sábado, 8 de junio de 2019

LA BARAHÚNDA


(Publicado en Diario16 el 22 de mayo de 2019)

Ver a un grupo de diputados aporreando y pateando sus escaños como hinchas de la barra brava no es el espectáculo más edificante para una democracia. Pero es lo que nos queda después de que Vox haya irrumpido con relativa fuerza en el Parlamento español.
Fieles a ese lema rancio que ha recuperado la derecha extrema –“la España que madruga”– Abascal y sus huestes llegaron a la Cámara Baja hora y media antes que sus compañeros de hemiciclo para ir cogiendo sitio. El líder de Vox se colocó justo detrás de Sánchez, para que el presidente empezara a notar su aliento en el cogote. Una vez más la derecha franquista, demostrando una organización y una disciplina cuasimilitar, ganaba la primera batalla a la izquierda siempre perezosa, camastrona, anárquica. Cuenta Tuñón de Lara que cuando el Gobierno de la República salió por piernas de Madrid rumbo a Valencia los despachos ministeriales quedaron completamente vacíos, sin que nadie supiera lo que tenía que hacer. Así fue como los generales republicanos, que preguntaban sobre las órdenes a seguir para detener el avance de Franco sobre la capital, no encontraban a ningún ministro que les diera una respuesta.
Ayer, Vox volvió a demostrar que están bien organizados y que saben perfectamente lo que tienen que hacer en cada momento. Se vio con meridiana claridad que han llegado al Congreso con una estrategia castrense bien definida y planificada: montar el circo a la menor ocasión; armar bulla y escándalo en cuanto se pueda; convertir el Parlamento no ya en un campo de batalla sino en una verbena de pueblo. Y lo que es aún peor: interrumpir a los rivales, cortarles el hilo argumental, robarles la palabra.
Cuando Junqueras y los suyos acataron la Constitución por imperativo legal, algo que es perfectamente reglamentario, ni siquiera se oyeron sus voces. Sus promesas quedaron sofocadas, ahogadas por el tumulto ferial que organizó la ultraderecha. Solo se escuchó la gran tormenta de golpes y porrazos con que los diputados de Vox sacudieron todo el hemiciclo. Fue un momento terrorífico que espeluznó a cualquier demócrata. Ver cómo un hombre como Junqueras, que no es ningún terrorista, era sepultado en un montón de tierra ruidosa, como si se tratara del cadáver de un republicano de la guerra civil en una cuneta, fue de las cosas más tristes e injustas que se han visto en el Congreso de los Diputados (y eso que ya es decir).
La violenta puesta en escena de Abascal y su ejército tumultuario de hooligans, ese fusilamiento gestual a fuerza de porrazos y patadas en el suelo, vino a confirmar lo que nos veníamos temiendo desde el 28A: que Vox no quiere hacer política porque no le interesa para nada; que está aquí solo para enarbolar la rojigualda y hacer sonar sus cornetas belicosas; que lo que muchos entendemos por democracia ellos lo consideran una patochada, una inútil pérdida de tiempo. No creen en el juego democrático ni falta que les hace. A decir verdad, no son capaces de entender de qué va esto porque hablan otro lenguaje, el lenguaje guerracivilista.
Con su terrible actuación de ayer, un claro ejemplo de cómo se puede silenciar al rival político, amordazarlo y evitar que se exprese con libertad, Vox demostró lo que va a ser su “modus operandi” durante esta XIII Legislatura, que será sin duda la de la discordia. Con ese momento dramático para España en el que los ultras ahogaron a los independentistas en un ruido de establo, con ese instante de desprecio en el que a todos los demócratas se nos heló el corazón y la sangre porque vimos la barbarie regresar de nuevo a nuestras vidas, Vox no solo inauguró la temporada de caza en su coto privado (que es en lo que pretende convertir el Parlamento) sino que sepultó la democracia misma bajo el estruendo de la jungla salvaje. En realidad no fue un puñetazo dialéctico a Junqueras; fue un puñetazo a la libertad.
No van a parar hasta acabar con todo lo bueno del Estado de Derecho. De momento han empezado por la libertad de expresión y el respeto a las ideas del prójimo, primer mandamiento de toda democracia. Quién sabe las cosas que tendremos que ver a partir de ahora.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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