(Publicado en Diario16 el 12 de mayo de 2019)
La puesta en escena de la canción que España llevará al Festival de Eurovisión este año costará a TVE más 40.000 euros, o sea dinero de todos, según publica el digital El Confidencial. Y todo para cosechar otro fracaso mundial. Habría que preguntarle a Rosa María Mateo por cuánto nos saldrá esa fiesta, es decir el viaje, la estancia y las dietas de nuestra delegación diplomático-musical solo para quedar bien con el organizador: en este caso el todopoderoso Estado de Israel.
Gastarse un dineral en un concurso que ya sabemos de antemano que vamos a perder –bien sea por esa manía ancestral de una parte de Europa hacia España, bien porque rara vez acertamos con la canción y con los gustos musicales de los jurados–, no tiene demasiado sentido. A Eurovisión habría que seguir enviando un ejército de Chikilicuatres neopunkis, gamberros e irreverentes hasta que esa pantomima termine hundiéndose como el viejo Titanic de la televisión europea que es.
Pero es que además este año hay motivos más que suficientes para no acudir al sarao y no despilfarrar ni un solo euro en ese atracón de purpurina, banderitas euroescépticas, horrendos vestuarios y letras cursis. Hace solo unos días Israel lanzaba una lluvia de cohetes sobre la desgraciada Gaza, dejando cuatro palestinos muertos, entre ellos una niña de 14 meses y su madre embarazada. Semejante carnicería apenas dos semanas antes del festival de Eurovisión, que se celebra en Tel Aviv, parece una razón más para que España formule una enérgica protesta y dé plantón a ese festival anacrónico, hortera y demodé. España debería retirar su cancillería diplomática de Eurovisión, más cuando no ha pasado ni un mes desde que el presidente de EE.UU, Donald Trump, haya reconocido formalmente la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, un territorio sirio ocupado por el Estado judío desde 1967.
Hace tiempo que Israel ha degenerado en un Estado expansionista y de tintes fascistoides. Encerrar a miles de palestinos en un gueto, en un pedazo de tierra agujereada por las bombas como un queso de gruyer, entre las alambradas, las ruinas y las ratas, sin luz, sin agua potable, sin comida y sin medicamentos, es un castigo que se parece bastante a Auschwitz y un motivo humanitario filosóficamente justo para boicotear la farsa eurovisiva que siempre ganan los mismos.
En Eurovisión no deberíamos dejarnos ni un céntimo, pero es que además este año hemos perdido una oportunidad de oro para decirle al régimen de Tel Aviv, alto y claro, que no participaremos en su fiesta llena de confetis manchados de sangre y música criminal en repulsa por las víctimas que sucumben bajo sus infames misiles.
La tragedia del pueblo palestino, que dura ya décadas, es una vergüenza para el mundo, un genocidio solo comparable al que sufrieron los propios hebreos durante la Segunda Guerra Mundial. Los judíos, que en 1940 padecieron la persecución de las bestias nazis, hoy masacran a los palestinos con métodos muy parecidos como la reclusión de miles de personas en inmensos campos de concentración donde el único futuro que les queda es esperar el misilazo judío de fabricación yanqui. Es decir, han pasado de víctimas a verdugos por un macabro capricho de la historia.
Hace demasiado tiempo que el infierno de la Franja de Gaza no tiene nombre mientras Europa mira para otro lado para no ver el exterminio, el horror, la represión y la tortura que sufre Palestina. Aceptar la invitación del monstruo para participar en su bacanal de música mala mientras cuatro barrios más abajo los niños palestinos sufren el terror de la guerra y la ira de los aviones, misiles y tanques de Yahveh es una obscenidad y una inmoralidad difícilmente digerible. Poco importa ya si la La venda, la canción de Miki, se hará o no con un certamen que España no gana desde Salomé, allá por el Antiguo Testamento de la televisión en blanco y negro.
Eurovisión solo sirve para hacer política en la sombra, para que los ejes aliados europeos firmen el tongo cuando llega la hora del chamarileo de los votos por la mejor canción, fastidiando así al país vecino, tradicional enemigo del otro lado del Rin. Pero este año, cuando salga en la tele pública la típica presentadora frívola chapada de maquillaje y con el cabello cardado para soltar aquello de cada año de “Guayominí di puán; Spain cero points” pensemos no solo en el contubernio de las repúblicas bálticas para votarse entre ellas, sino en ese pobre bebé reventado por una bomba israelí que cayó de los cielos infernales de Palestina.
Viñeta: Igepzio
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