(Publicado en Diario16 el 28 de noviembre de 2022)
Pedro Sánchez ha sido elegido nuevo presidente de la Internacional Socialista, un sueño para cualquier militante del PSOE. Si a esto unimos que, de seguir en Moncloa en 2024, el premier español será elegido presidente de la Unión Europea, concluiremos que el jefe del Ejecutivo español sigue trabajando duro para relanzar su proyección mediática global. Desde que llegó al poder, a Sánchez se le ha valorado y respetado mucho más fuera que dentro de nuestras fronteras, no solo por la izquierda internacional, sino también por la derecha occidental y civilizada, que no ha tenido más remedio que reconocer el trabajo realizado por España durante la pandemia y en medio de una crisis galopante provocada por la guerra en Ucrania. No hay más que ver el feeling que Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea y nada sospechosa de ser una peligrosa bolivariana, mantiene con el presidente español.
Sánchez ha conseguido logros innegables en Bruselas, como la excepción ibérica para limitar el precio del gas durante doce meses, una medida que Feijóo calificó como “timo ibérico” pese a que todos sus compañeros del Partido Popular europeo reconocieron que era una buena idea. Nada más aprobarse la excepción por el Ejecutivo comunitario, todos los países, con gobiernos de derechas y de izquierdas, pidieron que se les aplicara también a ellos esa tarifa plana como forma de calmar a sus ciudadanos hartos de ser estafados por las grandes compañías petroleras y eléctricas. Sin duda, fue una gran batalla ganada por el presidente español y un punto más de currículum en su carrera por gobernar el viejo continente algún día. Sánchez quedaba como un héroe, un intervencionista con traje y corbata, el duro negociador capaz de plantar cara a las élites políticas y financieras de la Europa opulenta.
Sin embargo, cuando los dirigentes comunitarios dieron marcha atrás a la excepción ibérica pronto se vio que el poder de influencia y persuasión de Sánchez era solo relativo. En los últimos días Bruselas se ha saltado todos los acuerdos firmados y ha decidido topar el gas fijando el máximo en 275 euros por megavatio hora, una auténtica broma, un abuso y una medida inútil que no conseguirá frenar los excesos en el precio de la luz en los países de la UE, sobre todo los más modestos económicamente, durante un invierno que se prevé duro por los estragos de la guerra de Putin. Nada más producirse el tarifazo de Bruselas, Sánchez volvía a la carga para enarbolar la bandera del disidente reclamando que se vuelva a los 70 euros por megavatio como límite máximo acordado para la excepción ibérica. La rebelión alcanza ya a 14 países que se han sumado a la airada protesta del Gobierno español. “No vamos por el buen camino si esa es la opción”, advirtió el presidente español, un aviso reforzado por fuentes filtradas de Moncloa que han asegurado que o Bruselas retira esa propuesta “o dejaremos de apoyar a la Comisión en otros temas”. La ministra Ribera incluso llegó a clarificar de “tomadura de pelo” los planes de la UE.
Hasta ahora Sánchez se sentía cómodo en el rol de incordio o tocanarices de los prebostes de Bruselas. El personaje de recio caballero andante de prominente mentón y osada valentía que se enfrenta a los pétreos molinos de viento de la UE funcionaba y a ese éxito internacional ha contribuido, sin duda, la brillante operación de imagen que los asesores de Moncloa le prepararon en la pasada cumbre del G20 en Bali, donde Sánchez pudo retratarse, en mangas de camisa y dialogando familiarmente, con el mismísimo Joe Biden. Atrás quedaron los días en los que el presidente estadounidense huía como de la peste de ese español incómodo y pesado que, según sus muchachos de la CIA, encabezaba el nuevo chavismo europeo. Sánchez entendió entonces que si no se ganaba la confianza del abuelete de la Casa Blanca jamás lograría proyectar su imagen como líder internacional. Y en ese momento llegó el sorprendente giro de España en el conflicto del Sáhara, el acercamiento de nuestro país a Marruecos y la celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid.
Viñeta: Pedro Parrilla
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