(Publicado en Diario16 el 26 de mayo de 2019)
Para Santiago Abascal la política es el arte de llevar a los tribunales a todo aquel que no piensa como él. Al líder de Vox le encantan las querellas. Adora las querellas. Sueña con las querellas. Una querella lo es todo para él, lo que da sentido a su vida, el principio y el final de su proyecto político. Así, Abascal se sentiría realizado en un mundo destruido por el cambio climático pero repleto de querellas, miles de expedientes judiciales, cientos de juicios aquí y allá contra el rojo masón, la peligrosa feminazi y el traidor separatista.
La última denuncia anunciada por Abascal (mucho nos tememos que no será la última) va dirigida contra Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, de quien ha dicho que está ya “en el terreno de la prevaricación” por haberse retrasado a la hora de iniciar los trámites para la suspensión de los diputados independentistas presos. El jefe ultra ha advertido que estudiará acciones judiciales, lo cual no es noticia, ya que un día sin una querella de Vox es como un jardín sin flores.
La política, según la entiende Abascal, se reduce a un querellazo de padre y muy señor mío contra todo aquel sospechoso de comunista. Si fuera por él inundaba los juzgados de hermosas y jugosas querellas, querellas para todos, hasta que los tribunales reventaran por los cuatro costados. Toda esa obsesión por el Código Penal debe venirle, sin duda, por influencia del franquismo y de la ley de peligrosidad social, que lo ponía a uno a la sombra solo por toser contra el Caudillo. Los burócratas del régimen arreglaban casi cualquier cosa –desde un fusilamiento sumarísimo a un expolio al honrado republicano–, con un papel timbrado y firmado por el juez instructor del Movimiento. Todo muy judicial y muy legal.
Las querellas deberían estar para cosas serias, no para los antojos del señor Abascal, que solo contribuyen a colapsar aún más el sistema judicial. Así, el líder de la formación verde en Andalucía, Francisco Serrano, se permite el lujo de decir que en los colegios se imparte la zoofilia a los escolares mientras otro voxista, Jorge Buxadé, puede llamar “feas” a las feministas sin que pase nada. Aquí nadie se querella contra quien realmente se lo merece. Aunque más que querellas, quizá los chicos de Vox lo que realmente necesitan es un buen psicoanálisis. “Lo que más nos molesta de los demás es lo que no soportamos en nosotros mismos”, dijo Freud anticipando la neurosis fascista. Bien mirado, quizá habría que inventar una querella para los que tienen la “mente sucia”, como dice Susana Díaz.
Sea como fuere, Abascal pretende enterrar la democracia española bajo una montaña de papelamen burocrático, tedioso, aburrido; ahorcar nuestro régimen de libertades con un rosario de querellas como el que reza cada noche, muy católicamente, la mística Rocío Monasterio. Ponerle una buena querella al dente al socialista de turno, colocarle al adversario un querellón de asustar bien rubricado con la estilográfica engominada del inefable abogado Ortega Smith, es el mayor placer de Abascal, más incluso que marcarse un posado a caballo, en plan Velázquez, para la posteridad.
El generalísimo de Vox no entiende la política como el arte de negociar, consensuar y pactar, sino de recurrir a papá juez y al amigo fiscal que lo afina todo para poner al enemigo entre rejas cuanto antes. En el fondo lo que subyace es una carencia democrática, una falta de maestría y de pericia parlamentaria.
Judicializarlo todo, desde el ‘procés’ hasta la primera decisión que toma Batet en ejercicio de su cargo, es un recurso barato de mal gobernante. A Abascal habría que decirle que echar mano de la querella todo el rato no solo es un latazo y una praxis rutinaria que empobrece nuestra cultura política, sino el recurso fácil de un líder recién llegado que no sabe ganar al contrincante en un duelo en campo abierto.
Abascal recurre a la gruesa querella casi a diario como ese defensa central tuercebotas que tira de patada cruenta a la espinilla del delantero fino y estilista. Cuando el ingenio y el talento no da para más se recurre a la brocha gorda de la querella. Que viste mucho aunque no sirva de nada.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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