(Publicado en Diario16 el 29 de septiembre de 2022)
Feijóo y Abascal se han reunido en secreto. Dicho así, puede sonar muy fuerte (el gallego moderado confraternizando con el Caudillo de Bilbao), pero bien pensado es lo lógico. Ya gobiernan juntos en varias regiones, sin complejos y sin que les dé vergüenza alguna. En público, el dirigente gallego reconoce que no le gusta la extrema derecha mientras el líder voxista lo llama cacique, soberbio, chuleta, mentiroso y manipulador. Todo es puro postureo. PP y Vox no son más que las dos caras de la misma moneda, o como acostumbramos a decir en esta columna: ambos son legítimos representantes de esa derecha española taurina, africanista y carpetovetónica que no ha cambiado ni un ápice desde que los Cien Mil Hijos de San Luis aplastaran a los liberales en el XIX. Ya por entonces, los absolutistas monárquicos agitaron el descontento popular por la elevada carga fiscal que sufrían los campesinos y las clases humildes (los curas antiliberales pusieron su granito de arena desde los púlpitos en esa propaganda ultraconservadora). Finalmente, las derechas de aquella época lograron convencer a los españolitos de a pie de que el régimen liberal machacaba al pueblo a impuestos cuando en realidad era precisamente lo contrario: la miseria y la desigualdad que vivía el país provenía del mantenimiento de los privilegios de una casta dominante y de un feudalismo tardío que en España se prolongó en el tiempo más allá que en ningún otro país europeo.
Hoy, Feijóo y Abascal se confabulan y conspiran de la misma manera que lo hacían sus abuelos realistas de antaño, trabajando en la sombra, propagando el bulo de que la izquierda solo trae ruina y hambre a la patria. Y una vez más, tal como ocurrió hace dos siglos, el cuento de los españoles cosidos a impuestos por una banda de enemigos de España vuelve a surtir efecto. No han cambiado nada desde 1823 (histórica fecha de la Restauración absolutista que marcó el final de la revolución liberal), siguen comportándose de la misma forma maniobrera de siempre, siguen urdiendo montajes, siguen planeando asonadas y derrocamientos. La única diferencia es que antaño los complots y conciliábulos reaccionarios se organizaban clandestinamente, en las camarillas de la Corte; hoy lo hacen a plena luz del día, en el bar de enfrente del Congreso de los Diputados o en uno de los cuatro rascacielos del distrito financiero madrileño. ¿Para qué esconderse si uno y otro son lo mismo, o sea el partido de los ricos?
Hasta donde sabemos, es la primera vez que los líderes de PP y de Vox se reúnen para tratar sobre el futuro inmediato del país. Ambos dan por muerto y enterrado a Sánchez y han pasado a la siguiente fase del plan, que no es otra que tejer las alianzas y coaliciones necesarias para que cuadren los números y los escaños tras las elecciones que están a la vuelta de la esquina. Núñez Feijóo ha debido verle las orejas al lobo tras los comicios del pasado fin de semana en Italia. La contundente victoria de la fascista Giorgia Meloni no es una buena noticia para la izquierda (Fratelli d’Italia les ha ganado hasta en Livorno, cuna del comunismo europeo) pero tampoco para la derecha clásica representada por el PP. Si nuestros vecinos transalpinos han decidido que la derechita cobarde de la Liga Norte de Salvini y la Forza Italia de Berlusconi ya no pintan nada en esta historia (dando la confianza a los discípulos de Mussolini de Fratelli d’Italia) nada impide que Vox dé el sorpasso en cualquier momento. Por otra parte, Feijóo tiene al enemigo dentro de casa en la persona de Isabel Díaz Ayuso, que encarna los ideales de los más cafeteros, falangistas y antisistema del Partido Popular. La pinza Ayuso/Abascal podría ser letal para el futuro político del dirigente popular. Y él lo sabe. Así que se impone ir cerrando acuerdos, pactar las cosas por escrito, dejar las cosas claras y los carguetes bien repartidos desde ahora mismo para que luego, llegado el momento de gobernar, no haya sorpresas o malos entendidos como el típico es que yo creía que o tú me dijiste que.
Para Abascal, Feijóo ya no es ese indepe que habla gallego y que no se diferencia demasiado de los enemigos de España. El Caudillo de Bilbao no atraviesa por su mejor momento tras purgar a la gran musa del movimiento nacional Macarena Olona. Muchos votantes voxistas están defraudados. Cuenta la prensa de Madrid que la diva de Salobreña posee información secreta como para hacer estallar el partido varias veces. Y que está dispuesta a utilizarla. Por tanto, toca amarrar lo que ya se tiene, conservar, no perder los 52 diputados que Vox ganó en las pasadas elecciones contra todo pronóstico. Abascal está loco por pactar con el PP. La experiencia de Meloni (que tiene un serio problema de reparto de ministerios y cuotas de poder entre sus socios de Gobierno), le sirve de aviso a navegantes. Mejor firmar el contrato de muleta de Génova antes de que se pongan las urnas por lo que pudiera pasar.
Feijóo y Abascal no se conocían, o al menos eso nos han dicho. A ninguno de los dos le interesaba otra foto de Colón sino hacerlo todo con el mayor sigilo, entre bambalinas, con el máximo secretismo. El Partido Popular Europeo ya ha dado órdenes a sus organizaciones nacionales para que los pactos con los fascistas, allá donde sean posibles, se hagan con la mayor discreción. Su presidente, Manfred Weber, ha bendecido la coalición con Meloni, de modo que han renunciado a cualquier tipo de cordón sanitario. La derecha clásica va a lavarle la cara a los fascistas, los va a peinar, a maquillar y a dejarlos bien guapos para presentarlos en sociedad como personas limpias, decentes y aseadas. Como demócratas de pedigrí. De todo esto y de mucho más hablaron Feijóo y Abascal aunque nada de lo que se debatió en aquella lujosa torre del Manhattan madrileño se lo van a contar a usted, sufrido lector. Para eso estamos nosotros.
Ilustración: Artsenal
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