(Publicado en Diario16 el 5 de agosto de 2019)
En lo que va de año se han registrado 251 tiroteos en Estados Unidos. El terrorismo supremacista blanco se ha cobrado ya un número de víctimas tres veces mayor que la violencia yihadista. La sagrada enmienda de la Constitución norteamericana que respeta el derecho de sus ciudadanos a portar armas va camino de convertirse en el mayor problema social de la sociedad estadounidense. ¿Cómo ha podido llegar la primera potencia del mundo a tal nivel de degradación humana? El asesino masivo de El Paso que ha sembrado el terror en un concurrido centro comercial estaba obsesionado con una idea: su país estaba siendo “invadido” por la cultura hispana. No había nada que odiara más que ese mexicanito espalda mojada al que culpa de todos los males del mundo.
Estamos pues ante un subproducto de un determinado discurso del odio que ha germinado durante las últimas décadas en los Estados Unidos de América. Primero fueron las teorías neocon de Reagan y los Bush; más tarde el Tea Party que niega derechos a las feministas, homosexuales y minorías raciales; y la última fase de ese proceso de degradación moral ha culminado ahora con el presidente más infame y disparatadamente racista de la historia de ese país. Mientras los servicios de rescate sacaban cadáveres todavía calientes del supermercado de El Paso, el presidente de los Estados Unidos tuiteaba ocurrencias como que el asesino es un “enfermo mental”. Sin embargo, aunque ahora trate de quitarse responsabilidad de encima, su discurso de la “invasión” ha calado en buena parte de la sociedad americana. Los asesinos masivos que irrumpen con un fusil militar no son solo enfermos mentales, aunque también (el componente psiquiátrico evidentemente está ahí, ya que solo a un desequilibrado se le ocurriría empuñar un arma para matar gente de forma indiscriminada). Hablamos de individuos que han sufrido un lento y paulatino proceso de radicalización en el que el mensaje político ultra, las ideas inmorales, la bajeza humana más deplorable son causas directas de un efecto devastador: el nuevo terrorismo de ideología nazi.
Hitler llegó al poder agitando el odio hacia los judíos. Hoy los Trump, Salvini, Orbán y otros líderes descerebrados agitan las vísceras de sus ciudadanos contra otras víctimas igualmente débiles, los pobres subsaharianos, mexicanos y sirios que huyendo del hambre y la guerra tratan de llegar a los opulentos países de Occidente. Los exterminados de este nuevo holocausto del siglo XXI ya no son judíos alemanes con buena posición social, sino desarrapados producto de las injusticias de la globalización. Pero el mecanismo totalitario sigue siendo el mismo. Inspirar el odio al otro, agitar el fantasma de la guerra contra otros pueblos, propagar el desprecio al diferente, el racismo en su máxima expresión.
En esas ceremonias litúrgicas llenas de banderas con barras y estrellas, himnos y soflamas patrióticas el maestro de ceremonias Trump imparte su catecismo racista tan básico como destructivo. Después, en Texas, Ohio, Los Ángeles o Nueva York sus jóvenes cachorros, sus activistas debidamente entrenados en las redes sociales y adiestrados en el manual “trumpista”, ponen en práctica las ideas aberrantes. Tal como hizo Bin Laden cuando arengó a sus comandos para derribar Las Torres Gemelas. Porque en esto de los líderes fanáticos patrióticos y religiosos no hay grandes diferencias. Trump y el barbudo clérigo de ISIS son los mismos perros con diferentes collares.
Ilustración: Artsenal
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