(Publicado en Diario16 el 21 de marzo de 2019)
“El 23F entraron al Congreso disparando. El 28A quieren entrar votando. Se dejarán la pistola en casa, pero es lo mismo”, ha dicho Pablo Echenique, dirigente de Podemos, en un reciente mensaje en las redes sociales. De esta manera, uno de los líderes más significativos de la izquierda española alerta ante la posibilidad de que Vox arrastre a nuestro país a en un proceso de involución democrática que nos conduciría a tiempos pretéritos que parecían superados. Pero, más allá de las palabras algo alarmistas de un político que como todos están ya en campaña electoral, ¿hay razones fundadas para temer que la ultraderecha española esté planeando un golpe de timón hacia un régimen autoritario?
Sin duda, hay motivos para la preocupación de los demócratas, que tras cuarenta años de libertades ven cómo resurgen viejos fantasmas que se creían enterrados, ideologías fanáticas ultranacionalistas y discursos de odio hacia las minorías. En las últimas horas, y llevados por una especie de fiebre de precampaña, los más destacados dirigentes de Vox han lanzado a la opinión pública una batería de mensajes viscerales (y hasta agresivos) con los que evidencian cuál es el principal objetivo de la formación verde si consigue irrumpir con fuerza en el Congreso de los Diputados: un peligroso regreso al pasado en el que trataría de instaurar un régimen autoritario inspirado en aquella dictadura de Francisco Franco que para ellos fue el tiempo más feliz en quinientos años de historia de España.
En esa hoja de ruta hacia una nueva supuesta “democracia” (que en realidad sería una “dictablanda” camuflada), se enmarcaría el fichaje de un puñado de generales jubilados –algunos de ellos declaradamente franquistas–. En primer lugar, lo que viene a demostrar la contratación de esa División Acorazada Brunete de condecorados pensionistas al servicio de Vox es la seducción que los dirigentes del partido sienten por todo lo militar. El retorno al lenguaje duro y cuartelero que emplean los máximos responsables de la formación verde es un síntoma más de que sienten una verdadera atracción fatal, no solo por la simbología del Ejército, sus himnos, escudos y su historia de batallas, sino por la vida y obra de Franco, el hombre al que admiran profundamente. Para los jefes de Vox el legado del dictador fue muy importante para España y sueñan con recuperar sus ideas políticas y ponerlas en práctica algún día.
Sin duda, con los últimos fichajes de generales retirados, Abascal ha encontrado un nicho de votos en cuarteles y comisarías, ya que policías, guardias civiles y militares suman 270.000 efectivos, un más que jugoso granero. No hace falta decir que se trata de colectivos conservadores que se sienten tradicionalmente maltratados por los respectivos gobiernos a causa de los bajos salarios y precarias condiciones laborales. Reductos de profesionales sumidos en un profundo malestar desde hace años donde el discurso ultra tiene un fuerte tirón. El fichaje de los exgenerales hará sin duda que muchos de ellos se decidan a votar por el partido de extrema derecha. Al mismo tiempo, en esos mismos sectores reaccionarios de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado culpan a Zapatero y a Rajoy de la mano blanda que el Estado ha empleado con Cataluña, de tal forma que ven en Vox la solución al mal.
Resulta innegable que la militarización de Vox tras el fichaje de la Plana Mayor de jubilados obedece a una causa pragmática –cosechar votos en un caladero que le es favorable–, pero también entraña una gran carga simbólica. La formación verde será a partir de ahora el partido del Ejército, una unión entre la política y las fuerzas armadas inédita en cuarenta años de democracia, ya que los militares tienen prohibido manifestar públicamente su opción ideológica, al menos mientras están en activo.
Habría que remontarse a los tiempos de la Segunda República −cuando altos mandos del Ejército participaron en ávidas conspiraciones junto a los partidos de las derechas− para encontrar una fusión tan férrea e íntima entre facciones civiles y militares. De hecho, algunos historiadores mantienen que sin la trama civil y su correspondiente apoyo financiero el golpe de Franco nunca habría prosperado. Así, el historiador Manuel Tuñón de Lara asegura que en los días previos al alzamiento nacional se produjeron “contactos” entre los militares conjurados con “políticos de extrema derecha, monárquicos y tradicionalistas”. Se trataba, como confirman todos los documentos, de “salvar el orden, de coordinar las fuerzas contrarrevolucionarias” de la izquierda. Más tarde, una vez que Franco ganó la guerra, esa estrecha simbiosis entre civiles y militares se mantendría durante cuarenta años de dictadura, hasta que la Constitución del 78 garantizó la neutralidad de las Fuerzas Armadas.
Las simpatía que Vox siente hacia la parafernalia militar, los paseos a caballo de Abascal y los suyos como si se tratara de un desfile victorioso de caballería, el amor por la caza –máxima expresión de la guerra entre el hombre y el animal y actividad de la que Franco era devoto–, así como la última propuesta de Abascal de que los españoles sin antecedentes penales puedan portar armas de fuego, demuestra que lo bélico está muy presente en las principios fundacionales del partido extremista.
Todo en Vox remite al golpe de timón que según Abascal necesita el país, desde una hipotética intervención militar en Cataluña, pasando por la liquidación de las autonomías y finalizando con la última propuesta del vicesecretario de relaciones internacionales del partido, Iván Espinosa de los Monteros, que ha asegurado que la “ultraizquierda y el nacionalismo son los enemigos de España con los que hay que acabar entre todos”, por lo que ha llegado a plantear ilegalizar partidos de inspiración “marxista”. O lo que es lo mismo: cautivo y desarmado el Ejército rojo, Franco volvería a ganar la guerra. Esta vez, después de muerto.
Viñeta: El Koko Parrilla
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