(Publicado en Diario16 el 19 de octubre de 2022)
PSOE y PP mantienen una dura pugna política a cuenta de los impuestos. Ambos partidos apuestan por modelos fiscales radicalmente diferentes: los conservadores prometen una drástica bajada de tributos; los socialistas persisten en gravar a las grandes fortunas como única manera de sostener el Estado de bienestar. De alguna forma, los impuestos se han convertido en el gran caballo de batalla en el día a día parlamentario, de tal forma que podría decirse que aquel que consiga convencer a las clases medias y a la mayoría del electorado en este asunto tendrá la llave para conquistar el poder.
Ayer, en el Senado, donde Pedro Sánchez y Núñez Feijóo se vieron las caras nuevamente, quedó constancia de lo decisivo que va a ser el debate fiscal de aquí a las próximas elecciones generales. Los dos líderes contrastaron sus recetas y modelos antagónicos. Liberalismo versus socialdemocracia. Libre mercado frente a intervencionismo estatal. Adam Smith contra Keynes. Y al españolito de a pie que asistió a la sesión parlamentaria enseguida le asaltó la duda y una pregunta fundamental: ¿Quién tiene la razón y quién está equivocado? ¿Quién posee el manual de instrucciones más apto y adecuado para sacar al país de la crisis galopante en la que se encuentra? Desde luego, Sánchez fue el que pareció tener las ideas más claras y los principios más arraigados en temas fiscales. Desde que comenzó la pesadilla de la pandemia y la guerra de Ucrania, el presidente del Gobierno siempre ha mantenido la misma estrategia política: no dejar a nadie atrás (rescatar personas, no bancos), fortalecer el escudo social, Impuesto de Solidaridad (quien más tiene más debe contribuir con Hacienda) y gastar lo que haga falta en dinero público para sostener servicios esenciales como la Sanidad y la Educación en la línea de lo que aconsejan organismos como el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Esta política es respaldada por el 80 por ciento de la sociedad española, que defiende la subida de impuestos a los ricos.
Por el contrario, desde que se hizo con las riendas de líder de la oposición, Feijóo ha ido dando bandazos y mostrando serias contradicciones sobre lo que los españoles tenemos que hacer para salir de la crisis. Hace solo una semana, el dirigente popular y algunos de sus primeras espadas (entre ellos Isabel Díaz Ayuso) lanzaron una agresiva campaña sin precedentes contra el pago de impuestos, apostando incluso por la insumisión fiscal respecto al Estado, es decir, reclamando que cada comunidad autónoma convierta su propio terruño en un paraíso financiero para favorecer a las grandes fortunas y supuestamente atraer el capital nacional e internacional. Feijóo y los suyos parecían tener clara la consigna: bajar los impuestos todo lo posible, un truco demagógico/electoralista que no tenía otro objetivo que arañar votos entre los ciudadanos indignados con las políticas tributarias de Sánchez. Sin embargo, cuando la campaña de insumisión libertaria de las derechas parecía en la cresta de la ola, cuando todos brindaban alegremente con champán por una España libre de tasas y peajes socialistas, un acontecimiento vino a destrozarles el guion: la flamante nueva primera ministra británica, Liz Truss, con el mismo discurso de la amnistía fiscal, provocaba un terremoto tal que por poco se lleva por delante la frágil economía del Reino Unido. Fue entonces cuando, aterrados por el súbito crack inglés, sus señorías del PP se vieron obligadas a matizar sus discursos recurriendo al manido “donde dije digo, digo Diego”. No pocos barones populares recularon sobre la marcha, deprisa y corriendo, asegurando que ellos nunca habían apostado por una bajada general de impuestos, sino por no subirlos. Acabáramos. La patética coartada fue uno de los momentos más bochornosos en la historia del PP y mira tú que los ha habido vergonzantes.
El tsunami en la City londinense (la libra se desplomó estrepitosamente, la prima de riesgo se puso por las nubes y la Bolsa tembló por momentos) obligó a Truss a rectificar su plan de crecimiento económico, a meter su programa de bajada de impuestos en un cajón y a cortarle la cabeza a su ministro de finanzas, sacrificado como chivo expiatorio para que la primera dama pudiese seguir a flote. Hoy los británicos, con su habitual humor inglés, apuestan sobre quién va a perdurar más en el tiempo, si la primera ministra o una perecedera lechuga, mientras los laboristas le sacan 36 puntos a los conservadores en las últimas encuestas.
El fiasco del programa económico de Liz Truss fue un serio varapalo para el PP, siempre atento a lo que ocurre en el mundo tory británico (la derecha española nunca inventa nada, lo copia todo malamente del conservadurismo europeo, sobre todo el anglosajón). Ayer, un Feijóo inusualmente bronco y al ataque volvió a exigir a Sánchez que retire sus Presupuestos Generales del Estado, a los que se refirió irónicamente como “Hipotecas Generales del Estado”, y de paso le afeó que la España que va a dejar en herencia se resume en una simple frase como “menos riqueza y más impuestos”. “Aterrice, señor presidente”, le sugirió el mandatario popular a su interlocutor (por momentos pareció que iba a sacar a pasear el Falcon presidencial, un fetiche con el que el PP castiga, día sí, día también, al supuesto manirroto Sánchez). A falta de propuestas concretas, los asesores de Génova han entrado en bucle con lo del jet privado presidencial y de ahí no salen. Lo único cierto a esta hora es que los españoles siguen sin saber cuál es el programa político de Feijóo y si insiste en querer bajar los impuestos a costa de hundir España al igual que Truss ha estado a punto de hundir el Reino Unido. Ayer, en el Senado, Sánchez dejó claro su plan: “Reformar, proteger y repartir las cargas”. De Feijóo seguimos sin saber qué piensa hacer con el país. Eso sí, sus chascarrillos gallegos muy ingeniosos y con notable retranca.
Ilustración: Artsenal
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