(Publicado en Diario16 el 14 de junio de 2019)
Vox irrumpió en la política nacional formando mucho ruido, intentando asustar al personal con el fantasma del franquismo y avisando de otro 36. Sin embargo, apenas un cuarto de hora después, justo el tiempo que llevan los ultras en política, ya no son tan fieros como los pintaban, han moderado su discurso y los que antes eran violentos leones falangistas son hoy sumisos gatitos domesticados por el parlamentarismo democrático. Santiago Abascal, que por un momento parecía José Antonio revivido, ha guardado la fusta en la caballeriza y ya no habla de sus rivales conservadores como la “derechita cobarde” sino de socios de gobierno. Cómo hemos cambiado.
Es cierto que las ideas que propaga Vox son muy peligrosas para la convivencia por lo que tienen de ideales de odio, de supremacistas de la raza blanca, de machistas y homófobas. Pero en apenas unos días la democracia ha puesto las cosas en su sitio. La pérdida de un millón de votos en apenas un mes –el tiempo transcurrido entre las generales y las locales y europeas– ha sido un duro correctivo, un baño de realidad y el mejor ricino purgador para esta gente que se creía poseída por el espíritu de Millán-Astray. La necesidad de tocar poder en ayuntamientos y gobiernos regionales, y por tanto de llegar a acuerdos con PP y Ciudadanos, ha obligado al partido de Abascal a bajar los humos ultras, a guardar los caballos en las cuadras y a controlar el nivel de testosterona.
Hoy los líderes de Vox ya no hablan de “derechita cobarde”, firman lo que les pongan delante (en Andalucía o en Albacete) y hasta dan entrevistas a la Ser. Ahí está el diputado y portavoz del partido supuestamente extremista en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros, quien tal que hace un rato acaba de decir en la radio que todo aquello del lenguaje guerracivilista ya es pasado. “Para cada momento hay un registro, las cosas se dicen de una manera en una charla con amigos, en un mitin o en un parlamento. Ahora no estamos en atacar a los que han sido nuestros enemigos”, ha confesado tan frescachonamente. Lo que se desprende de las palabras del refinado Espinosa, con esa forma tan suya, tan dandi y tan eufemística de hablar, es que lo que le dijeron al electorado en la campaña, las rojigualdas al viento, las soflamas patrioteras, la fábula cursi e infumable de la Reconquista, la guerra civil que se avecinaba sin remedio y todas esas patrañas de neofranquistas de medio pelo no han sido más que eso, un montaje, un cebo muy bien tramado para que picaran las mentes cándidas e inocentes (aunque bien pensado, quizá no tan inocentes). El colmo del sarcasmo es que van a entrar en el grupo conservador europeo, sentándose junto a los partidos que apoyan a Puigdemont y la independencia de Cataluña. ¿Pero qué broma pesada es esta? ¿Dónde están ahora los españolazos con un par de pelotas que hablaban de meter los tanques en Barcelona? Esto no es serio, oiga.
Pero en general, el futuro que les espera no va más allá de la charanga y la pandereta, el espectáculo del clown, chistosos amenizadores de plenos municipales y otros saraos para que los periódicos tengan algo de chicha y salgan de la rutina del aburrido titular municipal sobre farolas, parques y jardines. Poco aportarán al progreso y al avance de los pueblos y ciudades de nuestro país (visto el gusto que tienen por volver al pasado más rancio), de modo que quedarán relegados a lo que son en realidad: una troupe de artistas ambulantes con mucho rímel, mallas y lentejuelas salida de algún vodevil que provoca el asombro y el pasmo ante lo grotesco allá por donde van pasando. Creímos que volvía Franco con su bigotito, su mala baba y su espadón y resulta que al final ha vuelto Milikito.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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