(Publicado en Diario16 el 12 de diciembre de 2022)
Produce arcada y vómito escuchar a gente del PP rasgándose las vestiduras por el hecho de que el Gobierno de coalición pretenda reformar el delito de malversación. “Van a beneficiar a sus amiguetes corruptos”, dicen unos. “Están poniéndole nombres y apellidos al Código Penal para salvar a sus socios indepes”, espetan otros. Como si ellos estuviesen inmaculados, limpios de polvo y paja. En los últimos años, al Partido Popular le han llovido casos de corrupción como chuzos de punta (muchos pleitos ya están resueltos con condenas en firme, otros se irán dirimiendo en los próximos años) y sin embargo en Génova 13 se ponen muy estupendos como si nada hubiese ocurrido. Ahora tratan de convencernos de que ellos son los adalides de la regeneración democrática, los únicos defensores de la política digna y decente, mientras los socialistas quedan como unos señores malvados que reescriben la ley penal para que los corruptos se vayan de rositas. El mundo al revés.
Esta gente cínica de la derechona no tiene arreglo, son de una hipocresía estomagante y todo ello mientras todavía no han sido capaces de pedir perdón a los españoles por tantos latrocinios de todo tipo (y mucho menos de devolver la pasta robada). A día de hoy, y pese a que la Audiencia Nacional sentenció al partido a título lucrativo, ellos siguen manteniendo que el PP no ha sido condenado por nada, que los sumarios Bárcenas, Gürtel, Púnica, Lezo y otras muchas historias raras y turbias fueron simples anécdotas, cosas que pasan, unos asuntejos aislados y sin importancia que conviene olvidar cuanto antes. En la derecha española son auténticos expertos en enterrar la memoria histórica, la del pasado más lejano y la más reciente sembrada de escándalos, redadas policiales, maletines repletos de comisiones, sobornos, whisky y coca, amiguetes del alma con bigote y corbata y complejas redes clientelares institucionalizadas que extendían sus tentáculos por el Madrid de Espe Aguirre y por la Valencia de Zaplana y Camps. Todo eso ha pasado aquí, en este país, no hace demasiado tiempo, y conviene no olvidarlo.
La corrupción del PP le ha costado al pueblo buena parte de los 90.000 millones que se van por el sumidero cada año, según la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Y sin embargo prebostes populares como Cuca Gamarra o González Pons dicen sentirse muy preocupados y concienciados con la corrupción que nos va a llegar cuando Pedro Sánchez lleve a cabo su reforma del delito de malversación para contentar a sus socios catalanes condenados por el procés. Resulta indignante que a sus señorías del Partido Popular les guste tanto hablar de la cochambre de los demás y sean tan olvidadizos con el gran asalto a España perpetrado por la derecha que ha dejado el país hecho una braga, bien esquilmado y para el arrastre. Una extraña amnesia colectiva invade a estos genoveses con flaca memoria.
Menos mal que siempre nos quedará la hemeroteca para comprobar que han interiorizado de tal manera la corrupción que a veces les aflora como un mal remordimiento o tic incontrolable. Como cuando al ya desaparecido Juan Cotino se le escapó aquello de “puedo haber metido la mano, pero nunca la pata”. O aquel otro histórico lapsus de la ex secretaria general y ex ministra de Defensa María Dolores de Cospedal, quien durante un mitin en Guadalajara llegó a confesar, en otra frase lapidaria, que su partido “ha trabajado mucho para saquear a nuestro país”. O aquel mítico desliz del mejor humorista que ha dado esta tierra, don Mariano Rajoy Brey, a quien sin duda le pudo el subconsciente cuando, en un debate en el Congreso de los Diputados y en pleno torbellino político por el affaire de los sobresueldos, soltó otra frase para la posteridad al hablar de “la desconfianza de los inversobres sobre la capacidad de la Unión Europea”. En qué estaría pensando el hoy cronista deportivo…
A nadie se le escapa que Sánchez, si quiere continuar en el poder, se ve obligado a contentar a sus socios independentistas, la mayoría de ellos procesados por malversar caudales públicos en la celebración del referéndum de autodeterminación del 1 de octubre. La reforma del delito de malversación supondrá rebajas notables en las condenas a los líderes soberanistas (entre ellos Puigdemont en el caso de que sea detenido y juzgado). Y eso, aunque ayude a desinflamar la situación explosiva en Cataluña, es un mal negocio para el presidente socialista, puesto que favorece la percepción en la ciudadanía de que el PSOE legisla para beneficiar a los corruptos, ya sean catalanes o mediopensionistas. No extraña que Unidas Podemos se haya desmarcado a las primeras de cambio de una ley que apesta a maquiavelismo político (aunque ya han anunciado que no harán descarrilar la reforma del delito de malversación en el Parlamento). El acuerdo de legislatura con la Esquerra de Rufián, socio preferente del Gobierno de coalición, tiene un precio, eso lo sabe toda España. Pero que el PP se deje de hipócritas lecciones de moralidad e higiene democrática. La regeneración política ni les preocupa, ni les importa, ni va con ellos sencillamente porque no la han practicado nunca. Núñez Feijóo está a lo que está: a derribar a Sánchez en un descarado quítate tú que me pongo yo. Una vez en el poder, volverá a funcionar la formidable maquinaria del capitalismo de amiguetes a la que es tan aficionada la derecha española. Y si no al tiempo.
Ilustración: Artsenal
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