(Publicado en Diario16 el 29 de agosto de 2019)
Todo el mundo recuerda aquel inolvidable debate electoral televisivo, cuando Albert Rivera, llegado su gran momento del minuto de oro, crecido y creyéndose ya presidente del Gobierno de España, soltó su célebre interpelación retórica a los espectadores tratando de convencerlos para que le dieran el voto: “¿Lo oyen? Es el silencio. El silencio que nos heló la sangre a millones de españoles cuando los separatistas quisieron romper nuestro país en Cataluña”. Pues bien, podría decirse que este verano Rivera se ha convertido en el paradigma del mutismo, en la metáfora de la mudez, en el silencio mismo personificado.
El líder de Ciudadanos ha estado missing, desaparecido en combate, como en la película aquella, y nadie sabe qué ha sido de él mientras PSOE y Podemos seguían tirándose las sillas y las mesas de playa a la cabeza. Rivera ha estado perdido (no solo, ya que según la prensa del folletín Malú lo ha acompañado en su escapada constante de los paparazzi) y cabe deducir que ha hecho dejación de funciones. Y es que, por lo que se va viendo, a Rivera España le viene grande y quizá por eso se da por dimitido.
Mientras la fiel escudera del líder naranja, Inés Arrimadas, salía a escena de vez en cuando para darle un toque de atención a Sánchez y afearle que se hubiera tomado unos días de vacaciones en Doñana, curiosamente Rivera se ausentaba gravemente de los problemas del país, de la parálisis institucional, de los incendios en Gran Canaria, de la epidemia de tercermundismo que es la peste de la listeria y en general de todo. Siguiendo la mejor tradición de los grandes hombres de la derecha patria que dejan abandonada a España en momentos críticos para irse a los toros, de caza o a un spa (eso sí lo lleva en su ADN político) Rivera se ha acogido al viejo dicho español del “ahí os quedáis, que yo me piro” y se ha largado a la montaña o a alguna isla desierta. A Rivera uno se lo imagina como aquellos náufragos harapientos de Forges que se escondían tras una palmera mientras reflexionaban sobre la vida y asistían a los problemas del país desde lejos. Qué mejor comparación para el eterno aspirante a presidente que un perdido, un hundido, alguien que ha caído súbitamente de un barco que hace aguas como es Ciudadanos. El buque corsario de Cs, muy tocado, se va a pique y mientras sus tripulantes (el contramaestre Toni Roldán, el piloto Valls, el vigía Nart y otros) saltan por la borda y gritan aquello de “sálvese quien pueda”, Rivera se esconde, calla y se transmuta él mismo en el silencio al que apelaba para atacar a Sánchez.
Ahora los chicos de la prensa madrileña dicen que el jefe de la formación naranja tiene previsto reaparecer hoy en el Congreso de los Diputados tras varias semanas dado por perdido. Hoy lo veremos materializarse con su impecable traje azul falangito, la camisa bien planchá y el rostro perfectamente afeitado, como corresponde a un español limpio y aseado. Un perfecto maniquí mudo y silencioso con la cartera bajo el brazo donde llevará todos los insultos posibles contra el presidente en funciones, la historia de la “banda de Sánchez” y algún que otro truquillo televisivo muy efectista. Pero todos en el hemiciclo se preguntarán: ¿dónde demonios se había metido Rivera?
Ilustración: Artsenal
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