(Publicado en Diario16 el 6 de diciembre de 2021)
“La Constitución es la solución, no el problema. El mejor homenaje hacia el pasado es que tomemos las riendas del presente y nos hagamos dueños del futuro. ¡Viva la Constitución!”, proclama Pablo Casado, solemnemente, en uno de sus tuits mañaneros con motivo de la festividad del 6 de diciembre. Casado es de los que piensan que nuestra Carta Magna es como la Biblia, de manera que no debe tocarse ni una sola coma para adaptarla a los nuevos tiempos. Hace falta estar ciego para no ver que nuestro texto legal supremo necesita una restauración urgente antes de que termine deshaciéndose entre las manos y convirtiéndose en polvo, como uno de esos incunables medievales. Sin embargo, el líder del PP, como buen conservador que es, no quiere ni oír hablar de las reformas necesarias. Le ha tocado cumplir el papel del Fraga del siglo XXI y lo está desempeñando con maestría.
Es evidente que la derecha española se ha quedado en el 78, solo que hace 43 años trataban de conservar los logros franquistas y hoy hacen lo propio con un régimen que hace aguas por todas partes. Un año más, sus señorías del Partido Popular tratan de aparecer como los grandes garantes y defensores de la Constitución, y un año más tenemos que hacer la misma columna decembrina (nosotros no queremos, pero nos obligan). Pasarán cien años y siempre habrá un demócrata de verdad para recordarles que no todos ellos fueron fervientes constitucionalistas ni estuvieron en el lado correcto de la historia en el momento más crucial y trascendental para este país, cuando unos diputados de Alianza Popular (el embrión del actual PP) votaron a favor de la Norma Fundamental, otros lo hicieron en contra y los hubo que incluso no se mojaron, poniéndose de perfil.
En efecto, durante la votación en el Congreso de los Diputados celebrada el 31 de octubre de 1978, ocho diputados del partido fundado por Fraga Iribarne dijeron sí a la Constitución, cinco la rechazaron y tres se abstuvieron (se conoce que no tenían claro si aquello de la democracia iba con ellos o todavía soñaban con que llegara un espadón o salvapatrias para dar el acostumbrado golpe de timón). Los cinco negacionistas de la Carta Magna fueron Gonzalo Fernández de la Mora y Mon, Alberto Jarabo, José Martínez Emperador, Pedro de Mendizábal y Federico Silva. Los abstencionistas (Licinio de la Fuente, Álvaro de Lapuerta y Modesto Piñeiro) tampoco quedaron libres de sospechas franquistas y al final, entre unos y otros, la mitad del grupo político no votó la Carta Magna. Un titular aparecido en El País el 19 de septiembre de 1978 (“Alianza Popular teme una ruptura del partido por el voto a la Constitución”) da cuenta de la tensión máxima que se vivía en la derecha española.
Si nos detenemos uno por uno en los “cinco duros”, en los cinco fieles devotos del Antiguo Régimen que se resistieron a renegar de Franco hasta el final, entenderemos por qué se opusieron a una norma superior que era la piedra angular sobre la que los españoles debían construir su nueva democracia.
Gonzalo Fernández de la Mora, ideólogo de la tecnocracia franquista, fue ministro de Obras Públicas durante la dictadura y pese a que en un principio se sumó al proyecto de fundación de Alianza Popular, dando a entender que comulgaba con el pluralismo político, finalmente se negó a dar su voto a favor de la Constitución al considerarla “propia de una partitocracia”. Fue tal su alergia al proceso constituyente que incluso llegó a escribir un libro, Los errores del cambio, donde puso de manifiesto sus razones nostálgicas.
En cuanto a Alberto Jarabo, tampoco extraña que le apretara el traje de demócrata y no se sintiera cómodo. Amigo íntimo de Fraga, Jarabo venía de ostentar importantes cargos en la dictadura como el de Delegado Nacional de Prensa y Radio del Movimiento y llegado el momento de votar la Carta Magna presentó una enmienda que proponía la supresión del término “nacionalidades” cuando tocó diseñar el modelo territorial. Así quedaba clara su alergia a la descentralización y su apuesta por la España una, grande y libre de siempre. Finalmente, se dejó la política y volvió a su puesto como inspector de Trabajo hasta su jubilación.
Consejero nacional del Movimiento, José Martínez Emperador también fue vocal del consejo de administración de la sociedad editora del periódico ultraderechista El Alcázar, de la junta de la Confederación Nacional de Excombatientes y miembro e impulsor de la Unión del Pueblo Español (UDPE). Martínez entendía que antes de ir a elecciones legislativas debían convocarse unas municipales, un movimiento que no tenía otra finalidad que torpedear un rápido avance hacia la democracia.
En cuanto a Pedro de Mendizábal, con solo 15 años se alistó como voluntario en el tercio de requetés Ortiz de Zárate durante la Guerra Civil, con el que participó en la batalla del Ebro y en el frente de Cataluña, desfilando con las tropas vencedoras en Madrid el primero de abril de 1939. No hace falta decir mucho más para entender que muy demócrata no es que fuese.
Y en cuanto a Federico Silva, ministro franquista y miembro de la Asociación Católica de Propagandistas, este hombre también estaba convencido de que las autonomías iban a romper España (hoy, 43 años después, muchos siguen manteniendo esa tesis, aunque la mayoría vota a Vox). Silva acabó convirtiéndose en presidente de la Derecha Democrática Española (DDE), un grupo político a medio camino entre Fuerza Nueva y Alianza Popular. Eso sí, antes de abandonar la política probó en las puertas giratorias como consejero de Banesto en los días previos al aterrizaje de Mario Conde. Otra gran metáfora de los tiempos.
Así eran los “cinco duros” de AP, así se las gastaban los fundadores del partido que hoy van dando lecciones de democracia al resto de los españoles. Todos ellos quedaron retratados para la posteridad, y aunque es cierto que Alianza Popular pidió el voto favorable en el posterior referéndum de ratificación de la Constitución no estaría de más que Pablo Casado, en vista de que no tiene demasiado de qué presumir, bajara sus humos de constitucionalista de pedigrí, de garante y último bastión del régimen del 78. Sus padres políticos hicieron lo que hicieron y votaron lo que votaron, eso quedó ahí grabado en negro sobre blanco, tanto en los periódicos de la época como en el diario de sesiones de las Cortes. Por tanto, que dejen de sermonearnos con vanas teorías sobre la democracia quienes en aquellos tiempos transicionales trataron de torpedear el mayor avance político en quinientos años de historia de España.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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