(Publicado en Diario16 el 10 de septiembre de 2019)
De celebrarse elecciones el 10 de noviembre el tablero político español no cambiaría demasiado. Las últimas encuestas confirman que el PSOE mantiene una tendencia al alza mientras Unidas Podemos sufre un ligero descenso y el Partido Popular sería el más favorecido por unos nuevos comicios. Ciudadanos, por su parte, entraría en caída libre.
La radiografía sigue siendo la misma desde que fracasó la investidura de Pedro Sánchez. Y probablemente así seguiría aunque votásemos mil veces. Pero pese a la testarudez de la historia, en Moncloa ya se dan por seguras unas nuevas elecciones, salvo sorpresa de última hora, que no sería otra que un Pablo Iglesias derrotado dando su brazo a torcer en los minutos de la basura de la agónica negociación. Iván Redondo está convencido de que ir de nuevo a las urnas le reportaría al PSOE hasta seis puntos más y un puñado de escaños adicionales. Una pírrica victoria, ya que esa mayoría seguiría siendo insuficiente para formar un Gobierno. El crecimiento socialista se anularía con la previsible erosión de Unidas Podemos, dejando el equilibrio de fuerzas en la izquierda prácticamente en los mismos números de ahora. Es decir, paradójicamente, si Iglesias pierde, Sánchez también pierde.
Aun así, los socialistas creen que lo que no han sabido resolver en la mesa de negociación lo arreglarán las urnas, asumen una probable desmovilización del desafecto y harto electorado progresista y siguen empeñados en que tras la noche electoral de noviembre estarían más cerca de la mayoría absoluta, contando con el apoyo de un debilitado y entregado Unidas Podemos (lo cual está por ver) y un siempre dispuesto a la gobernabilidad PNV. Todo ello sin necesidad de recurrir a las fuerzas independentistas catalanas.
Así las cosas, las elecciones servirían para poco y no resolverían el grave problema de parálisis institucional que sufre España. Pero entre los farragosos números de los sondeos surge un dato fundamental que da nuevas esperanzas al PSOE y al PP, los dos dinosaurios del bipartidismo que se resisten a perder la posición hegemónica que han mantenido durante décadas. De alguna manera, la repetición de las elecciones con tales resultados supondría una vuelta a la nostalgia del 78, a los tiempos de las aguas mansas del turno de partidos, al sagastacanovismo de la Restauración borbónica, mientras los dos partidos emergentes sufrirían un serio correctivo en su intento de alterar el orden establecido y de imponer un sistema multipartidista en nuestro país. El experimento de incluir dos nuevas fuerzas a la izquierda del PSOE y del PP no está funcionando como Pablo Iglesias y Albert Rivera esperaban. Quizá el error haya sido querer italianizar España, pensar que podíamos importar sin más el modelo romano tempestuoso, el sistema de un país que cambia de Gobierno con las estaciones del año, donde las crisis institucionales se suceden vertiginosamente hasta convertirse en el pan nuestro de cada día y donde el caos se ha elevado a la categoría de exitoso régimen político. Pero ocurre que España no es Italia. El español es conservador por naturaleza y lleva mal los cambios. Además, las élites financieras y empresariales, las gentes del dinero, añoran una vuelta a la ensoñación juancarlista y no verían con malos ojos que PSOE y PP se pusiesen de acuerdo en una gran coalición a la alemana. Ya se ha intentado con la operación del dúo dinámico Sánchez/Rivera, solo que el líder de los naranjas no ha cuajado y ha terminado poniendo el cordón sanitario donde no debía, en Ferraz, para después pactar con Vox. Ahora la jugada que se intenta para salvar los muebles de la maltrecha democracia española es una restauración a la manera clásica: Pedro Sánchez y Pablo Casado firmando una especie de nuevos pactos de la Moncloa para seguir repartiéndose el poder en la medida de lo posible y tirar unos cuantos años más con un modelo que evidentemente está agotado.
Los vientos soplan favorablemente para esa operación a la desesperada: la Gran Coalición. Tras el fracaso que ha supuesto el modelo multipartidista, muchos votantes miran a un lado y a otro, como huérfanos desolados, buscando la solución a los males en los dos partidos tradicionales, en lo mismo de siempre, en populares y socialistas. Lógicamente, Sánchez y Casado están encantados con este supuesto regreso de los españoles al statu quo (quizá por miedo al futuro, quizá por hastío de los experimentos fallidos) pero como decía Baltasar Gracián la confianza es madre del descuido y harían mal ambos líderes en hacer una lectura demasiado optimista de la actual coyuntura política. Porque el problema de un país que no funciona sigue estando ahí y no se resolverá con la nostalgia de un tiempo que ya no es.
Viñeta: El Koko Parrilla
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