viernes, 7 de junio de 2019

EL ÉXITO DE SÁNCHEZ


(Publicado en Diario16 el 11 de abril de 2019)

Todas las encuestas de precampaña dan como ganador al PSOE, con un mayor o menor margen de votos respecto al PP, en las próximas elecciones del 28A. El último gran sondeo, la macroencuesta del CIS, concede al Partido Socialista hasta 138 escaños en el Congreso de los Diputados, un incremento espectacular con respecto a los pírricos 84 que posee en la actualidad. Sánchez podría llegar a doblar al PP de Pablo Casado, que queda en segunda posición con entre 66 y 76 diputados.
Esta súbita resurrección del PSOE se explicaría por varios factores, entre los que sin duda estaría la apuesta decidida por las políticas progresistas (se confirma que los ‘viernes sociales’ del Consejo de Ministros fueron una oferta arriesgada pero que ha funcionado); el giro a la izquierda pese a la resistencia de los barones tras años de socialismo descafeinado (eso hay que apuntárselo a Podemos, que ha desempeñado a la perfección el papel de lobby de presión); la propuesta de sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, que entraña una gran carga simbólica para miles de republicanos; el innegable carisma que tiene su actual líder, Pedro Sánchez, que siempre aparece en el primer puesto en el ranking de popularidad, por encima de sus adversarios; y el miedo a la irrupción de la ultraderecha encarnada por Vox, que provoca que un sector del electorado haya decidido ejercer el voto útil en favor del PSOE como mecanismo de defensa ante un fenómeno, el del populismo de derechas, que está arrasando en toda Europa.
Es cierto que las encuestas del CIS dan lugar a interpretaciones que deben ser tomadas con todas las reservas –ya que son solo una estimación aproximada a falta de una campaña electoral que promete ser decisiva– y que en los últimos tiempos los equipos estadísticos de Tezanos no se han caracterizado precisamente por su elevado grado de precisión matemática, tal como se demostró en las pasadas elecciones andaluzas. Y tampoco conviene perder de vista que hasta dos millones y medio de españoles (un 41,6 por ciento del electorado) aún no tienen decidido su voto y no lo harán hasta el día de los comicios. Por tanto el sondeo del CIS es solo eso, un augurio, un vaticinio, pero que confirma claramente una tendencia: Sánchez ha conseguido sacar de la tumba en la que se encontraba al moribundo Partido Socialista en un hecho sin precedentes en la historia de la democracia española.
Todo ello sirve, a falta de confirmación en las urnas, para demostrar que la socialdemocracia no estaba tan derrotada como se pensaba. Solo hacía falta tocar las teclas adecuadas para que un partido con más de 140 años de historia que siempre había luchado por los derechos de los trabajadores y que había caído en una profunda crisis de identidad recuperara la confianza del votante de izquierdas y volviera a ser el que fue. ¿Qué teclas mágicas han sido esas? ¿Qué cosas está haciendo bien Sánchez para que haya sorteado el precipicio al que parecía abocado su partido y haya eliminado de un plumazo el fantasma del sorpasso de Podemos que le perseguía de forma amenazante? Sin duda, una que se antoja esencial: haber roto con el pasado felipista o al menos haber logrado transmitir la idea de que el PSOE liberal, el partido entregado a la banca y al poder financiero, ya es historia. Construir ese relato de futuro, algo que Sánchez ha conseguido en un tiempo récord de apenas tres años, ha sido el gran logro del líder socialista y quizá ahí esté la clave del ascenso en las encuestas y la más que probable victoria, que salvo desastre en la recta final de la campaña, parece segura.
Sánchez se ha quitado de encima la condena que millones de españoles habían impuesto al partido tras la traición de Felipe González a la clase obrera y los años de socialismo light del ‘zapaterismo’ que también supusieron una decepción y el preludio de la crisis monumental del partido. Hace menos de tres años el PSOE estaba al borde de la desintegración por culpa de las luchas internas y por la presión de unos barones territoriales –con Susana Díaz en primera línea–, que representaban los últimos rescoldos de un felipismo trasnochado y contaminado de malos recuerdos. La explosión final fue aquel bochornoso Comité Federal de octubre de 2016, cuando Sánchez fue depuesto en una infame conjura entre bambalinas y condenado al destierro. Hoy el actual secretario general ha conseguido dominar esa hidra de varias cabezas formada por los Bono, Chaves, Ibarra y Díaz, para remontar el vuelo. De hecho, las voces críticas parecen haberse apagado de repente al soplar los vientos de victoria. Así es la política: cuando las cosas van bien todos son camaraderías y puños en alto; cuando se tuercen empieza el navajeo político, las traiciones y las pugnas de poder.
Pero Sánchez no solo ha conseguido afianzar los pilares de un partido tambaleante: también ha dado un giro ideológico hacia la izquierda al partido, un cambio de rumbo que se antojaba imprescindible para recuperar las señas de identidad, la defensa de los valores de la socialdemocracia y la confianza de los votantes desencantados que buscaban alternativas en nuevos partidos como Podemos. En los tiempos que corren, el ciudadano no perdona las medias tintas y las ambigüedades. O se es fiel a unos principios e ideas o el veletismo penaliza, como están comprobando algunos partidos emergentes.
El camino hacia la victoria parece trazado salvo descalabro inesperado de última hora. Quién lo iba a decir. Sánchez, con su apuesta decidida por las políticas sociales, ha fijado perfectamente su hoja de ruta y eso ha sabido apreciarlo el electorado. Mientras Pablo Casado se pega un tiro en el pie con su propuesta suicida y vergonzante de reducir el salario mínimo interprofesional a las puertas de unas elecciones, mientras Ciudadanos se enreda en pactos con los franquistas de Vox y Abascal pierde el juicio con sus propuestas descabelladas sobre las armas, Sánchez ha hecho una precampaña sensata y con las ideas claras: defensa del Estado de Bienestar y de la democracia frente a la ultraderecha rampante, políticas para los ciudadanos y moderación para decir las cosas pese a los ataques furibundos y las mentiras de sus rivales de la derecha, que han llegado a acusarlo injustamente de traidor a España por intentar resolver el desaguisado de Cataluña. El problema es que el ciudadano no es tonto y sabe dónde hay un político con buenas intenciones y un charlatán de feria que solo promete disparates.

Viñeta: Igepzio

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