(Publicado en Diario16 el 17 de octubre de 2022)
Los rebotados, purgados y disidentes de Vox han roto su silencio para airear los trapos sucios del partido en el programa Salvados de Gonzo. “Son mentirosos, trileros”, asegura Juan Jara, exvicepresidente de la organización, que además acusa a Santiago Abascal de ser un “megapragmático” con pocas convicciones políticas y que maneja los fondos del partido a su antojo. Los testimonios del resto de entrevistados dibujan un perfil del Caudillo de Bilbao algo siniestro, oscuro, un señor que se ha montado un chiringuito, que anda por ahí con pistola y a quien la democracia le importa un pito.
Tales rasgos de carácter confirman lo que venimos diciendo en esta columna desde hace ya tiempo: que Abascal es un arribista con maneras pseudofalangizantes que ha impuesto su ley en el partido. Jara llega a asegurar que el Comité de Garantías de Vox no tiene otra misión que lograr que el jefe gane siempre, comparando este organismo con la Stasi. La revelación no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta que la Stasi fue el tétrico y sangriento servicio de inteligencia de la extinta República Democrática Alemana. O sea, que Abascal se ha pasado años dándole la turra al pueblo con la amenaza comunista mientras él, dentro de su propio partido, funcionaba como un comisario político al más puro estilo estalinista.
Poco a poco, y gracias a los testimonios de los que han causado baja en el proyecto verde, vamos recomponiendo el puzle psicológico del hombre que lidera el partido ultraderechista español. Hablamos de un señor que hace cinco o seis años estaba desahuciado porque no podía pagar una casa en propiedad y que ahora nada en la abundancia, tal como relata el rebelde Jara. A Abascal se le llena la boca con discursos y soflamas nacionalistas, jura y perjura que ha llegado a la política para darlo todo por la patria y por el rey, pero ahora nos enteramos por declaraciones de los rebotados de cuáles eran sus verdaderos deseos, anhelos y objetivos. Al Caudillo de Bilbao España le importa un huevo, todo este tiempo ha estado trabajando para sí mismo, para hacer de la nación su propio cortijo y coto de caza, como lo hiciera Franco en su tiempo, sentando las bases de una nueva dictadura ibérica en la que, como siempre, cuatro aprovechados y señoritos se reparten el parné. El jefe ultra se ha pasado los últimos años de la historia de España dándonos la matraca con el chiringuito socialcomunista y ahora resulta que el tinglado se lo había montado él muy provechosamente. De modo que del Arriba España hemos terminado en el Arriba Santi, que es quien sube como la espuma en la gran pirámide social, pasando de ser el chico de los recados de Esperanza Aguirre a codearse con el rey. El programa de Gonzo nos deja el retrato de un líder de personalidad turbia e inquietante, pero también un partido que no sabemos cómo se ha financiado realmente. Vox ha ido sacando perrillas de aquí y de allá, de las donaciones de las élites franquistas nostálgicas del poder, de los pobres y engañados obreros de Vallecas que han renunciado al socialismo con la esperanza de que el fascismo posmoderno los saque del pozo, de las mesas petitorias callejeras que repartían gorrillas, llaveros y banderines rojigualdas (no se sabe dónde iba a parar el dinero del merchandising, no hay facturas), de las asociaciones ultracatólicas provida y quién sabe si de Putin y de Donald Trump, que siempre está ahí para echarle un cable a la hermandad fascista. La triste realidad es que los congresos de Vox son un paripé, macrofiestas salvajes con mucha barra libre y mucho botellón (por lo visto allí uno va a mamarse, a pillar carguete y a ligar), la democracia brilla por su ausencia (no hay primarias, siempre gana el mismo, según cuentan los testigos), y a fin de cuentas el partido funciona como una empresa bien engrasada que da pingües beneficios. De esta manera Vox ha llegado a recaudar más dinero en donaciones que PSOE, PP, Podemos y Ciudadanos juntos. Lógicamente, cuando los magistrados del Tribunal de Cuentas metieron las narices en los balances contables y vieron que aquella financiación apestaba, los ingresos disminuyeron drásticamente. Más de un paganini debió bajarse del barco al sospechar que aquella mamandurria no era seria.
Pero quizá lo que más miedo da de todo es el carácter de pseudosecta con el que los dirigentes de Vox han impregnado el aparato del partido. Allí se lleva el culto absoluto al amado líder, no hay lugar para la discrepancia ni la crítica, jamás se habla con la prensa independiente (al menos oficialmente), y al que molesta o le hace sombra al Caudillo de Bilbao se le lamina debidamente, como han hecho con Macarena Olona, y a otra cosa. Eso es lo que Vox entiende por democracia orgánica: Führer supremo, partido único y pensamiento monolítico. A día de hoy, la sangría de militantes que dan la espantada sigue siendo constante. Es evidente que el proyecto peligra y el suflé se desinfla en las encuestas (el CIS pronostica un descalabro en las próximas elecciones). Cualquier día Abascal cierra el chiringuito y funda otro clan supremacista en un apartado rancho de la España vaciada. Ya lo estamos viendo con el torso desnudo, unos cuernos de bisonte en la cabeza (como el friqui aquel que asaltó el Capitolio en USA) y un reducido grupo de fieles abducidos tocando las panderetas y siguiendo sus pasos. Siempre se puede ir más a la derecha e incluso más atrás en el tiempo hacia la tenebrosa caverna.
Ilustración: Jorge Alaminos/Litoral Gráfico
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