(Publicado en Diario16 el 4 de junio de 2019)
En política una cosa es lo que se dice delante de las cámaras y otra muy distinta lo que se hace entre bambalinas. Ciudadanos sabe jugar como nadie a ese juego de despiste, a ese teatrillo de variedades donde nada es lo que parece, a ese ejercicio de ilusionismo político que más bien es postureo. Ayer, José Manuel Villegas, secretario general del partido naranja, cerró la puerta a posibles pactos y acuerdos con Vox. De esa manera, no habrá tripartitos ni mesas a tres con los ultraderechistas (por supuesto tampoco con Podemos). Según el portavoz de Cs, la primera opción de alianza será con el PP, socio preferente, y si no cuaja pactarán con el PSOE, aunque no con Pedro Sánchez.
Esta última posibilidad, pactar con los socialistas pero no con el peligroso indepe Sánchez, se antoja un ejercicio de malabarismo estratégico tan complicado y extraño que ni siquiera Albert Rivera, el gran mago/escapista Houdini de la vida pública nacional, puede llegar a explicarlo. ¿Cómo piensan los naranjas cerrar tratos con el PSOE a espaldas de Sánchez? ¿Querrán quedar con Carmen Calvo y Ábalos en un Starbucks, a escondidas, sin que se entere el presidente del Gobierno? Es algo absurdo que solo cabe en la mente del ilusionista Rivera, ese hombre que le ha cogido el gustito a sacarse conejos de la chistera durante los debates electorales televisivos. El líder de Ciudadanos funciona a impulsos y un día se levanta y se cree el jefe de la oposición sin serlo y al siguiente busca ansiosamente el cordón sanitario sin saber muy bien a quién ponérselo, si a Sánchez o a Abascal.
Así las cosas, solo cabe concluir que la propuesta de Ciudadanos para aislar a Vox es un nuevo paripé, un brindis al sol que queda muy bien para una rueda de prensa a media mañana en el Congreso pero que resulta poco creíble. Nadie en su sano juicio puede llegar a pensar que la formación naranja entregará Madrid a la roja y amiga de independentistas Manuela Carmena solo por un acto de grandeza democrática. En política no hay honestidad, solo pragmatismo. Ya lo dijo Aldous Huxley: cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje.
Y mientras tanto, ¿qué dice Santiago Abascal? El líder de Vox avisó ayer de que no aceptará una simple fotografía para la historia, un retrato para la posteridad, si después no viene un “diálogo político” serio para la distribución de consejerías y concejalías, para el troceo de la tarta, para el reparto de las sillas. “No queremos solo la foto. Para foto nos la hacemos con nuestras familias”, aseguró un arrogante Abascal que por lo visto tampoco se ha percatado aún de que no es Donald Trump, sino un candidato que ha perdido un millón de votos en apenas un mes. “Exigimos ser tratados con respeto en función de nuestra representación. Pedimos el mismo respeto que a los demás”, exigió el líder ultra.
Y ahí no engaña a nadie el candidato del partido de Franco. Vox no ha llegado a la política española para ser la cenicienta del hemiciclo. Quiere tocar pelo, poder real, no el caramelito andaluz que le dieron en San Telmo para que se quedara tranquilo un rato y apaciguarle las convulsiones machistas. Por eso no admitirá un “trágala” de lo que pacten en la sombra PP y Ciudadanos. Y por eso la pantomima de ayer de Villegas resulta tan inverosímil como pueril, tan artificiosa como falsa. Sin Vox no habrá gobierno de derechas en numerosos ayuntamientos y la izquierda volverá al poder. Eso lo saben Villegas, Arrimadas y hasta el bedel de Ciudadanos.
De ahí que a Casado y a Rivera no les quedará otra que cargar con la mochila de Abascal. A fin de cuentas ellos se han buscado ese incómodo compañero de viaje; son las consecuencias de la foto de Colón y del trifachito a la sevillana. De nada sirve decir a estas alturas de la película: “Yo no conozco de nada a ese señor a caballo con perilla de califa y trabuco al cinto”. Es lo que tiene andar con amigos peligrosos y compañías poco recomendables. Que una vez que te has tomado la primera copa con ellos ya no te los puedes quitar de encima. Y no se van ni con lejía.
Viñeta: El Koko Parrilla
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