(Publicado en Diario16 el 9 de diciembre de 2021)
En uno de sus muchos informes sobre calidad democrática en España, el relator de Naciones Unidas Pablo de Greiff alertó sobre el abandono de la memoria histórica en las escuelas públicas de nuestro país. El enviado de la ONU lamentó que los manuales de texto que manejan nuestros chavales sigan explicando la Guerra Civil como un “conflicto simétrico” más, es decir, como si ambos bandos hubiesen tenido el mismo grado de responsabilidad en el estallido de la contienda. Hoy ningún historiador serio, riguroso y en sus cabales se atreve a negar que el levantamiento de Franco fue un golpe de Estado contra un Gobierno legítimo, el de la Segunda República. Haberlos los hay, claro que los hay, pero los tenemos identificados, ya que están encuadrados en la Brunete histórica, ese grupo de friquis o escritores domingueros que tratan de tergiversar el pasado para adecuarlo a los intereses de cierto partido político empeñado en blanquear el franquismo. A toda esa troupe de negacionistas o panda de buhoneros no se les puede considerar a la altura de los grandes hispanistas que como Gabriel Jackson, Hugh Thomas, Paul Preston o Ian Gibson, por citar solo a unos cuantos científicos de la historia, se pasaron media vida revolviendo entre documentos y archivos para desenterrar la verdad.
Por una razón o por otra, en este país no hemos sabido o no hemos querido enseñar a nuestras nuevas generaciones lo que fue el monstruo del fascismo y esa indolencia, esa interpretación académica equidistante de nuestra Guerra Civil está, probablemente, en el origen de los nuevos populismos de extrema derecha que retornan con fuerza en la actualidad. No les hemos dicho que, con la lógica, la razón y la justicia en la mano, en aquel momento del acontecer histórico sí había un bando por el que luchar y tomar partido: el lado de los demócratas, el de los inocentes, el de los que fueron obligados a cavar trincheras contra la barbarie del totalitarismo. Nos hemos negado a explicarles a nuestras jóvenes hornadas lo que fue la crisis de la democracia en los años treinta del pasado siglo, una crisis que tiene mucho que ver con esta que vivimos hoy con sus perversas consecuencias y efectos. No les hemos sabido transmitir lo que significaron los totalitarismos en la Europa de entreguerras y por supuesto, tampoco hemos sabido hacerles entender todo el dolor, el sufrimiento y la crueldad de los cuarenta años de represión franquista que sucedieron a la contienda civil.
Han sido demasiados años de abandono y erráticos planes de estudio, hasta tal punto que según algunos estudios estadísticos el porcentaje de alumnos españoles que tienen conocimientos básicos de la Guerra Civil y la dictadura no supera el 10 por ciento mientras que una cuarta parte afirma sin rubor no tener ningún interés por el tema. Es más, uno de cada cuatro escolares describe a Franco como un hombre inteligente y casi un 40 por ciento lo ve como un patriota y un hombre religioso. Todos estos datos, que obran en poder del Ministerio de Educación desde hace años, son como para echarse a temblar y no preludian nada bueno. Llevamos décadas sabiendo que uno de los mayores fracasos de nuestro sistema público de enseñanza es haber roto con la memoria hasta crear varias generaciones de auténticos analfabetos históricos. ¿A quién beneficiaba este auténtico drama educativo? ¿Quién sacaba rédito y beneficio de que varios millones de colegiales salieran del instituto como ágrafos en cuestiones de nuestro pasado más reciente y trascendental? Miren la configuración del Congreso de los Diputados, cuenten los escaños que ocupan unas y otras fuerzas políticas parlamentarias y tendrán la respuesta.
Los planes de estudio han adolecido de una absoluta desidia a la hora de explicar y contextualizar nuestra gran tragedia nacional. Durante años hemos estado aleccionando a los jóvenes en el inglés, en la informática y en otras materias supuestamente prácticas que en teoría iban a resultarles más útiles para la vida moderna que enseñarles qué demonios era eso de la Falange, quién fue Azaña y qué crueles matanzas protagonizó el salvaje Queipo de Llano. “Todo eso son cosas del pasado que ya no sirven para nada”, pensaban los profesionales de las nuevas teorías educativas. “Pobrecitos, ya están bastante saturados de materias. ¿Pará qué llenarles la cabeza con conocimientos que están en Google?”, pensaban los expertos de la nueva escuela de Pedagogía. “¡Hay que enseñarles a pensar por sí mismos, el conocimiento acumulativo y memorístico es una pérdida de tiempo!”, concluían los gurús del magisterio avanzado y posmoderno. Pues ahora se está viendo la dimensión real del drama, ahora se está comprobando en toda su crudeza el nefasto resultado de una enseñanza pública que en su día optó por romper con la memoria, no solo como técnica o procedimiento didáctico y epistemológico para la transmisión de ideas y conocimientos, sino como disciplina académica para entender nuestra sangrienta historia y evitar que vuelva a repetirse en el futuro.
Hemos perdido un tiempo precioso para hacer la desnazificación escolar y de paso formar a buenos ciudadanos, a gente culta, a verdaderos demócratas que no se dejen engatusar por los cantos de sirena de la nueva extrema derecha rampante. Se podrían haber hecho muchas cosas para recuperar la memoria como planear charlas y exposiciones; poner en marcha talleres prácticos para involucrar a la juventud; recomendar lecturas e integrar entre la materia de obligado cumplimiento películas que tengan que ver con el fascismo como El Gran Dictador, La lista de Schindler, Novecento, El pianista, La vida es bella o Tierra y libertad; mantener coloquios y entrevistas con supervivientes de los diferentes holocaustos; y organizar viajes a fosas comunes, refugios aéreos y lugares emblemáticos del fascismo como el campo de concentración de Auschwitz. Nadie con un mínimo de sensibilidad que haya visitado aquel lugar alguna vez ha salido de allí siendo la misma persona. La verdad no se intuye, se aprende. Si dejamos que los niños y jóvenes la descubran por su cuenta, como piden los padres indolentes, libertarios y nostálgicos, corremos el riesgo de que se pierdan por la senda del bulo y la mentira. Aunque visto lo visto, quizá ya sea demasiado tarde.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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