(Publicado en Diario16 el 20 de marzo de 2019)
El caso de las supuestas irregularidades en la financiación de Vox, destapadas por la Cadena Ser, arroja una gran sombra de sospecha sobre el partido ultraderechista que dirige Santiago Abascal a pocas semanas para las elecciones. “Entre el 15 y el 17 de diciembre de 2017 nos reunieron a todos los responsables provinciales del partido en Soto del Real; fueron las primeras jornadas de coordinación de Vox. Allí, el vicepresidente y responsable de captación de recursos del partido, Víctor González Coello de Portugal, se dirigió a los presentes indicándonos que debíamos ofrecer a los empresarios que quisiesen donar dinero a Vox una vía indirecta para hacerlo sin que su identidad se viese expuesta: utilizar testaferros, parientes o amigos”, denuncia Carlos Aurelio Caldito, ex vicepresidente de Vox en Badajoz, a la periodista Mariela Rubio. El hasta hace diez meses miembro de la formación de extrema derecha añade que desde la dirección del partido se dieron órdenes para la captación de fondos en las distintas provincias. Un testimonio demoledor.
Según el sindicato de funcionarios de Hacienda Gestha, la formación verde habría infringido la ley de financiación de partidos, ya que las donaciones anónimas están prohibidas taxativamente. Por supuesto, Santiago Abascal ha defendido su gestión con un tuit, como es habitual en él siguiendo el manual del trumpismo: “Aviso a los medios y partidos que andan rastreando nuestras listas y escaneando a nuestros candidatos: no encontraréis ningún enemigo de España. Ni ningún aliado de los enemigos de España. Tampoco encontraréis ni progres, ni comunistas, ni separatistas, ni miedosos”. Es la clásica excusa que hemos visto tantas veces en otros líderes de partidos en apuros −la mejor defensa es un buen ataque−, aunque no aclara de ninguna manera si Vox se sirvió de las polémicas donaciones de empresarios para sufragar su organización.
De confirmarse la noticia de la Cadena Ser podría suponer el primer caso de corrupción que afectaría a la formación verde en medio de una precampaña que está siendo tan caliente y sucia como la propia campaña que aún no ha comenzado. Quizá por eso ayer Vox cargó toda su artillería de burradas políticas, barbaridades históricas y declaraciones nauseabundas que en un país como Alemania serían constitutivas de delitos de apología del nazismo, una figura legal que en el país de Angela Merkel lleva aparejadas penas de prisión. Así, mientras estallaba el turbio asunto del ‘pitufeo’, el historiador revisionista de Vox Fernando Paz, cabeza de lista por Albacete, soltaba dislates tan hirientes como que el bombardeo de Gernika fue una invención del Time; que el franquismo no fue un régimen totalitario; que los judíos exterminados por Hitler murieron por armas de fuego, no gaseados; que el juicio de Núremberg es impugnable porque los líderes del nazismo eran inocentes; o que Billy el Niño es un funcionario de policía inocente que jamás torturó a nadie. También aquí la Fiscalía debería entrar de oficio, como se apresuró a hacer en otras ocasiones en aplicación de la ley mordaza contra raperos, titiriteros y artistas que supuestamente hicieron apología del terrorismo.
Pero más allá de que la Justicia decida o no actuar contra Vox por sus cuentas oscuras y contra Paz por sus comentarios de exaltación del fascismo, cuesta exactamente cinco minutos desmontar sus mentiras, justo el tiempo que se tarda en telefonear a un historiador de verdad como Ian Gibson, que lleva toda su vida estudiando la Guerra Civil y el franquismo, y pedirle que aporte todo el material documental que existe sobre el asunto y que está a disposición de cualquier persona inteligente y con un mínimo de sana curiosidad que quiera revisarlo.
Resulta evidente que tal sarta de tonterías, insensateces y payasadas de Paz no son gratuitas y deben obedecer a alguna razón importante para Vox. La primera, sin duda, es que España sigue siendo un país donde se lee poco (y con la adicción a las redes sociales que se extiende como una fiebre cada vez menos), de manera que en amplios sectores de la población que habitualmente da la espalda a la lectura y a la cultura en general las astracanadas de un supuesto historiador con ánimo de provocar pueden calar peligrosamente. En tiempos de la posverdad ya no interesa si lo que un comunicador dice es cierto o no, lo que realmente importa es la repercusión que el mensaje puede tener en las redes sociales (auténtica correa de transmisión del neofascismo posmoderno).
Pero la segunda, y quizá más importante, es que ayer Vox empezó a probar el plomo de la libertad de prensa (ese poder sagrado de la democracia al que los ultras son tan alérgicos, por algo será). Abascal y los suyos sufrieron en sus carnes el daño que una investigación periodística seria y rigurosa puede llegar a causar en una formación política que no lo tenga todo en regla, no solo los papeles sino los comportamientos éticos de sus líderes. Y ahí es donde entra el show de Paz, un tipo que a buen seguro veremos más veces en el ruedo político como bombero apagafuegos (bombero torero, se podría decir, por aquello de la afición de los voxianos por la fiesta nacional). Todo está inventado en la política moderna y cuando una exclusiva hace pupa la primera consecuencia es sacar a pasear el vocinglero de turno para que suelte cuatro estupideces que provocarán una gran cortina de humo, una gran polvareda mediática, mientras lo realmente importante (el supuesto ‘pitufeo’) queda difuminado en medio del torbellino. Así que bienvenido al circo, señor Paz. Y no se impaciente, que enseguida le dan otros cinco minutos de gloria.
Viñeta: El Koko Parrilla
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