(Publicado en Diario16 el 22 de marzo de 2019)
Pocos apellidos tan bien puestos como el de Rocío, o sea Monasterio. La presidenta de Vox Madrid es la viva imagen de la española recatada, decente, monjil. Almudena Grandes le ha mandado un recadito en su columna de los viernes llamándola “pija”, pero Monasterio es más bien una beata salida del convento de las Clarisas que sueña con hacer sus pinitos en la política, una virgen descendida de un paso de Gregorio Fernández para inmolarse por Dios y por España en estas elecciones planteadas por la extrema derecha como una cruzada nacional contra el ateo comunista.
Rocío no cocina dulces ni yemas de Santa Teresa como las monjitas de clausura, sino las duras peladillas envenenadas con las que Vox quiere atragantar a los españoles. Al principio se la veía un tanto tímida a la chica, cortada, pese a que tenía detrás todo el lobby ultracatólico −los duros obispos y los tenaces antiabortistas de Hazte Oír−. Sin embargo, no es una mosquita muerta, y poco a poco se ha ido soltando la melena (y hasta la lengua). Es lo que tiene salir de la paz y tranquilidad de las excursiones domingueras y pícnis de las Jornadas de la Familia Numerosa para lanzarse a la pista de baile de la política y echarse un rock and roll con los macarras de Podemos. El cambio es brutal y una acaba mareada y despeinada con tanto trajín, tanta campaña electoral y tanta rueda de prensa.
Para una señora bien, para una mujer de su casa ultrarreligiosa y conservadora que defiende la misa de doce, el rosario y las procesiones de Valladolid, presentarse a unas elecciones generales, con lo que eso conlleva de violencia verbal y de chute de adrenalina democrática, debe ser algo muy fuerte, un auténtico subidón que puede llegar a trastornar. La verbena de la campaña electoral, el despelote libertino y republicano de la democracia que se vive estos días en los que se puede hacer y decir casi cualquier cosa (hasta pasarse por los huevos la resolución de la Junta Electoral Central, como hace Torra día sí, día también), engancha tanto como la más lujuriosa de las drogas. Ejercer la libertad es una experiencia salvaje e incluso alguien como Monasterio, una nostálgica del franquismo, de las buenas costumbres y del orden establecido a cualquier precio, acaba contagiándose, dejándose llevar y cogiéndole el gustillo a poder decir cualquier burrada que ordene el partido. Así es la dulce anarquía de la democracia, aunque después haya que cargársela para restaurar el férreo nacionalcatolicismo español.
En todos los jardines anda metida la Monasterio, como si supiera mucho de todo, haciendo gala de una retórica de novicia de convento del Siglo de Oro. Nunca da un solo dato real, nunca acierta con el análisis, jamás cita a ningún autor ni dice nada intelectualmente interesante. Todo son cuestiones metafísicas, verborreas escolásticas, topicazos de una mujer de su casa que lee mucho el Telva y deja hablar siempre a su marido.
La última que ha liado ha sido a cuenta del derecho de los españoles a llevar un arma, uno de esos debates polémicos que no existen en la sociedad española pero que Vox se saca de la manga y lo convierte en un asunto trascendental para el país. Hasta que Santiago Abascal concedió esa entrevista en una publicación que no conocía nadie (¿cómo se llamaba, navajasdealbacete.com, trabucodecaza.es?) ni un solo español pensaba en meterse una pipa en el sobaco. Hoy todo el mundo habla de las armas y algún que otro ultraderechista ya exige licencia para cazar rojos piojosos y podemitas separatistas. Militarizar España, llenarla de generalotes franquistas y armarla hasta los dientes para arrastrarnos a un Far West, como en el 36, eso es lo que pretende Vox.
La opinión de Monasterio en este asunto de las armas es que “si una mujer maltratada coge un cuchillo y hiere a su maltratador tiene todo el derecho del mundo porque se está defendiendo”. De nuevo una de Perogrullo, decir mucho para no decir nada, ya que el Código Penal protege y ampara a la víctima en su derecho a la legítima defensa. De hecho, en España no hay ni un solo caso de alguien que se haya pasado veinte años en prisión, como dice la portavoz de Vox, por defenderse de su agresor. Pero ella va soltando sus sentencias sin fuste aquí y allá, se lo pasa bien y hasta le está cogiendo el gustillo a eso de la política. Un día toca hablar de esto, otro de aquello. Y es que dar mítines y que te escuchen sin tener ni puñetera idea de nada engancha a tope. Mucho mejor que estar en casa rezando el rosario. O en el monasterio.
Viñeta: El Koko Parrilla
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