lunes, 26 de diciembre de 2022

EL GOLPE (II)

(Publicado en Diario16 el 20 de diciembre de 2022)

Pedro Sánchez empieza a tomar conciencia de que le han dado un golpe trumpista en toda regla. Los ultras norteamericanos quisieron echar del poder a Joe Biden mediante un violento asalto al Capitolio. Aquí ese tejerazo ya lo vivimos el 23F, aquella noche de tricornios y juegos ambiguos, y el ala dura de la derecha española ha entendido que es mejor hacer estas cosas desde dentro del sistema, institucional y educadamente, con alevosía, premeditación y nocturnidad y metiendo el menor ruido posible. Qué mejor plan que controlar el Tribunal Constitucional, mediante magistrados peones al servicio de la causa ultra, convirtiéndolo en una tercera cámara de control legislativo para garantizar que todo quede atado y bien atado. Ni en los mejores sueños del más nostálgico de los franquistas.

La noche de ayer fue la más triste en la historia de la democracia después de aquella en la que Tejero irrumpió, pistola en mano, en las Cortes Generales. Nunca antes el Tribunal Constitucional había paralizado, con carácter preventivo, una ley emanada del pueblo. Nunca antes unos señores jueces habían impedido votar a los diputados en sesión plenaria. Los más tibios y conciliadores de la izquierda hablan de golpe institucional. Los más honestos, los que llaman a las cosas por su nombre, lo califican de golpe a la democracia, que es lo que ha sido esta jugarreta o maniobra subrepticia. De alguna manera, España es un país de larga tradición golpista y nos sigue espeluznando ese maldito concepto (golpe de Estado) que ya parecía superado. ¿Pero cómo calificar un hecho gravísimo como es que un grupo de magistrados impidan ejercer la soberanía popular primero en el Congreso de los Diputados y después en el Senado? Semejante atropello solo puede tener un nombre y no es el de la simple injerencia de un poder sobre otro ni un mero roce o choque entre instituciones. Esto ha sido lo que ha sido: un golpe blando impulsado por unos partidos reaccionarios que no entienden (nunca lo han entendido) de qué va esto de la democracia. Un golpe que parece de broma pero que va muy en serio.

Aquí, en este país, o se hace lo que ellos dicen, o se rompe la baraja. Félix Bolaños cree que la derecha quiere mandar siempre, “cuando es mayoría y cuando no lo es, decidir qué es lo que se aprueba y lo que no”. Y es cierto. Ayer se inauguró una nueva etapa dentro del autoritarismo ultraconservador español. De Vox no podíamos esperar nada más que esto: una guerra total y en todos sus frentes contra el sistema democrático. A Cs no le concederemos ni medio minuto de análisis. Están boquerones, fiambres, listo papeles, y en las próximas elecciones pasarán al vertedero de la historia. Lo más preocupante, sin duda, es la actitud de un partido como el PP, que ha ostentado tareas de Gobierno en el pasado, y que ha decidido dar el salto mortal hacia el trumpismo puro y duro para seguir ostentando el poder que perdieron en las urnas, o sea, lawfare o sistemático bloqueo judicial, usurpación de las instituciones, instauración del bulo y la posverdad y maquiavelismo sin complejos. A esta derecha africanista y montaraz le pone el “todo vale” y no vacila a la hora de mantener a sus fieles peones en el TC a sabiendas de que deben marcharse a sus casas porque su mandato ha caducado (no están “prorrogados”, tal como pretenden convencernos con ese vulgar eufemismo, sino que hace tiempo que sus cargos expiraron, de modo que están de prestado y levantándose un sueldazo, quizá el más elevado entre los funcionarios de la Administración, que no les corresponde).

Los Trevijano y Narváez, los dos polémicos magistrados que han tomado parte en esta conjura de las togas contra el Estado de derecho, acudieron al tenso pleno del tribunal en el que se consumó el golpe con la lección de Génova 13 bien aprendida. El PP les había dado patente de corso para que hicieran bueno aquello tan castizo de “para cuatro días que me queda en el convento…” En ningún momento quisieron pactar nada con sus compañeros progresistas y eran perfectamente conscientes de que al aprobar medidas cautelarísimas para evitar una votación en el Congreso se situaban al margen de la ley. No está nada mal para dos jueces que además tenían interés en la causa y que en lugar de apartarse del procedimiento decidieron sobre su propia recusación. Viva el Estado de derecho.

A partir de ahora, cualquier ley podrá ser frenada mediante el mismo procedimiento espurio, de ahí el ocaso de la democracia. Al final lo han conseguido. Han terminado por convertir el TC en el último bastión ultra en esa enloquecida batalla cultural contra el rojo-ateo-masón que pretenden revivir en un delirante retorno, no ya a los años convulsos de la Segunda República, cuando la derecha lo torpedeaba todo, sino a los tiempos decimonónicos de las guerras carlistas, cuando el absolutismo más empecinado y pertinaz se enrocaba ante cualquier tipo de reforma o avance social. El momento es de extrema gravedad. Aquel 23F fue Juan Carlos I quien se puso delante de las cámaras de televisión para informar a los españoles de que había dado orden a las regiones militares de parar el golpe. Hoy es Pedro Sánchez quien se reviste con el traje de jefe de Estado para mandar a los españoles un “mensaje de serenidad”. “Comprendo la indignación de los demócratas al ver vulnerados sus derechos”, asegura en una declaración institucional tan breve como histórica.

El presidente socialista acata las medidas cautelarísimas del Alto Tribunal, así que tendrá que replantearse sus reformas del Poder Judicial. La vía exprés no ha tenido éxito y no le quedará otra que volver a la casilla de salida, impulsando un procedimiento más largo y complicado, vía ley orgánica, que con toda seguridad volverá a ser recurrido en amparo por el PP. El único objetivo de Feijóo en toda esta historia es dilatar la situación de debilidad y degradación institucional hasta llegar a las elecciones del próximo año. Puede que la estrategia le dé resultado, pero el roto que ha provocado en el sistema tendrá difícil arreglo. El pueblo hace tiempo que perdió la fe en la Justicia. En eso precisamente consiste el golpe: no solo en secuestrar la voluntad popular, plasmada en las urnas y manifestada a través del Parlamento, sino en degradar la democracia hasta reducirla a la categoría de vodevil o barraca de feria.

Ilustración: Artsenal

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