(Publicado en Diario16 el 14 de enero de 2022)
Hay algo en Alberto Garzón que puede llegar a exasperar a cualquier ciudadano, ya sea de izquierdas o de derechas: el hombre analiza la actualidad desde fuera, como si se tratara de un periodista, un tertuliano o el concienciado activista de una oenegé que pasaba por allí. ¿Acaso no es el ministro de Consumo? ¿Es que no tiene suficientes poderes, por ley, para tomar cartas en los diferentes asuntos que preocupan a los españoles? Pues ya han pasado varios días desde su polémica entrevista con The Guardian, en la que alertó sobre los peligros de las macrogranjas en España, y todavía no ha tomado ni una sola decisión al respecto pese a que sus denuncias contra la ganadería industrial son de la máxima gravedad.
Según el ministro, una parte del sector estaría jugando con la salud de las personas al producir y distribuir carne de dudosa calidad. Pues bien, después de soltar tamaña bomba, ¿ha ordenado el señor Garzón alguna investigación exhaustiva, ha tomado alguna medida drástica para acabar con esos filetes y solomillos peligrosos que están arruinando la salud de los españoles, ha anunciado algún plan de choque para regularizar el supuesto sindiós de las macrogranjas? Nasti de plasti. Rien de rien. Res de res. Todo son disquisiciones metafísicas, reflexiones teóricas, debates bizantinos, mientras los camiones frigoríficos siguen entrando y saliendo de las explotaciones ganaderas atiborrados con la carne de la discordia.
Tenemos un ministro comentarista de la actualidad que habla mucho y hace poco. O mejor dicho, tenemos un ministro que vislumbra el mundo desde las alturas ministeriales, celestes, como un dios que todo lo ve, pero sin interferir en la realidad de los hombres para no alterar el curso de los acontecimientos. Ya sabemos que las competencias en la materia las tiene Luis Planas, titular de la cartera de Agricultura. Pero ayer mismo, Garzón se descolgó con nuevas declaraciones sobre el tema que afectan de lleno a su negociado y que sin duda generan preocupación en la ciudadanía. En concreto, el ministro aseguró que los consumidores tienen derecho a saber “con la mayor precisión posible” de dónde procede la mercancía que están consumiendo. Muy bien, pues dé usted las instrucciones pertinentes para regularizar la situación. Póngase las pilas y déjese de dar la barrila con las entrevistas en The Guardian.
De las palabras de Garzón puede deducirse que algo está fallando en el etiquetado de los productos que compramos en el supermercado, ya que el comprador no dispone de toda la información sobre la carne que se lleva a su casa. Lo lógico sería que el consumidor supiera no solo si el pollo, la ternera o el cerdo que mete en el carrito de la compra es de primera o de segunda categoría, algo que ya figura en la etiqueta, sino si proviene de granja tradicional, ecológica o explotación industrial, qué tipo de pienso se utilizó para la crianza y si se recurrió a alguna hormona o antibiótico para engordar rápidamente al ganado. Tenemos derecho a saber, en fin, si el animal que nos llevamos a la boca tuvo una vida sana y feliz o vivió en uno de esos lóbregos barracones hacinados donde se alimenta a las reses con piensos artificiales.
Pues por lo visto, y de forma sorprendente, muchos datos informativos sobre el origen del producto se han estado escamoteando al consumidor con total impunidad y sin que aquí pase nada. Es un escándalo mayúsculo. Y ahora nos encontramos con un ministro que va y nos dice, tan tranquilamente, con esa solemnidad de intelectual por encima del bien y del mal, con esa parsimonia de analista gafapasta, que habría que hacer algo al respecto. ¿Cómo que habría que hacer algo? ¿Acaso no es su señoría el ministro del ramo? Hágalo usted, que para eso le pagan, hay que fastidiarse. Si es cierto que las macrogranjas nos están atiborrando con proteínas animales de baja estofa ya tarda el señor Garzón en enviar a esas instalaciones ganaderas a la plantilla de inspectores al completo, a la UCO, a la UDEF, a los GEO, a la Legión, a quien haga falta para detener lo que no deja de ser un envenenamiento masivo y a largo plazo de la población. Si es verdad que los españoles están cayendo víctima de cánceres de varios tipos por culpa de una carne de baja estofa y de unos señores que se enriquecen a costa del pelotazo avícola, bovino y porcino, ¿a qué espera el señor ministro para organizar una gran redada nacional?
Está claro que Garzón cae en las denuncias vagas, en los diagnósticos aproximados, en los análisis teóricos, eso sí, a la hora de la verdad, llegado el momento de enviar a la policía y a la Inspección a cada una de estas macrogranjas que supuestamente nos estarían enfermando con chuletones de dudosa procedencia, el ministro recurre al habitual a mí no me miren que no soy nadie, yo ahí lo dejo, no digo nada y lo digo todo, yo solo lo digo por si… Es inaudito, indignante, intolerable. A uno le gustaría pensar que estamos en manos de políticos valientes. A uno le encantaría pensar que quienes nos gobiernan son hombres y mujeres que no se arredran ante nada ni ante nadie, ni siquiera ante el lobby de la carne del Íbex 35. Por desgracia, ya está visto que no es posible contar con gobernantes que se dejen la piel por el pueblo.
Es fácil tirar la piedra y esconder la mano. Es sencillo levantar un escándalo en The Guardian y volver después a la covachuela ministerial para leer la entrevista en el periódico. Pero el acto políticamente valeroso y coherente consiste en hacer algo, en levantar el teléfono y en poner orden en un sector que por lo que parece sigue controlado por piratas sin escrúpulos que juegan con nuestra salud. Definitivamente, estamos condenados a comer basura y a que nadie haga nada para impedirlo.
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