(Publicado en Diario16 el 5 de octubre de 2022)
Anda revuelto el facherío patrio. Los últimos movimientos en el mundo ultraderechista español revelan que hay nerviosismo, inquietud, por el futuro de un proyecto que no termina de cuajar como lo ha hecho en la Francia de Le Pen o la Italia de Meloni. A la súbita expulsión de Macarena Olona de Vox, a la que han laminado sin que se sepa muy bien por qué (nadie ha aclarado todavía las causas reales de esa purga) se une la decisión de Hazte Oír (ese grupo de meapilas ultrarreligiosos obsesionados con las vulvas y los penes) de romper relaciones con Santi Abascal, al que acusan de progre y de haberse vendido a la derechita cobarde.
Pues en medio de ese gallinero posfascista, de esa turbamulta confusa y desquiciada, emerge la que para algunos puede ser la nueva musa del franquismo posmoderno: Tamara. Lógicamente no nos estamos refiriendo a aquella cantante hija de Margarita Seisdedos que más tarde se hizo llamar Ámbar y luego Yurena y que de la noche a la mañana desapareció de los platós del cotilleo y la prensa rosa, sino a la otra Tamara, a Tamara Falcó, a la hijísima de la Preysler, a la megapija, superguay y sexta marquesa de Griñón. La chica no es que destaque precisamente por una oratoria joseantoniana, electrizante y cautivadora –habla como si tuviese un chicle en la boca– pero alguien tuvo la feliz idea de invitarla al XIV Congreso Mundial de las Familias, evento ultracatólico organizado en México, y allá que se fue ella para probarse.
El resultado no ha podido ser más exitoso para la extrema derecha, que ya ve en la discípula a la nueva esperanza blanca. La niña ha montado un auténtico pollo nacional con sus disertaciones sociológicas de andar por casa, sus tesis antropológicas de parvulario y sus memeces varias. Allí, bajo los focos del palacio Expo Santa Fe, puede decirse que ha nacido una estrella: la nueva lideresa del pensamiento ultraconservador español. Que tiemble Isabelita Díaz Ayuso porque la muchacha pisa fuerte y amenaza con levantarle la silla. Aquí siempre hemos pensado que en estos tiempos de decadentismo democrático el mejor antídoto contra IDA no era un profesor de Universidad serio y sesudo que habla de Kant a todas horas como Ángel Gabilondo, sino alguien como ella, de su estilo, de su nivel. Así que el duelo de iconos pop, divas o retóricas del pensamiento débil (más bien simple) está servido.
Sentencia a sentencia, Tamara Falcó fue desgranando lo mejor de su ideología política ante un auditorio entregado, lleno hasta la bandera y formado por unos jovenzuelos opusinos cuya mayor aspiración en la vida es llegar castos, puros y vírgenes al matrimonio. Por lo visto, para Tamara hay “muchos tipos distintos de sexualidad” que conducen directamente “a la maldad”, una idea algo maniquea y trasnochada más propia de los tiempos de la Santa Inquisición que de una mujer del siglo XXI. Nadie en su sano juicio pagaría una entrada de sesenta pavos por escuchar semejantes idioteces, pero con un par de frases ultraortodoxas bien colocadas y unas sonrisas angelicales y cándidas propias de la pastorcilla de un Belén viviente, la hija de la Preysler se metió en el bolsillo a los mil asistentes fanatizados que esperaban escuchar precisamente esas cosas y no otras de la popular celebrity. Todo lo cual confirma que Tamarita es una bomba, un animal político con patas, aunque ella todavía no lo sepa.
Obviamente, detrás de tales afirmaciones retrógradas sobre la familia, contra el aborto, el divorcio y el feminismo, subyace una perversa ideología homófoba que “atenta directamente contra los derechos humanos”, como muy bien dice la gran Verónica Fumanal. Tratar de imponer un modelo de familia tradicional excluyente supone instaurar un tipo de sociedad totalitaria que pisotea la libertad de personas que viven su sexualidad tal como la sienten y tal como les viene en gana. O sea, nacionalcatolicismo a destajo.
A Tamara Falcó, una reaccionaria de la peor derecha con rostro de iluminada de Lourdes o de niña inocente que no ha roto un plato en su vida, la están blanqueando desde hace tiempo en las tertulias de la televisión, gran maquinaria de fabricar ignorancia y fascismo horteraza y cañí. Así, en El hormiguero de Pablo Motos le han dado carta blanca para soltar sus bobadas junto a otros invitados como Juan del Val, Cristina Pardo y Nuria Roca. El show business ha visto en ella un filón mediático que levanta audiencias (intelectualmente no tiene demasiado que aportar, pero a veces la ausencia de mensaje es el mensaje mismo) y entre cursilada, frase sacada del catecismo e idea ultra envuelta en el celofán cuqui, la muchacha lo mismo te fríe un par de huevos con patatas en MasterChef que hace de jurado en un reality o juega a influencer despechada que arrastra a millones de followers contando los cuernos de su pareja. Y así, con la grasa del supuesto humor televisivo y la magia de las redes sociales, es como el fascismo blando cala mejor en las mentes de los españoles desafectos con la política y con el establishment.
Aunque a sus cuarenta tacos siga explotando el papel de eterna quinceañera, Tamara ya no es aquella adolescente que se quedaba con la boca abierta en las entrevistas, sin saber qué decir, cuando le preguntaban por Mario Vargas Llosa. La muchacha ha aprendido los dogmas del conservadurismo académico de su padrastro y genio de las letras, domina el medio y hasta se permite soltar alguna que otra anécdota literaria de cuando en cuando. Para algo debe servir vivir bajo el mismo techo que un Nobel. Si la madre llegó a la cima vendiendo bombones y azulejos, la criatura va a hacer carrera en la política, que no dará tanta portada en el cuché ni tanto glamur, pero sí poder, que engancha más y saca al aristócrata del tedio de los cócteles, de las cenas benéficas y del hipódromo de la Zarzuela. Madera no le falta para petarlo en este extraño mundo del fascismo brillibrilli que nos ha tocado vivir. Ya hay quien la sitúa junto a Macarena Olona y los chupacirios de Hazte Oír en un nuevo proyecto ultraconservador, adelantando a Vox por la derecha y siguiendo la estela de Meloni. “Mi propósito es llegar al cielo”, dijo con el rostro iluminado de una virgen en pleno éxtasis. Te lo juro por Snoopy, le faltó decir.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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