(Publicado en Diario16 el 2 de diciembre de 2021)
El cinismo es el gran programa político de las derechas españolas. Ayer volvieron a dar una muestra de esa doble moral que practican descaradamente y sin pudor al quejarse de la supuesta censura que el Gobierno pretende instaurar en el Congreso de los Diputados mientras ellos inician cazas de brujas contra periodistas de investigación que levantan casos turbios en todo el país.
La polémica estalló cuando las fuerzas parlamentarias, todas menos PP, Vox y Ciudadanos, remitieron un escrito a la Secretaría General del Congreso para quejarse de que los medios de comunicación de la caverna conectados a los partidos conservadores han convertido las ruedas de prensa en un “careo ideológico” entre periodistas y políticos que altera el “clima de cordialidad” en el Parlamento. Todo aquel que haya asistido a una de esas comparecencias de las que rara vez sale una buena noticia sabemos que la prensa reaccionaria aprovecha el momento para hacerle el juego o caldo gordo al político de turno y de paso embroncar, embarrar y crispar todo lo que se pueda.
Quiere decirse que el periodista derechoso o ultra que cubre información política (muchos de ellos acreditados por webs pintorescas, tabloides digitales sensacionalistas y hojas parroquiales) ya tiene por costumbre acudir a las ruedas de prensa parlamentarias no para informar a sus lectores sobre esta o aquella ley que se ha aprobado sino para colocar su tema que solo le interesa a su periódico amarillo y en todo caso a Pablo Casado o a Santi Abascal. En definitiva, de lo que se trata con esas prácticas es de convertir la sala de prensa en un circo donde las faltas de respeto se instauran y el código deontológico de la profesión se pisotea sin rubor. O dicho de otra forma: una cosa es acudir al Congreso a hacer las preguntas incómodas, que es la función de todo buen periodista, y otra muy distinta es ir allí a debatir de tú a tú sobre las gallofas y empanadas mentales de Vox (como si aquello fuese un plató de Ferreras), con el político de izquierdas al que se trata de linchar.
En realidad, estamos ante un abuso del derecho a la libertad de expresión, un claro ejercicio de filibusterismo periodístico que solo tiene un objetivo: erosionar al partido en el poder. Es así como el redactor se acaba convirtiendo en un agente infiltrado de tal o cual partido, un espía en el Congreso que, a primera hora de la mañana, como buen mandado o lacayo, le suelta a Lastra, Errejón o Baldoví la pregunta trampa o polémica del día –consumando la encerrona que le han encomendado–, y a mediodía queda en la tasca frente a los leones de las Cortes para tomarse un vino con el amo del partido, informarle de cómo ha ido la cosa y echarse unas risillas con él. Obviamente, nada de eso tiene que ver con el periodismo ni con el derecho a la información objetiva sino con la conjura, la intriga palaciega y la guerra sucia. Es decir, complicidad del informador con las “burbujas mediáticas”, bulos o truños que se va inventando la extrema derecha.
Por lógica, las fuerzas políticas afectadas por estas maniobras orquestales en la oscuridad de las derechas tenían que reaccionar ante tales atropellos y han elevado un escrito de queja en el que muestran su “preocupación” ante las “intolerables faltas de respeto” que rompen el clima de cordialidad y decoro en el templo de la democracia. O sea, que quedan en evidencia aquellos plumillas que se dejan manipular y entran en el juego de la crispación para convertirse en agitadores, alborotadores y vocingleros de las derechas.
Casi de inmediato, como si todo estuviese perfectamente previsto en el guion, Pablo Casado ha salido a la palestra para mojar en esa salsa y erigirse como supuesto defensor del derecho a la libertad de expresión y de prensa. En uno de sus tuits, asegura solemnemente: “El PSOE vota en contra de perseguir los homenajes a etarras, pero vuelve a unirse a Bildu para señalar a periodistas y coartar la libertad de expresión”. Lo de Casado con Bildu empieza a ser cargante. La excusa de los bilduetarras le sirve para un roto y un descosido y ya no pasa un solo día sin que el dirigente popular nos dé la turra con el tema de ETA, que dicho sea de paso dejó de ser un problema para este país hace muchos años.
Pero es que además llama poderosamente la atención que el líder de un partido fundado por el ministro de Información de Franco (el mismo que aplicaba con mano dura la censura previa a los medios de comunicación críticos contra el régimen) sea el que venga a darnos lecciones de derecho a la libertad de expresión. Todas esas monsergas las suelta como si nada Casado, el máximo dirigente de una formación política que le pide 5 años de prisión, por revelación de secretos, a los compañeros de Infolibre que airearon los mensajes de móvil en los que el presidente de la Región de Murcia, López Miras, presuntamente medió en las listas de espera de un hospital para colar a un familiar de Teodoro García Ega en una operación quirúrgica. Aquello sí que fue periodismo de investigación del bueno, ya que daba cuenta de una noticia de interés público que, a fecha de hoy, no ha sido desmentida por nadie.
Evidentemente, Casado tiene una concepción muy sectaria y trasnochada de lo que es la función de la prensa en las sociedades libres y democráticas. Para él un mamporrero oficial del partido que sigue fielmente la voz de su amo en una rueda de prensa es un periodista independiente mientras que unos reporteros de investigación que airean un caso turbio son unos entrometidos que revelan secretos oficiales. Lo que le pasa a Casado es que tanta misa franquista le está sorbiendo el cerebro.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
No hay comentarios:
Publicar un comentario