(Publicado en Diario16 el 29 de abril de 2019)
Pedro Sánchez se está planteando gobernar en solitario. Si lo ha hecho con 84 diputados, y no le ha ido mal, por qué no con 123. Pero para ello primero necesita ser investido en el Parlamento. Contando los votos de Unidas Podemos, Compromís, Partido Regionalista de Cantabria y PNV –lo que daría lugar al conocido como ‘Gobierno Frankenstein’– sumaría 173 diputados. Ana Oramas, portavoz de Coalición Canaria, ya ha dicho que no pactará nada con un gobierno que busca acuerdos con los independentistas. En todo caso, si la formación canaria decidiera prestar finalmente sus dos representantes a Sánchez, este tendría en la mano 175 escaños. Todavía le faltaría uno para formar gobierno.
Llegado ese momento, el candidato socialista tendría que decidir: o llegar a un acuerdo con Ciudadanos o mirar hacia la bancada independentista. En cuanto a la primera posibilidad es algo remota, ya que Albert Rivera lo ha descartado durante toda la campaña. Además, sería un riesgo para el propio Sánchez, ya que la militancia del PSOE, con su grito “con Rivera no”, le ha dicho claramente que no desea ese acuerdo. Sin duda, muchos votantes se sentirían defraudados de que el líder socialista eligiera a un neoliberal antes que a un partido de izquierdas como Podemos (de hecho, el Banco Santander ya ha bendecido esa alianza). La apuesta por el “todo al naranja” se consideraría entre las bases socialistas la primera gran traición tras una victoria electoral que se ha fraguado gracias a la movilización del votante progresista. Muchos españoles han prestado su confianza al PSOE por aquello del voto útil y por el miedo a la llegada de la ultraderecha. Empezar la legislatura con tensiones internas sería una mala cosa para Sánchez.
Por otro lado está la “vía indepe”, también llena de obstáculos e inconvenientes. Cabría la posibilidad de que los 15 diputados de Esquerra Republicana de Catalunya votaran a favor de Sánchez o incluso que alguno de ellos se abstuviera hasta lograr la suma de 176 que necesita el candidato socialista. Pero ese apoyo tampoco saldría gratis. Entramos por tanto en el terreno de las conjeturas, ya que una negociación PSOE/ERC conllevaría inevitablemente concesiones del nuevo Gobierno socialista a los republicanos de Oriol Junqueras, actualmente en prisión y sometido al juicio del ‘procés’. ¿Sería el indulto de los encausados por el Tribunal Supremo la moneda de cambio para darle a Sánchez la llave de la Moncloa? El retorno de la crispación estaría asegurado.
Todavía más complicado parece que el candidato socialista pueda obtener los escaños que necesita de manos de JxCAT, que ha logrado 7, o de EH Bildu, que tiene 4. Esa combinación se antoja más que improbable, primero porque Carles Puigdemont no está en el juego de la estabilidad institucional del Estado (como sí parece proclive Junqueras) y en segundo lugar porque un acuerdo con el partido de Arnaldo Otegi no solo es antiestético por lo que supone pactar con el que fue brazo político de ETA, sino porque esa transacción, que también tendría su precio −un referéndum de autodeterminación en el País Vasco− provocaría la airada respuesta en contra del sector crítico del PSOE, es decir los barones.
Por tanto, seguimos instalados en la casilla de salida y la sombra de unas nuevas elecciones no se puede descartar a esta hora. Lo único que queda claro tras el 28A es que el bloque de izquierdas (PSOE/Unidas Podemos) suma 165 escaños, mientras que la derecha PP/Ciudadanos/Vox y Navarra Suma solo llega a 149 diputados. Parece por tanto lógico que haya un Gobierno progresista. Sin embargo, va a ser complicado que Sánchez pueda lograr la investidura en primera votación. Otra cosa es lo que suceda en una segunda vuelta, donde ya no necesita 176 escaños, solo tiene que recabar más síes que noes. Es ahí donde entran las derechas y los partidos independentistas. Parece seguro que PP, C’s y el partido de Abascal votarán en contra de Sánchez, siendo coherentes con el discurso del cordón sanitario contra el PSOE que han mantenido durante toda la campaña. Lo que puedan hacer los independentistas es una incógnita.
El 21 de mayo es la fecha elegida para la apertura de la XIII legislatura de las Cortes Generales. Primero se elige a los presidentes del Congreso y el Senado y se constituyen las mesas de las cámaras. A partir de ese momento el Rey llamará a ronda de consultas y escuchará a todos los partidos con representación parlamentaria para conocer el resultado de las negociaciones que puedan dar lugar a un Gobierno. Un candidato, presumiblemente Sánchez, pedirá la confianza de los diputados para ser investido presidente. Tras el debate de investidura entre el candidato y los representantes de cada grupo parlamentario se procederá a la primera votación. El líder socialista necesitará esos 176 diputados para alcanzar la presidencia del Gobierno. De no lograrlo tendrá que ir a una segunda votación 48 horas después. Ahí solo necesitará de la mayoría simple de escaños, que podría lograr con la abstención de algunos grupos o parlamentarios a título individual. Leopoldo Calvo Sotelo en 1981, José Luís Rodríguez Zapatero en 2008 y Mariano Rajoy en 2016 fueron investidos de esa manera.
Pero entonces surge otra inquietante cuestión: ¿Qué pasa si Sánchez tampoco logra superar la segunda ronda de votaciones? Vuelta a empezar. El Rey llama a consultas de nuevo y puede proponer otro candidato. El procedimiento se repite tantas veces como sea necesario hasta formar gobierno con un plazo límite de dos meses desde la celebración de la primera votación de investidura. Si todo ello fracasa, estaríamos abocados a unas nuevas elecciones.
Viñeta: Igepzio
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