(Publicado en Diario16 el 2 de mayo de 2019)
El éxito de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) el 28A abre un nuevo escenario en la política catalana. Los partidos independentistas han logrado el mejor resultado de la historia de la democracia (22 diputados sobre 48) demostrando que el miedo al avance de la ultraderecha, lejos de amedrentar al bloque soberanista, le ha dado más combustible. Esta victoria, en buena medida producto de la estrategia personal de un político como Oriol Junqueras que es capaz de dejarse encarcelar por defender sus posiciones, tiene dos consecuencias: en primer lugar, la formación republicana se consolida como primera fuerza (pasa de 9 a 15 diputados) después de décadas de pujolismo y de gobiernos de Convergència i Unió. Es decir, la derecha burguesa catalana, salpicada por escándalos de corrupción, cede el poder y por primera vez un partido de izquierdas planificará la economía y las políticas sociales del país. Solo eso ya supone un giro copernicano. Pero es que además, en segundo término, el pueblo catalán ha respaldado a Junqueras en su arriesgado plan frente a Carles Puigdemont, que optó por poner tierra de por medio y refugiarse de la Justicia española en Bélgica.
Efectivamente, el gran derrotado el pasado domingo en las urnas es el president exiliado en Waterloo, demostrándose así que su gestión en el conflicto catalán ha sido nefasta. El prófugo líder del PDeCAT tuvo tres momentos para reconducir la situación tras comprobar que la correlación de fuerzas entre el bloque soberanista y el unionista era de empate técnico. Todo aconsejaba que debía parar a tiempo, echar el freno al tren, ya que aunque el independentismo había acumulado fuerzas de una forma importante, no eran suficientes para plantear la secesión en base a una mitad de la población sobre la otra. “Pudo haber convocado unas elecciones antes del 1 de octubre, y no lo hizo. El Gobierno de Rajoy le regala un triunfo el 1 de octubre, el día 2 podía volver a convocar elecciones, y no lo hace. Y el 26 de septiembre tiene una última oportunidad y se asusta. Es un ejemplo de libro de un político que no está a la altura de las circunstancias, que deja pasar las oportunidades y acaba dándose un golpe monumental”, asegura el analista político Josep Ramoneda. Tal incompetencia ha sido captada por el pueblo catalán.
A partir de ese momento el ‘procés’ embarranca y deja de verse luz al final del túnel. Con Puigdemont asilado en Waterloo y Oriol Junqueras, el otro jinete que impulsa la cuadriga de la independencia, en prisión, la unidad de acción se rompe y el soberanismo cae en una especie de melancolía tras el momento de efervescencia febril que se vivió el 1-O. Las elecciones del 28A han servido para poner el termómetro al enfermo. El independentismo está más fuerte que nunca pero la estrategia ya no es la misma. Algo se ha roto en ese mundo, ya que mientras Puigdemont sigue insistiendo en la vía fracasada de la unilateralidad, Junqueras probablemente esté meditando a estas horas volver al cauce de la negociación y al pacto con el Estado.
Además, está por medio el asunto del juicio en el Tribunal Supremo y las sesiones que se han celebrado hasta el momento hacen presagiar una sentencia condenatoria con penas importantes para los acusados por rebelión. Tal castigo agravará el conflicto en las calles de Cataluña, pero quizá en poco tiempo llegue el indulto, si es que Pedro Sánchez consigue retornar a la Moncloa tras ser investido presidente, algo que se antoja complicado. Y ahí es donde quizá esté la clave del futuro de Cataluña a corto plazo. La victoria del PSOE el 28A ha sido clara y rotunda pero Sánchez, al que de nuevo no le salen las matemáticas parlamentarias, se encuentra ante una encrucijada decisiva: intentar gobernar en solitario o pactar con Podemos y grupos minoritarios, que sería lo lógico, ya que el mensaje que los ciudadanos han enviado, vía urnas, es que prefieren un gobierno de izquierdas a un ‘trifachito’ donde la ultraderecha acabe imponiendo su dramática agenda al PP y C’s.
El miedo al avance de la extrema derecha en nuestro país, y también el anhelo de millones de españoles de más políticas sociales tras la amargura de los años de recortes de Rajoy, ha llevado en volandas a Sánchez hasta la victoria. El líder socialista tiene la obligación moral de buscar un acuerdo con las fuerzas de izquierdas, donde sin duda ERC, con sus 15 diputados y con su nueva forma de entender el conflicto catalán, tiene mucho que aportar. No en vano, la formación de Junqueras empuña ahora la sartén por el mango y cualquier negociación entre Madrid y la Generalitat pasa necesariamente por la formación republicana, que marcará la nueva hoja de ruta para tratar de dar una solución al callejón sin salida en que se ha convertido el ‘procés’.
Tras ganar las elecciones en Cataluña, el número dos del partido en el Congreso por Barcelona, Gabriel Rufián, aseguró que su victoria “obliga” al PSOE a reabrir la mesa de negociación y a “sacar las togas y las porras del conflicto” catalán para devolverlo a la política. Además, Rufián le ha mandado un mensaje claro y diáfano al PSOE: que busque apoyo en Podemos, ERC y PNV en lugar de negociar con C’s, el partido favorito de las grandes multinacionales y las élites financieras y bancarias. De hecho, el Banco Santander ya ha bendecido ese posible acuerdo de centro moderado que, dicho sea de paso, Albert Rivera ha descartado de plano.
Rufián ha pedido a Sánchez “que escuche el clamor de sus militantes en la sede de Ferraz y que no traicione sus siglas y a sus votantes, que no pacte con el Ibex 35, la naranja mecánica o la marca blanca del PP”. Y al mismo tiempo transmitió el mensaje de Oriol Junqueras desde la cárcel: “Les damos a los ciudadanos un agradecimiento inmenso, porque la libertad y la democracia han ganado, ha ganado la voluntad republicana. Vamos por el buen camino pero ahora toca consolidar el voto útil independentista y de izquierdas. Ahora es justo cuando todo empieza”.
Esa declaración resulta muy significativa. ¿Qué quiere decir toca consolidar el “voto útil independentista y de izquierdas”? ¿Qué se debe consolidar antes, según Junqueras, la independencia de Cataluña o un gobierno de izquierdas que millones de españoles y catalanes necesitan como agua de mayo para sobrevivir tras el castigo que han supuesto las políticas neoliberales del marianismo?
Quizá ahí esté otra gran clave de la cuestión. Un apoyo de ERC, con su millón de votos, a la investidura de Sánchez tendría contrapartidas evidentes: indultos y referéndum de autodeterminación. Lo primero parece evidente que está pactado de antemano. Lo segundo, Sánchez ya ha dicho por activa y por pasiva que no podrá ser porque queda fuera de la Constitución Española. Ante esa tesitura, una reforma constitucional o un nuevo Estatuto en la línea del que impulsó Zapatero y que reconozca a Cataluña como nación, además de un nuevo plan de financiación que reportaría un buen puñado de miles de millones de euros a los catalanes, podría estar a estas horas sobre la mesa de Junqueras en Soto del Real. De entrada, ERC ya ha emplazado este miércoles al presidente del Gobierno a reunirse en la prisión madrileña con el líder republicano porque como fuerza ganadora el 28A en Cataluña representa “el diálogo y la voluntad de encontrar una solución democrática al procés”. Diálogo y negociación es la única manera de evitar la aplicación de un 155 que no quiere nadie.
Viñeta: Álex, la mosca cojonera
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