(Publicado en Diario16 el 14 de diciembre de 2022)
La rajada de Emiliano García-Page contra Pedro Sánchez y sus reformas del Código Penal para dar satisfacción al mundo independentista catalán ha convulsionado al PSOE. El barón de Castilla-La Mancha no solo ha acusado al presidente del Gobierno de asumir la hoja de ruta hacia la autodeterminación de Oriol Junqueras y los suyos, sino que le ha afeado que esté legislando para favorecer a los corruptos con la rebaja de las penas por el delito de malversación. En Ferraz las declaraciones de García-Page han supuesto un auténtico terremoto político. Hoy mismo, el presidente aragonés, Javier Lambán, se ha sumado a las críticas corrosivas contra los planes de Moncloa, aunque en un tono algo más moderado y sibilino que su homólogo castellanomanchego.
La prensa madrileña cuenta que Pedro Sánchez está desolado con la deslealtad y falta de respeto de sus barones más díscolos. Una vez más, no ha encontrado el apoyo que deseaba en un momento especialmente delicado para el país, cuando el independentismo vuelve a las andadas pidiendo referéndums para la secesión de una parte del territorio español que ni Sánchez ni nadie puede conceder porque lo prohíbe la Constitución. El jefe del Ejecutivo está convencido de que el problema catalán, irresoluble desde hace más de dos siglos, se puede encauzar mediante el diálogo y la negociación política, en la que no debe faltar un perdón a los líderes catalanes del procés y la rehabilitación de Oriol Junqueras. A esa idea ha empeñado todo su esfuerzo en lo que le queda de mandato en un órdago contra la historia que ningún presidente había aceptado en democracia.
Esa arriesgada estrategia de arreglar lo que en principio no tiene arreglo choca con la oposición conservadora de los barones socialistas, que le estaban esperando para descabalgarlo de una vez por todas de Ferraz, lo cual sería tanto como echarlo de la Presidencia del Gobierno. Los Page, Lambán y demás se la tenían jurada a Sánchez desde hace tiempo y han estado esperando el punto crítico de ebullición para darle la puntilla definitiva. Desde que se inició la legislatura, le han puesto piedras en el camino a cuenta de los más variados asuntos de Estado, pero sabían que, con la pandemia bajo control, con la economía medianamente encauzada y a flote tras la adopción de las recetas socialdemócratas adecuadas, y bien apuntalada la coalición con el siempre incómodo socio Unidas Podemos, no tenían nada que hacer, de modo que no les que quedaba otra que esperar su momento. Y ese momento ha llegado. Los barones socialistas sabían que el final de Sánchez solo podría venir de la mano de una nueva ofensiva “indepe” que, al grito de “lo volveremos a hacer”, pusiera de nuevo sobre la mesa el as de bastos del referéndum. Eran perfectamente conscientes de que el talón de Aquiles de Sánchez, la kryptonita contra el Supermán socialista que hasta ahora ha sido capaz de superar los escollos más letales (pandemias, volcanes, guerras y crisis económicas superpuestas) estaba, como siempre, en la indisoluble unidad de la nación española consagrada en la Carta Magna. Ya no cabe ninguna duda: Page, Lambán y los demás críticos con el sanchismo podemita han estado aguardando que el presidente del Gobierno llegara a ese Rubicón para consumar la emboscada o encerrona que le tenían preparada desde hace tiempo.
A esta hora, el PSOE es una olla a presión ante una posible consulta popular sobre la autodeterminación que Sánchez estaría dispuesto a asumir como parte de la negociación con los líderes soberanistas, aunque sin carácter vinculante, y que algunos medios de la caverna madrileña, enfrascados en la tarea de generar crispación e inestabilidad constantemente, ya dan por hecho. Esta polémica consulta al pueblo catalán va a convertirse en la madre de todas las batallas entre felipistas y sanchistas, una feroz disputa que podría fracturar en dos al partido y desangrarlo en una nueva lucha intestina. Si bien es verdad que una cosa es la militancia, las bases, los votantes que están claramente con Sánchez, y otra muy distinta los barones –que solo se representan a sí mismos y a una corriente conservadora minoritaria dentro del socialismo actual (poderosa, eso sí)–, la pugna ideológica está servida y puede hacer mucho daño al PSOE. Los peones ya se han posicionado a ambos lados del tablero. Salvador Illa, como líder del PSC, ha dado un paso al frente en la defensa de las tesis de Sánchez al asegurar que “no habrá autodeterminación, pero sí consulta a los catalanes”. Lógicamente, en ese mismo barco va también el ministro Iceta, que ve con buenos ojos poner urnas para que la ciudadanía catalana se exprese con libertad en “un intento de encontrar soluciones a través de los caminos que las instituciones marcan”, siempre dejando claro que está en contra de un referéndum de autodeterminación vinculante y con consecuencias jurídicas.
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