(Publicado en Diario16 el 10 de diciembre de 2021)
El papa Francisco y Yolanda Díaz se reunirán el sábado en el Vaticano. La entrevista promete y más de uno daría algo a cambio de poder mirar por el ojo de la cerradura para saber qué se dicen, de qué hablan y qué acuerdan. El Sumo Pontífice y la comunista revolucionaria cara a cara. El representante del Altísimo en la Tierra y la nueva Pasionaria sofá con sofá. El vicario de Dios y la camarada atea bolchevique debatiendo sobre esto y aquello. Qué morbazo.
En un país como España que cada cierto tiempo pasa del nacionalcatolicismo al anticlericalismo más radical (y viceversa) las relaciones Iglesia/Estado siguen dando mucho que hablar a “la cofradía de la columna”, como llamaba el maestro Campmany a los que nos dedicamos a este negocio del periodismo. Si hay un problema secular que los españoles aún no hemos sabido resolver ese es el de la espinosa cuestión religiosa y las siempre tempestuosas relaciones con la curia vaticana. De una forma o de otra, este siempre ha sido un país fuertemente influido por el clero y todas las revoluciones liberales para intentar avanzar hacia un Estado laico, desde la Pepa de 1812, han terminado en causas frustradas, cruentas guerras civiles o con un Borbón en el trono.
No olvidemos que la Segunda República, en su intento de romper con la Iglesia católica, acabó de un plumazo con el Concordato de Isabel II de 1851. Aquello enervó todavía más a los poderes fácticos y activó la conjura de militares, monárquicos, nobles terratenientes, falangistas y el clero, que se puso incondicionalmente de lado de las facciones más reaccionarias para no perder sus privilegios, conservar la escuela privada y mantener las subvenciones estatales a las órdenes religiosas. Más tarde Franco, aprovechando que se cumplía un siglo del concordato de 1851, escribió a Pío XII solicitando un nuevo acuerdo. En un principio el Santo Padre se mostró reticente. La experiencia de los Pactos de Letrán con Mussolini y el Reichskonkordat con Hitler aconsejaban pensarse al menos dos veces una nueva alianza con un régimen fascista, pero finalmente el papa tragó y dos años después, en 1953, el Caudillo cerró el asunto para satisfacción de la Iglesia española, que ya siempre llevó al dictador bajo palio.
La democracia, como en tantas otras cosas, transigió también en la cuestión religiosa y aunque la Constitución del 78 garantizó la aconfesionalidad del Estado, el Gobierno de la UCD no hizo sino sancionar el statu quo anterior con los Acuerdos entre el Estado y la Santa Sede de 1979. Desde entonces, la Iglesia ha seguido manteniendo una posición ciertamente ventajosa respecto a las demás confesiones religiosas y hay no pocos ejemplos de ese trato preferente en los que no es necesario ahondar ahora. Basta con recordar que la Conferencia Episcopal recibe, en forma de subvenciones directas y exención de tributos, más de 11.000 millones anuales de las arcas del Estado que para sí los quisieran las religiones musulmana, judía o budista. Todo ello sin contar con las famosas inmatriculaciones, esa prerrogativa que el franquismo concedió a la cúpula eclesiástica mediante la cual bastaba con que un obispo tomara como suyo cualquier bien mueble o inmueble sin necesidad de más título legal que su simple y santa bendición (hoy se estima que cerca de 30.000 propiedades, desde templos a casas parroquiales pasando por fuentes públicas y parques infantiles, pasaron de esa manera, por obra del Espíritu Santo, a manos eclesiásticas).
Es de suponer que Yolanda Díaz viajará a Roma no para confesarse con Francisco ni para admirar los frescos de Rafael o la Capilla Sixtina (la vicepresidenta es una mujer culta, lista y formada y esa parte la tiene superada desde sus años de estudiante), sino para plantear todas las viejas cuentas pendientes con la curia vaticana. Francisco es un papa que ha mostrado cierto progresismo y amplitud de miras, aunque de cuando en cuando se meta en algún que otro charco inoportuno. Su lucha sincera contra la pederastia y en favor de la democracia y los derechos humanos, su apoyo incondicional a los inmigrantes y refugiados (dando severos tirones de orejas a los gobiernos populistas de extrema derecha) y sus esfuerzos por poner al día las cuentas internas para acabar con la corrupción de la mafia ambrosiana le han granjeado el cartel de papa moderno (dentro de lo moderno que puede ser un gobernante que defiende los mismos dogmas inamovibles e inmutables desde hace dos mil años). Incluso pidió perdón a México por los errores cometidos por la Iglesia durante la conquista de América. Aquello molestó sobremanera a Isabel Díaz Ayuso, a quien este papa le produce un fuerte tufo a azufre satánico e izquierdoso.
En ese contexto, llama la atención que Francisco I haya aceptado la reunión con Yolanda Díaz, puesto que suele dar audiencia exclusivamente a jefes de Estado y de Gobierno. Pedro Sánchez ya pasó por capilla hace un año, pero aquello fue una peregrinación religiosa por consejo del devoto Pepe Bono más que otra cosa (el PSOE hace tiempo que aprendió el eslogan cervantino de “con la Iglesia hemos topado” y no se mete en líos). El presidente estuvo en el despacho papal con su mujer, Begoña Gómez, mantuvo una conversación de media hora con el Santo Padre y le regaló un facsímil del Libro de horas del obispo Juan Rodríguez de Fonseca. La entrevista del sábado tiene mucha más enjundia que aquel tour sanchista por los palacios pontificios, ya que la ministra de Trabajo llega a la Ciudad Eterna en plan presidenta, como la política mejor valorada de nuestro país y en plena reconstrucción de su Frente Amplio, junto a otras cuatro lideresas de la izquierda española (Mónica Oltra, Ada Colau, Mónica García y Fatima Hamed). El feminismo será, sin duda, otro asunto de debate ideológico que no quedará fuera de la agenda de conversaciones.
Por lo tanto, todo apunta a que puede haber feeling entre ambos mandatarios después de casi un siglo de guerras, revoluciones y desencuentros entre la izquierda real española y el papa de Roma. El comunismo yolandista tiene muy superado a Marx y ya no entiende la religión como el opio del pueblo. Francisco es un hombre ilustrado y leído, cosmopolita y humano, alguien con el que se puede hablar de todo, incluso de política. Por eso la derecha lo ve como un rojazo peligroso. En una de estas, Yolanda Díaz hasta lo convence para que las monjas puedan dar misa los domingos. Que tiemblen los muros vaticanos.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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