(Publicado en Diario16 el 11 de octubre de 2022)
La entrevista de Gonzo con Mario Conde, tal como era de esperar, deja titulares para la historia de España. Mucho ha llovido desde que la Justicia lo empapeló por sus negocios, pero el personaje, que tiene un don especial para servir buen alpiste a los periodistas, sigue vendiendo exclusivas. De entrada, Conde confirma lo que ya se sabía desde hace décadas y ningún reportero se atrevió a publicar: que la Casa Real, en tiempos de Zarzuela, estaba controlada no ya por una camarilla sino por un lobby de banqueros, prestamistas y millonarios cuya cabeza visible era el hombre fuerte de las camisas almidonadas, el triunfador del cabello engominado que fue modelo para varias generaciones de españolitos que soñaron en vano con dar el pelotazo rápido y lograr el éxito aún a costa de vender el alma al Diablo. En España había un rey, pero no era Juan Carlos I, sino Mario Conde, que era quien pagaba los gastos de la democracia española.
En la señorial finca de Los Carrizo convertida en improvisado plató, rodeado de cornamentas de tantas monterías regias y ministeriales, Conde se mostró arrogante, altivo, seguro de sí mismo y ganador. Da la sensación de que ni el paso del tiempo, ni los palos de los jueces, ni los rigores de la cárcel (se acaban de cumplir 25 años de su primera condena) han podido hacer mella en él. Pese a que ya está retirado y no es ni sombra de lo que fue, el banquero de banqueros sigue desprendiendo esa aura mefistofélica, ese perfume de gran mago del dinero que, a golpe de talonario y apuntando con su bastón de empuñadura de oro, era capaz poner y derribar gobiernos. Espeluzna pensar en aquel Mario Conde dispuesto a controlar los medios de comunicación y hasta a presionar al todopoderoso Polanco para que El País frenara la noticia del nombramiento de Fernando Almansa como nuevo Jefe de la Casa del Rey en sustitución de Sabino Fernández Campos. El gran Sabino era un hombre honrado que sin duda quedó horrorizado y harto de lo que sus ojos estaban viendo entre los muros de palacio. No tragó y fue purgado.
“¿Un banquero tiene más poder que un presidente del Gobierno?”, le pregunta Gonzo. “En algunos aspectos, sí”, contesta él. Durante la entrevista, quedaron al descubierto algunas de las mil caras del hombre que movió los hilos de España en aquellos años de yates, expos, Torres Kio y despelote económico. La más interesante, sin duda, la faceta de amigo personal, confidente y consejero de Juan Carlos I. O sea, su papel de Rasputín en la sombra. Conde llegó a confesar que se metió en la jaula de los leones con Bárbara Rey para tratar sobre su explosivo romance con el jefe del Estado. La vedete le contó una serie de cosas que le “preocuparon”, de ahí que elaborara un informe interno para Zarzuela. Y llegados a este punto cabría preguntarse: ¿qué pintaba un banquero haciendo las veces de asesor sentimental del rey? La cosa debió descontrolarse bastante cuando Aznar tuvo que intervenir para zanjar la cuestión ordenando que ese asunto lo llevaran los servicios secretos. Hoy poco o nada se sabe de aquel dosier, como tampoco se tienen demasiados datos de otra turbia misión en la que participó el exdirectivo de Banesto: frenar el escándalo de Juan Carlos con su supuesta amante Marta Gayá. ¿Cómo se taparon todos aquellos flirteos amorosos, hubo dinero de las arcas públicas para comprar silencios, cuántas rubias despechadas pasaron por el negociado de Conde, que en aquellas fechas más bien parecía el ajetreado despacho del detective privado Philip Marlowe en el Cahuenga Building de Los Ángeles? “Llamé a todos los que pude para que no se metieran en la vida privada del rey”, se limita a decir el banquero. En cualquier Estado de derecho serio y avanzado un affaire de ese tipo habría dado lugar a varias comisiones de investigación parlamentarias. Aquí la cosa dio para algunas portadas del papel cuché, un par de Sálvames de la época y pare usted de contar. “No sé más”, cerró la cuestión el banquero. Democracia de calité.
La entrevista nos deja otros jugosos titulares que nos ayudan a completar la compleja y misteriosa personalidad del personaje, como ese momento en el que Conde acusa a la prensa española de la bula papal que se le ha otorgado siempre a Juan Carlos I (“ustedes, los medios, son los culpables del silencio, nadie más”). Durante la entrevista dejó claro que sigue apreciando al emérito, aunque quizá este ya se haya olvidado de él. Hoy, las francachelas del monarca jubilado en Abu Dabi se las costean otros paganinis, otros patriotas milenials, otros mejores nuevos amigos, y a Conde solo le queda negar que haya puesto un solo euro para sufragar los desfalcos con Hacienda del exjefe del Estado. Se siente tan por encima del bien y del mal, que hasta se permite criticar duramente la inviolabilidad de la monarquía española. Él, que fue el guardián y custodio del secreto mejor guardado de Su Majestad.
Es evidente que atrás quedan los viejos tiempos, aquellos años salvajes en los que, cuando el rey se metía en follones amorosos, allí estaba el Señor Lobo de la banca española para limpiar el marrón, levantar el teléfono, dar el toque a Antonio Asensio, a Luis María Anson y a Pedro Jota y advertirles de que las braguetas de palacio ni tocarlas. Sobre su supuesta intención de montar un partido ultra con Macarena Olona, Conde fue explícito y hasta hiriente: “No puedo casi financiar mis propios gastos personales como para tirar mi dinero en un partido que no va a funcionar”. El gran ángel luciferino de las finanzas españolas puede que se haya retirado de la política, de la banca y hasta de la vida, pero se mantiene en plena forma. Sigue matando con esa sonrisa sardónica de leguleyo carísimo que hiela la sangre. En esta mala película de acción que se llama España ya no quedan malvados tan auténticos como él.
Viñeta: Pedro Parrilla
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