(Publicado en Diario16 el 11 de noviembre de 2022)
El pinchazo de Trump en las elecciones legislativas abre no pocas incertidumbres en la derecha europea y española. Algunos prebostes del PP que en los últimos tiempos se habían abrazado descaradamente y sin pudor al trumpismo barato (véase Isabel Díaz Ayuso en Madrid) han seguido con sumo interés, y tomando apuntes, el proceso electoral estadounidense. Por supuesto Vox, la sucursal de Trump en España, ha sido puntualmente informado de lo que estaba ocurriendo a través de sus contactos y enlaces en Washington, que los tienen y dictan las instrucciones a seguir. A fin de cuentas, Vox nació en un rascacielos de Nueva York propiedad del magnate del tupé rubio y fue Steve Bannon, asesor del expresidente norteamericano, quien dio un impulso definitivo al proyecto ultra español y a otros que en Europa ejercen ya tareas de gobierno. El trumpismo no deja de ser una multinacional económica con estructura y tentáculos políticos para beneficio de cuatro privilegiados.
La pandemia y la guerra en Ucrania han venido a alterar el panorama internacional, el mundo ya no es como era en 2018 y el discurso demagógico/patriotero que funcionaba en el Occidente en decadencia de aquellos años prepandémicos se ha oxidado a las primeras de cambio. Los trumpistas, aunque siguen fuertes en USA (controlan las cámaras legislativas), pensaban dar un golpe de Estado y fundar un Reich yanqui que durara mil años. Sin embargo, la idea no ha durado ni un lustro. El castillo de naipes se ha desmoronado, Bolsonaro ha recibido un severo varapalo a manos de Lula en Brasil, las políticas ultraliberales de los tories han hundido la economía en el Reino Unido (los laboristas ya le sacan más de 30 puntos a los conservadores) y todos los organismos internacionales relevantes aconsejan a los gobiernos que no escatimen a la hora de gastar fondos públicos y subvenciones en la reactivación de los mercados, en prestaciones, en Sanidad y en escudo social. O sea, más intervencionismo estatal, un New Deal del siglo XXI liderado por Joe Biden y su ambicioso programa de impuestos a los ricos. La realidad ha venido a imponerse al delirio posfascista.
Nos consta, porque así nos lo dicen las gargantas profundas de Génova 13 (alguna fuente nos queda en esa casa todavía) que el ala trumpista del PP, o sea los ayusistas que no comulgan con Feijóo, anda preocupada estos días con el resultado de los comicios norteamericanos. La mentira ultraliberal ha quedado al descubierto, el proyecto de Trump ha sido frenado en las urnas, bien por esa mayoría silenciosa que nunca votaba y que por fin ha decidido movilizarse contra el autoritarismo antidemocrático, bien por una legión de ciudadanos que en su día eligieron al millonario y que, descontentos con sus recetas para ricos, han decidido probar suerte con otros candidatos republicanos del estilo de Ron DeSantis. Ayuso y su Rasputín en la sombra, MAR, empiezan a ver con preocupación que ese modelo político fracasa y que el manual populista que habían copiado de pe a pa ha quedado en papel mojado. Aquel mensaje ácrata y antisistema plagado de bulos de la lideresa castiza, “comunismo o libertad” (puro trumpismo recauchutado), le sirvió al Partido Popular de Madrid para ganar las elecciones regionales de 2019. Hoy, tres años después y con los médicos y sanitarios en pie de guerra en un huelgón que promete ser histórico en defensa de la Sanidad pública que Ayuso pretende privatizar dándole el golpe de gracia al Estado de bienestar, la presidenta y su asesor de cabecera constatan con estupor que buena parte de la ciudadanía comienza a despertar del sueño anestesiante del ayusismo, al igual que muchos norteamericanos se desengañan y se desintoxican de las mentiras tuiteras del amado líder de la secta.
Mientras el PP se debate entre seguir por el camino suicida trazado por la trumpita Ayuso o virar hacia un partido de derechas moderado y a la europea dándole todo el poder a Feijóo, en Vox también han saltado todas las alarmas tras las elecciones legislativas en EE.UU. En medio de una guerra total entre abascalistas y olonistas, con decenas de cargos dimitiendo en toda España y denunciando falta de democracia interna en el partido, la enmienda de buena parte de los norteamericanos a las políticas de Donald Trump ha caído como un jarro de agua fría en la formación verde. La extrema derecha española, un calco del nacionapopulismo anglosajón de nuevo cuño, atraviesa por su peor momento en las encuestas desde su gran éxito en las pasadas elecciones, en las que logró colocar a 52 parlamentarios en el Congreso de los Diputados. De celebrarse hoy nuevos comicios probablemente perderían entre diez y 15 escaños. El bluf ultra se materializa cada día que pasa y cada sondeo que se publica.
Así las cosas, y constatado el éxito de una política económica de tintes socialdemócratas (el paro baja, la inflación se controla y el país crece), a las derechas hispanas solo les queda un arma para ganar las próximas elecciones: recurrir al odio cainita entre españoles de tiempos pretéritos y acusar al Gobierno de coalición de plegarse a los dictados de los independentistas enemigos de España. El baile ha empezado hoy mismo cuando, tras anunciar Patxi López que el Ejecutivo reformará el delito de sedición por el que fueron condenados los impulsores del procés, toda la caverna mediática se ha lanzado como en Fuenteovejuna a despellejar a Pedro Sánchez por sus pactos con ERC. El último tuit de Abascal contra el premier socialista (“traidor”) sencillamente hiela la sangre. Están nerviosos, el invento nacionalpopulista marca Trump no termina de cuajar y cada vez queda menos tiempo para las elecciones. La Internacional fascista se resquebraja.
Viñeta: Pedro Parrilla
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