terroristas bolcheviques empeñados en boicotear a la señora presidenta (un delirio que provocaría la carcajada más estentórea de no tratarse de un asunto tan serio). Lo que hay aquí es una epidemia de falta de inversión, de privatizaciones, de recortes en las plantillas de médicos y enfermeras, de simple y llana negligencia política. Todas esas colas de ciudadanos que hoy se agolpan a las puertas de los ambulatorios sin ser atendidos no son más que los efectos colaterales, las víctimas de unas crueles políticas lideradas por este siniestro personaje con ínfulas de diva o folclórica que muchos madrileños han elegido como lideresa, sin duda erróneamente y para desgracia de todos. De momento, cinco sindicatos ya han anunciado acciones legales por sus “falsedades, calumnias e injurias” contra los empleados del sector. Ojalá prospere.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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