(Publicado en Diario16 el 28 de septiembre de 2022)
Se acercan las elecciones y, como suele ocurrir, todos los políticos abren su puestecillo ambulante de la rebaja de impuestos para tratar de captar el voto del ciudadano indignado, confuso o desafecto con la democracia y el Estado de bienestar. Esto es como en las rebajas, solo que en lugar de ofrecer un dos por uno o un pantalón vaquero de saldo dan unas migajillas tributarias del IRPF al pobre (que en general no le resuelven la vida ni la cesta de la compra) o un suculento pastel en el impuesto de patrimonio al rico (este sí que se ahorra un buen pellizco que para sí lo quisiéramos todos).
Se ha abierto el tenderete, zoco o mercado de baratillo y nuestros dirigentes, ya sean del PP o del PSOE, andan como vendedores trashumantes ofreciendo sus chollos. A alguno solo le falta la furgoneta y el megáfono, o sea aquello de “vamos nena que se acaban, cuatro melones veinte duros”. Así, la madrileña Isabel Díaz Ayuso dio el pistoletazo de salida a esta agresiva campaña electoral ofreciendo una amnistía a las grandes fortunas, a la que se sumó alegremente Juanma Moreno Bonilla en Andalucía. Después de eso, ya todos han entrado a saco en la subasta o rastrillo de los impuestos. Ni siquiera el valenciano Ximo Puig, hasta hoy gran barón territorial del sanchismo, ha querido quedarse atrás en la carrera por comprar el voto a precio de ganga. Su propuesta de rebajar un tramo en el IRPF a las rentas más bajas no ha gustado en Moncloa. Y con razón. Un Gobierno auténticamente socialista tiene la obligación de mantener intactos los impuestos renunciando a hacer populismo y demagogia con ellos. Esa y no otra es la única manera de sostener el buen funcionamiento de los servicios públicos. De hecho, la gran diferencia entre un dirigente de izquierdas y otro conservador, más allá de las cuestiones sociales dermoestéticas, reside en la política fiscal. A un socialista de verdad no le duelen prendas a la hora de pagar impuestos porque sabe que solo así se contribuirá a una sociedad más justa, cohesionada e igualitaria. Por el contrario, un neoliberal hará todo lo posible por escaquearse de pagar impuestos sencillamente porque siente alergia a lo público (es cierto que le interesa el estado de bienestar, pero el suyo, su propio bienestar y no otro). Reparto equitativo de la riqueza versus insolidaridad; derechos versus privilegios; socialismo versus egoísmo y usura capitalista. Ahí está la clave de todo, ahí radica la madre del cordero.
Con su propuesta, Ximo Puig entra en la loca carrera por la rebaja de los impuestos y aunque es cierto que él quiere beneficiar a las rentas más bajas frente a las más altas, el mensaje que se transmite a la sociedad resulta nefasto. Al ciudadano, que no entiende de tramos fiscales, complejas deducciones o farragosas bonificaciones, se le está diciendo que Ayuso va en la buena dirección recortando tributos y montando el dumping fiscal regional. Se está reconociendo implícitamente, tal como alega la lideresa castiza, que pagamos demasiado al fisco y que ya ha llegado la hora de aflojar el torniquete impositivo que ahoga a tantas familias. Es así como se compra el marco ideológico de la derecha, de modo que no nos extrañemos después si Giorgia Meloni arrasa en una Italia donde hasta en Livorno, cuna del comunismo, se han sumado ya a la gran fiesta fascista.
En realidad, los valencianos no van a vivir mucho mejor tras el ofertón de Puig. Algunos ni van a notar la ayuda fiscal. Las rentas de hasta 20.000 euros se ahorrarán 117 al año y las inferiores a 30.000 unos 67. Estamos pues ante el chocolate del loro, un regalo que no da ni para invitar a los amigos a una paella en la bella Malvarrosa. En lo material, la medida apenas se notará en los bolsillos de las clases medias, pero el discurso venenoso de que pagar impuestos es malo, un incordio, tal como predican Ayuso y sus monaguillos neoliberales, seguirá calando y consumando el destrozo. Por si fuera poco, la medida adoptada por el presidente de la Generalitat, bienintencionada en lo filosófico pero letal en lo político al romper con el principio básico de la izquierda de que el Estado de bienestar hay que pagarlo, supone un ataque directo a la estrategia económica de Sánchez, que estos días se afana por convencer a los españoles de que piensa subir los impuestos a los más ricos. Por ahí, el PSOE se deshilacha un poco más.
De momento, todas las comunidades estudian rebajas fiscales, las del PP siguiendo la estela ayusista que beneficia a los millonarios, las del PSOE para que parezca que se hace algo con los menos adinerados (lo cual no deja de responder a cierto complejo respecto a la derecha). Galicia, Canarias, las Castillas y otras regiones se lanzan a la política del todo a cien, al bazar de la bicoca y a la compra descarada del voto como en los tiempos del caciquismo, abrazándose como a un clavo ardiendo al palabro de moda: deflactar. Desde Lambán a Page, pasando por el asturiano Barbón (éste tira de eufemismo cuando dice que piensa “aplicar deducciones u otras medidas antinflación”), los barones socialistas se suben al carro o tenderete de los impuestos. Fernández Vara parece el único que de momento se mantiene fuerte y sin claudicar, pero acabará pasando por el aro, ya lo verán ustedes. Los vientos fascistas que nos llegan de Europa soplan contra el socialismo y el Estado de bienestar y nadie quiere perder el poder. Si hay que bajar impuestos se bajan. Si hay que volverse un poco liberal, sin problema. Todo por la poltrona y sálvese quien pueda.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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