(Publicado en Diario18 el 6 de octubre de 2022)
Todas las cadenas de televisión dedican ya amplios espacios a los posibles escenarios de una guerra nuclear. Es como si estuviesen deseando que el baile empezara cuanto antes para forrarse todavía más con la avalancha de las audiencias y el filón de la publicidad. Lo último que verán nuestros ojos, antes del Apocalipsis total, será un anuncio de detergente. Después del atracón de reportajes, informativos y telediarios con el que nos han castigado estos días, el personal ya está al cabo de la calle y sabe a lo que atenerse. Así, en el escenario 1 Putin lanza un misil atómico submarino que choca contra la costa y provoca un tsunami con olas de más de 500 metros. En el escenario 2 el Kremlin ataca un batallón de soldados ucranianos con un misil nuclear de baja intensidad (o el búnker de Zelenski) y lo reduce a polvo en menos de cinco minutos. En el escenario 3 la bomba cae sobre una ciudad y provoca 250.000 muertos y millón y medio de heridos (ahí estamos en el supuesto Hiroshima 2). Y en el escenario 4 la guerra atómica es total, en todos los frentes mundiales y con todas las potencias cosiéndose a misilazos (este es el Armagedón con el que sueña el enfermo líder ruso, que ha decidido comprobar qué es lo que ocurre en un intercambio directo de golpes con los norteamericanos).
Desde Einstein, todos los científicos advierten de que la Tercera Guerra Mundial será la última y que la cuarta, en todo caso, se librará con palos y piedras. Pero la especie humana ha llegado a un nivel de enfermedad y neurosis tal que necesita fantasear con la posibilidad de destruirse a sí misma. Después de un cataclismo como el que predicen las televisiones no quedará nada sobre la faz de la Tierra. Este planeta ya nunca será el mismo. Un invierno nuclear lo cubrirá todo, la lluvia ácida matará cualquier vestigio de vida y hasta el último superviviente lamentará la suerte que ha corrido.
Esto ya no es cuestión de la estrategia de la disuasión, ni de los dos bloques enfrentados mediante la táctica de la Guerra Fría. Simple y llanamente, la humanidad ha llegado a un punto de no retorno. El cambio climático y la pandemia fueron dos serios toques de atención que no quisimos escuchar. El siguiente paso, la amenaza atómica, es el capítulo final del homo sapiens, que ha delegado el fin del mundo en un hatajo de descerebrados que ya únicamente viven para la aniquilación total. Putin no es sino un actor más de esta última tragedia cósmica. Hay otros poderosos garrulos globales que sienten auténtico placer solo de pensar en lo que se debe sentir apretando el botón y volando el tiempo y el espacio por los aires. Hace apenas unas horas, el gordito norcoreano Kim Jong-un disparaba un misil balístico de medio alcance que sobrevolaba Japón. Tokio en estado de alarma, millones de personas aterrorizadas y mirando al cielo, el tráfico ferroviario interrumpido y cientos de ciudadanos buscando refugio en los búnkeres antiaéreos. En Irán, algún que otro clérigo con turbante sueña con la inmolación final en nombre de Alá, llevándose por delante a unos cuantos millones de infieles. China avanza en su programa radiactivo y lo de India y Pakistán saltará por los aires más pronto que tarde.
Demasiadas amenazas, demasiada gente jugando caprichosamente con los átomos mortales como para que esto salga bien. Hemos construido un mundo que no puede perdurar. Quizá no sea mañana ni pasado, quizá la guerra de Ucrania se acabe antes de lo previsto y de forma inesperada. Pero la amenaza seguirá estando ahí y se hará realidad en algún momento. De nada servirán las reuniones del Consejo de Seguridad de la ONU (son los mismos mafiosos genocidas los que dictan cuándo parar el reloj del final de los tiempos); la farsa de los tratados de no proliferación nuclear ya no se la cree nadie. Todo es una macabra e inmensa mentira con un único objetivo: el suicidio colectivo de una especie perturbada de tanto comer carne adulterada, de tanto respirar aire envenenado o de un soberano atracón de codicia y corrupción. Solo nos queda seguir con nuestras vidas, apurar los últimos días con nuestros seres queridos y esperar el momento fatal en el que el loco de turno atraviese el último Rubicón del enloquecido mono desnudo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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