(Publicado en Diario16 el 7 de mayo de 2019)
Rivera ha acudido a su entrevista con Sánchez en Moncloa creyéndose el más sólido y firme líder de la oposición en España. Soñaba el ciego que veía y soñaba lo que quería. Casado, que por una vez tiene razón, se lo ha explicado alto y claro: ese puesto siempre lo ha ostentado el candidato que más votos ha logrado después del ganador de las elecciones, en este caso el presidente del PP. La cosa es de primer curso de Derecho Político, pero por lo visto Rivera ha debido saltarse algunas lecciones básicas sobre cómo funciona este negocio del sistema parlamentario.
Desde luego, la realidad es algo que no va con el líder del extraño mundo naranja. Rivera nunca ha ganado nada (pese a que lleva 13 años intentándolo), y aun así se siente un triunfador, un eslabón necesario en el complejo engranaje de la política nacional, un personaje crucial de la historia de España. Alguien, la astuta Arrimadas, el flemático Girauta o el pragmático Marín capaz de pactar con la extrema derecha en Andalucía debería susurrarle al jefe al oído que no tiene mayoría absoluta, que solo cuenta con 57 miserables escaños, que no es rey de ningún imperio. Es más, con ese volumen de diputados en el Congreso puede dar gracias de no terminar cualquier día en el Grupo Mixto.
Ciudadanos es como aquel proyecto de UPyD que fue flor de un día y Rivera es la nueva Rosa Díez que seguramente terminará dejándoselo por frustración. Si Díez duró en política hasta que ETA fue derrotada, C’s aguantará hasta que se resuelva el problema catalán, que con Junqueras propenso a un acuerdo el asunto va camino de arreglarse más pronto que tarde. Quiere decirse que Rivera vive mayormente de la crisis del PP y de Puigdemont y no nos extrañaría que se mudara pronto a Waterloo para estar más cerca de su archienemigo separatista, que lo hace más grande de lo que es. Sin el independentismo pujante, Ciudadanos se terminaría diluyendo como un azucarillo porque su programa electoral para España se reduce a tres cosas: aplicación del artículo 155, intervención de la autonomía catalana y cárcel para los presos del ‘procés’. No hay vida más allá de Cataluña para la formación naranja. Bueno sí, la cosa esa de los autónomos que tanto le gusta a Rivera y que solo sirve para explotar a los trabajadores de medio país.
Y es que Ciudadanos no es un partido político, sino una moda pasajera, un pasatiempo que ameniza los debates televisivos y que ha venido para sacarnos momentáneamente del tedio bipartidista de la restauración borbónica. En realidad, de momento la eterna promesa Rivera, la gran esperanza blanca de la “derechita cobarde”, que diría el macho Abascal, no ha pasado de mera comparsa, de convidado de piedra y muleta de otros, pero eso él parece no querer entenderlo y se ve a sí mismo como Winston Churchill. Hoy, tras su entrevista en Moncloa, ha asegurado que no se abstendrá para investir a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y en su delirio sonrojante ha vuelto a presentarse como líder de una oposición “firme” y como “alternativa fuerte” para cuando el Ejecutivo socialista “se desmorone” y mientras el PP “se descompone”. Un diagnóstico bastante desatinado porque ni el Gobierno va a desmoronarse ni el PP a descomponerse. En todo caso, si Ciudadanos no sabe aprovechar su “momento bisagra” (aunque sea oxidada) y persiste en seguir poniendo el palo en la rueda de Sánchez para que no sea investido, probablemente terminará perdiendo el poco poder de influencia que ahora tiene y quedando reducido a la categoría de partido intrascendente.
Bien haría C’s en sopesar la abstención para que de una vez por todas España pueda tener un Gobierno estable. Eso al menos es lo que haría un estadista con sentido de la responsable gobernabilidad. Por lo visto Rivera no es de esos. Debería aceptarlo de una vez: no se defiende mal en los debates de Atresmedia como ilusionista, como Mago Pop de la política que sabe sacarse de la chistera conejos, estadísticas, fotos viejas, papiros y otros trabajos manuales efectistas. Y tiene tirón en el colorín tras su affaire con Malú. Pero como hombre de Estado deja mucho que desear.
Viñeta: El Koko Parrilla
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