(Publicado en Diario16 el 6 de septiembre de 2019)
Cuatro horas y media de tediosa negociación no han servido tampoco esta vez para que PSOE y Unidas Podemos lleguen a un acuerdo que dé la investidura a Pedro Sánchez, alejando el fantasma de unas nuevas elecciones. Lo que han hablado los equipos negociadores no ha trascendido, pero las caras largas y tensas de los portavoces al término de la reunión eran la prueba evidente de que la desconfianza y el pesimismo por ambas partes siguen presidiendo la ronda de contactos. “No puede haber ni vencedores ni vencidos, se trata de llegar a un acuerdo”, ha dicho Adriana Lastra, portavoz del Grupo Parlamentario Socialista, que emplazó a los periodistas a una nueva cita.
Tampoco se mostró demasiado optimista la portavoz adjunta de Unidas Podemos en el Congreso, Ione Belarra, quien dijo salir “sinceramente preocupada” porque los socialistas han ido a presentar “un programa electoral” y se han mostrado “profundamente inamovibles en sus posiciones”. De esa manera, ambos ejércitos (ellos ya se ven a sí mismo como enemigos irreconciliables) han quedado para matarse (políticamente) en un nuevo duelo en OK Corral, el enésimo, que seguramente también terminará en fiasco.
Por lo visto, la izquierda española se ha propuesto hacernos perder el tiempo en esta fatigosa película de vaqueros con estereotipados buenos y malos y cada hora que pasa parece más cercana la posibilidad de que el país tenga que ir a unas nuevas elecciones. “Nos hemos emplazado a seguir hablando en los próximos días y, si es posible, a tener alguna otra reunión, pero nos vamos sinceramente preocupadas porque básicamente han venido a presentarnos un programa electoral, se han mostrado profundamente inamovibles en sus posiciones”, ha insistido Belarra.
Ahora mismo, lo único cierto es que PSOE y Podemos no podrían ponerse de acuerdo ni siquiera en si quieren tomar té o café para amenizar las reuniones. La anécdota ocurrida minutos antes de la crucial entrevista fue más que simbólica del cainismo que se ha apoderado de ambos partidos. El PSOE quería dejar que entraran las cámaras de televisión a la sala de reuniones pero Unidas Podemos lo rechazó al entender que se trataba de una jornada de trabajo de los equipos negociadores. Otra situación kafkiana digna de Sopa de ganso, aquella película de los Marx donde dos países se declaraban la guerra por cualquier tontería. Lo extraño del caso, lo más curioso de este episodio de nuestra historia, el del bloqueo y la parálisis institucional, es que PSOE y Podemos han conseguido ponerse de acuerdo en otras comunidades autónomas como Valencia mientras que son incapaces de hacerlo en Madrid. Por si fuera poco, más del 90 por ciento de las propuestas contenidas en el famoso documento programático remitido por el PSOE a la formación morada figuraban ya en el programa electoral con el que Podemos concurrió a las elecciones de abril.
¿Qué está fallando entonces? ¿Cuál es el problema? Sin duda, el factor humano empieza a pesar más que cualquier otro en todo este penoso y laberíntico asunto. Sánchez e Iglesias son dos egos inflados, dos jugadores a los que no les gusta perder ni a las canicas, personalidades tozudas, caprichosas, cuando no juvenilmente arrogantes e inmaduras incapaces de dar su brazo a torcer por el bien del país y del futuro de la izquierda. Eso que decían los antiguos de “se ha juntado el hambre con las ganas de comer” es perfectamente aplicable a las tormentosas negociaciones de ambos líderes políticos. Uno debe creerse la estrella de basket del momento predestinado a jugarse a vida o muerte los segundos finales del partido trascendental; el otro se ve a sí mismo como el héroe épico y macho alfa de Juego de Tronos. Si se relajaran un poco, si dejaran de tomarse tan en serio a sí mismos, quizá podría salir algo en claro de este embrollo interminable. Pero son dos personajes plomizos que, dicho sea de paso, empiezan a granjearse las antipatías del pueblo español. En verano ya nos sometieron a un culebrón insoportable aún más indigesto que el no fichaje de Neymar. Y han llegado a los exámenes de septiembre sin estudiar y con ganas de continuar con la juerga veraniega. El problema es que ambos empiezan a ser ya como esos actores de segunda que van de pueblo en pueblo representando siempre el mismo sainete y el mismo papel, aunque no pasan de congregar a cuatro gatos como espectadores. Ellos seguirán creyendo que son como Laurence Olivier y Richard Burton, grandes nombres de la historia, pero cada vez se parecen más a El Pulga y el Linterna. Y es que al principio la película enganchaba pero ya aburre.
Viñeta: Igepzio
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