(Publicado en Diario16 el 24 de abril de 2019)
Sánchez resiste; Casado miente; Rivera cae en el histrionismo; y solo Iglesias es capaz de elevar el tono por encima del barrizal. Ese podría ser, a bote pronto, un resumen del debate a cuatro de Atresmedia, que cierra la campaña electoral más enfangada de la historia de la democracia. La suerte está echada de cara al 28A. Los españoles tienen ahora toda la información sobre quiénes son los candidatos a gobernar sus mortales vidas.
La escenografía se puso de lado de la izquierda, con Pedro y Pablo en el centro del plató como grandes patriarcas del Estado de Bienestar, mientras Casado y Rivera quedaban en los extremos, alejados de la realidad y adentrándose cada vez más peligrosamente en territorio ultra. El presidente del Gobierno aguantó dignamente la pinza que le hicieron las derechas con toda su artillería pesada de insultos, malas formas, mentiras y juego sucio. El peor momento del debate, el más crítico para él, lo vivió cuando Rivera le puso delante de las narices su polémica tesis doctoral −“ese libro que usted no ha leído”−, y el candidato socialista reaccionó con cintura sacándole el libro del ultraderechista Abascal.
A Casado se le vio en su línea de campaña: se le transparentan demasiado las manipulaciones, la retórica vacía, los errores de bulto y los embustes. Todo su programa electoral se reduce a la matraca de los “enemigos de España” y a la supuesta traición de Sánchez con los batasunos. Además, cuando habla de corrupción, el líder del PP resulta especialmente estomagante, sobre todo cuando dice eso tan difícil de digerir de que su partido no ha sido condenado por la Gürtel. Muy feo, por cierto, su gesto bravucón y chulesco contra el presidente después de que este le afeara sus posiciones retrógradas sobre la violencia machista. Por un segundo a Casado le salió una vena preocupante de poligonero de discoteca que al parecer llevaba por dentro y le levantó el dedo índice amenazador y hasta la voz al candidato del PSOE. Se nota que últimamente alterna bastante con Abascal. Que el votante lo juzgue.
Y luego está Rivera, un tipo demasiado sobreactuado, por momentos impertinente y hasta algo pesado, gesticulando demasiado y evidenciando unos tics ciertamente neurasténicos. Una gracieta funciona; una retahíla cansa. Abusa tanto del papel de Pepito Grillo que termina resultando repelente. Sus constantes performances y conejos de la chistera lo terminan convirtiendo en un clown más que en un aspirante serio a la Moncloa. No es bueno para el negocio. Rivera debería aprender el arte de callarse a tiempo, de no querer estar en todas las salsas, en definitiva el don del silencio, ese al que apeló en su patético minuto de oro en el primer tiempo de TVE. Iglesias lo mandó callar por “mal educado” y realmente el líder de C’s se lo merecía porque empezaba a convertirse en una especie de zumbido de ventilador averiado insoportable.
Pero sobre todas las cosas el debate nos deja un Pablo Iglesias que esta vez se dejó la Constitución en casa (afortunadamente) y ejerció de Pablo Iglesias. Sin duda, es el mejor preparado de los cuatro aspirantes. Domina el medio televisivo, habla como un gran orador romano y aporta información y datos contrastados. Sus opiniones de catedrático rara vez son rebatidas por sus rivales, que parecen rehuir el cara a cara con él para no enfrentarse a su autoridad moral. Por si fuera poco, ha sabido mantenerse por encima del barro, sin llegar a revolcarse en él como sus tres contrincantes, y si el debate no terminó convirtiéndose en una trifulca tabernaria fue gracias a que él puso racionalidad, mesura y supo elevar el tono intelectual. Si Sánchez resulta frío y algo encorsetado en la expresión de emociones, Iglesias sabe qué teclas tocar para ganarse a la gente. El líder de Podemos puede recitar el artículo 47 de la Constitución y hacer que parezca un poema de Machado mientras otros, Rivera por ejemplo, caen en la cursilada hilarante. Ayer el naranjito lo volvió a hacer, y eso que ya estaba avisado tras su lacrimógeno minuto de oro en TVE, donde soltó un rollo sobre el silencio que no venía a cuento. En esta ocasión habló de sus raíces, de su familia y sus ancestros, un cuento que por mal contado tampoco interesó a nadie. Que vaya pensando dejarse la poética porque no es lo suyo.
En general, las derechas se hicieron la guerra de guerrillas entre ellas durante todo el debate (sigue la pugna por ver quién es el nuevo jefe del bloque conservador) mientras las izquierdas supieron encontrar una Entente Cordiale con una apariencia de cohesión y estabilidad que le beneficiará en las urnas. Ya solo queda ver qué pasa con Vox. Ese inquietante fantasma del pasado cuya sombra planeó por todo el plató. Qué repelús.
Viñeta: Igepzio
No hay comentarios:
Publicar un comentario