(Publicado en Diario16 el 2 de enero de 2022)
Cuando a Putin le falla un ministro o funcionario del Kremlin lo envía a Siberia directamente y sin piedad. Pedro Sánchez los pone ante el pelotón de fusilamiento de la prensa, o los deja caer, o simplemente los desautoriza fuera de cámara para que ellos mismos se hagan el harakiri político. Al final, Margarita Robles, que iba para gran mariscala de campo en la guerra de Ucrania, ha terminado degradada al rango de cabo furriel. Son las primeras bajas de la Tercera Guerra Mundial. Y eso que llevamos dos días de conflicto bélico. Cuando hayan pasado dos años solo quedará Sánchez, en plan Napoleón, mano en el pecho y espada en ristre frente a todo el Imperio Ruso y a su destino fatal.
Lo de Robles era más que evidente que no se sostenía por ningún lado. La ministra se pasó tres pueblos (tanto que llegó a Sebastopol) al anunciar el envío de fragatas, aviones y tropas al Mar Negro, pero medio país se le ha echado encima y el Gobierno ha tenido que replegar velas. Más vale perder una batalla y retirarse a tiempo que perder la guerra entera. Ayer, la titular de Defensa se rectificó a sí misma ante los periodistas (o más bien la rectificaron). Después de que el presidente la llamara a capítulo (debieron montarle un consejo de guerra en Moncloa de padre y muy señor mío), el ardor guerrero de la ministra se enfrió de forma notable. El lenguaje belicoso de las primeras horas (Robles sobreactuó hasta parecer más otanista que los generales del Pentágono) dio paso a unas declaraciones mucho más atemperadas y prudentes, que era lo que tocaba desde el principio teniendo en cuenta que estaba en juego ni más ni menos que un conflicto nuclear a gran escala. Tras la bajada de pantalones ministerial, ahora de lo que se trata, según Robles, es de “trabajar por la paz”, una afirmación que quizá (y no queremos ser agoreros) llegue demasiado tarde.
La aclaración de la ministra, producto sin duda del rapapolvo del Alto Mando monclovita, no hay quien se la trague. Por la paz se trabaja dando la brasa en la ONU, estrechando manos con diplomáticos del país enemigo o enarbolando banderas blancas en una pacífica manifestación ciudadana, no enviando la fragata Blas de Lezo, con sus cañones al viento, a la zona en conflicto. ¿Qué pensarán en los submarinos nucleares de Putin cuando levanten el periscopio y vean llegar a los alegres marineritos españoles a las aguas del Mar Negro? No los tomarán como hermanitas de la caridad precisamente, ni como enviados de una oenegé pacifista. Más bien los identificarán como peligrosas fuerzas hostiles. Normal.
Así las cosas, no extraña el inquietante comunicado que ayer mismo emitió Moscú para valorar las últimas noticias sobre la crisis en la frontera oriental. Un mensaje con el que el Kremlin acusaba a la OTAN de estar acumulando tropas en la frontera, al tiempo que colocaba a España en la diana como país proyanqui, rabiosamente atlantista y enemigo de Rusia. La que has liado Margarita.
Obviamente, el cambio de rumbo o viraje en la estrategia de la ministra no solo tiene que ver con la llamada al orden de Sánchez, sino con las fuertes presiones que Unidas Podemos ha ejercido sobre el ala socialista del Gobierno. Pablo Iglesias abrió el fuego desde las baterías mediáticas al asegurar que “no hay que ser ni pro ruso ni pro Estados Unidos, hay que ser pro paz”. Además, acusó a Robles de tomar “por tontos a los españoles” al tratar de convencerlos de que vamos a Ucrania a hacer una “guerra humanitaria”, una afirmación que recordó cuando el mejor Forges dijo aquello de que no hay guerras justas y guerras injustas, solo hay malditas guerras. Está claro que Iglesias sigue ostentando la posición de gran macho alfa de la izquierda española (ya no desde las tribunas políticas, pero sí desde los púlpitos radiofónicos) y su arenga pacifista terminó de movilizar a las huestes podemitas, que ayer dieron la última estocada a la titular de Defensa. El coportavoz de Podemos, Pablo Fernández, constató que el Gobierno ha “rectificado y cambiado el tono” al pasar de movilizar cazas y buques a hablar de “desescalada y diálogo”, una posición política más acorde con el “país del no a la guerra”. Y el propio Pablo Echenique se permitió hacer un chascarrillo ingenioso en Twitter al comparar las tesis e ideas de Robles con las que mantendría el mismísimo Aznar: “Mirusté, yo y aquí my good friend Bush somos unos convencidos del ‘no a la guerra’, pero no podemos mirar hacia otro lado con las armas de destrucción masiva de Sadam”.
Tras la ofensiva podemita, Sánchez, que otra cosa no, pero huele el peligro a distancia como un lobo estepario, vio cómo los peores fantasmas de la guerra de Irak que en su día acabaron con el aznarismo se revolvían también contra él. Fue entonces cuando visualizó las calles de Madrid rebosantes de ciudadanos indignados enarbolando pancartas, levantando manos pintadas de rojo y gritando “no a la guerra”. Y sobre todo se vio a sí mismo en la cola del paro tras perder las próximas elecciones. Ágil de reflejos como aquellos francotiradores apostados entre las ruinas de Stalingrado (y perdón por el símil bélico), el presidente entendió que su ministra no había leído correctamente la situación internacional, la actual coyuntura mundial, como suele decirse, o en otras palabras: Margarita la había cagado y ahora España estaba en el punto de mira de los misiles de Kaliningrado. Nada, una broma. Fue así como el premier socialista fue consciente del desastre y decidió, a la mayor urgencia posible, pasar a la acción y matizar la posición del Gobierno respecto al conflicto de Ucrania.
De momento el golpe de timón de Sánchez ha servido para salvar, por enésima vez, el Gobierno de coalición con Unidas Podemos, aunque ya no podrá evitar que rompamos relaciones con la Madre Rusia ni que la KGB nos ponga en un lugar preferente en la lista negra de enemigos irreconciliables. Tras este lamentable episodio solo vamos a conseguir que los rusos nos corten el suministro de gas por aliados de los yanquis (condenándonos a un duro invierno albaceteño), y que los hackers y piratas informáticos de Putin, maestros de la ciberguerra, empiecen a jugar con los ordenadores del Estado español como un niño travieso con su videoconsola. El caos lo tenemos más que asegurado, y todo por una señora que quiso darse el placer de jugar a la guerra por unas horas. Lo más curioso de todo es que han pasado varios días y la mujer sigue sin presentar la dimisión. Si fuera rusa ya estaría en Siberia.
Viñeta: Alejandro Becares
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